NEUQUEN (AN).- La lluvia humedeció la meseta y el sol se anima de a ratos sobre los paños verdes de 32 huertas en el barrio Almafuerte II, el último asentamiento del muy poblado oeste neuquino. En la ciudad funcionan unas 3.000 huertas y en la provincia otras 12.000.

Con esa humedad que parece extranjera, Adriana Vallejos y su hermanito carpen la tierra de la huerta que mantiene con su mamá, Noemí Castillo. Estamos justo en la mitad de junio -pleno invierno más allá de las decisiones de los calendarios- y la muchacha, de 16 años, elige invertir parte de su tiempo en la cuadrícula donde se destacan plantas de lechuga, albahaca, habas, y plantines de morrón. Aquí en la meseta el suelo es poco amable, antipático para las raíces aunque suave al tacto. Por eso, el manchón de verde varios es poco menos que un milagro.

- "Siempre me gustaron las plantas, la de flores, pero no sabía nada de huertas, me encanta".

-¿Qué es lo que te encanta?

-Lo que se produce y lo que se aprende de las plagas y de cómo controlarlas.

La muchacha se excusa porque tiene las manos sucias, con tierra.

El ingeniero Ariel Zabert, gerente del programa Proda (no es una sigla) Huertas Neuquinas, está muy orgulloso de todo lo que han logrado y del efecto positivo que el plan tiene en mucha gente. Por las dudas aclara que desde su grupo de trabajo se han encargado de erradicar todas las cuestiones relacionadas con la política y que cualquier persona con ganas de aprender y trabajar tiene abiertas las puertas para incorporarse al programa. Zabert la tiene clara. Lleva más de 12 años en la actividad y ha trabajado sobre todo El Chañar, el ejemplo neuquino de aprovechamiento del suelo. Zabert es sincero: "no es para todos, suena muy lírico, muy romántico esto de producir tus propios alimentos, pero cuando hay que estar todos los días, sacar los yuyos, carpir, limpiar, el romanticismo se evapora. Empiezan 20 pero siguen cuatro". Por eso, cuando un huertero abandona su trabajo pierde sus derechos sobre la huerta: "y hay gente que está esperando, tenemos una lista y le traspasamos el espacio", agrega Leandro Chaile, de 30 años, un huertero con mayor compromiso y obligaciones que el resto. Leandro lleva dos años dentro del programa y además de su espacio dentro del gran paño comunitario cuenta con una huerta protegida en su casa, que está enfrente. A Leandro le ha ido muy bien con su trabajo, del que nada conocía cuando comenzó. Tomates, apio, perejil, choclos y ajíes salieron de su huerta.

"Qué sabía yo cuánto podía producir una planta de tomates, no imaginaba que podía tener tantos ajíes; en el caso de los ajíes, como a mi no me gustan, se los cambié a un almacenero por azúcar", explica mientras le explica a Zabert las últimas novedades del emprendimiento.

El ingeniero cuenta que en Almafuerte la mayoría de los vecinos ignoraba todo lo relacionado con la producción, salvo algunas familias bolivianas que, en producción de verduras, le pasan el trapo al más pintado. "Los que están aprendieron y se suman permanentemente a los programas de capacitación, que se dictan con regularidad".

La producción no sólo se destina al consumo familiar. También se canjea en la feria del trueque que se ubica en el lejano centro de la ciudad. Los vecinos del Proda se han especializado en compost y en curas caseras, como la que realizan con un plaguicida hecho en base a la nicotina de los cigarrillos.

El asentamiento de las huertas ha modificado el escenario y las conductas. Y así como ahora se prepara un sector para tomar mate post jornada laboral, antes se han incorporado asistentes sociales para atender problemas familiares.

La tarde se escapa rápido a mediados de junio y, en este día, el sol hace visitas de médico.