"Ese tipo tiene mi empleo" se repite una y otra vez, Bruno Davert, un hombre de 40 años que, de un momento a otro, ve colapsar su existencia cuando es despedido de su trabajo. Como en contrapartida con cualquier fábula infantil, "La corporación", el último filme del griego-francés Costa Gavras, es como un manual aceitado de aquello que "no se debe hacer" pero que puede deambular por la mente de un ser humano que atraviesa el doloroso proceso de estar desocupado. Sólo que el protagonista de la película lleva a cabo esa fantasía y su accionar le sirve como excusa al veterano realizador para confeccionar una radiografía más que virulenta sobre las consecuencias de la modernización.

La historia desarrollada por el director junto a su coequiper en el guión, Jean Claude Grumberg, es tan mordaz como realista y su aparente tono cercano al humor negro va creciendo, quizás por la cercanía que establece el espectador con el tema, hasta desembocar en un drama humano donde el triunfador es tanto Bruno como el público. Más allá de que sus métodos puedan ser más que cuestionables.

Costa Gavras apoya su visión en la realidad de un hombre que se dedica a la actividad papelera en la empresa Papeles Kramer. Reconocido en su ámbito, capacitado y buen profesional, Bruno será despedido cuando la institución se fusione y arroje a la calle a más de 600 personas. Lo que, en un principio, él vive como libertad, para disfrutar de sus quince meses de indemnización, lentamente se transformará en un verdadero suplicio. De una entrevista laboral a otra sin buenos resultados, el dinero comienza a escasear, su mujer tiene que tomar dos trabajos para ayudar a la economía del hogar y su

pretenciosa existencia burguesa se desmorona. Ante esto, pergeña una idea, difícil de resolver pero con consecuencias prometedoras: crea una empresa ficticia especialista en papel y, con la edición de un aviso solicitando personas para un cargo que él ocuparía, comienza a analizar los currículum que recibe. Desestimando aquellos que no simulan competencia, elige a los que cumplen con el requisito primordial: "Yo los habría contratado antes que a mi". Y, obviamente, decide eliminarlos. Son cinco rivales a los que planea asesinar de forma metódica, a espaldas de su familia y siendo su objetivo final, el gerente de la empresa líder en el tema, Arcadia. Sólo seis seres entre él y "su" trabajo. Nada más que eso.

Con un planteo de estas características, cualquier director, podría haber derrapado naturalmente en su intento por brindarle a la (i)lógica situación algo de realidad entre tanta fantasía. Sin embargo, el realizador interna al espectador desde la primera escena en el mundo del protagonista como si fuera tan real como el tópico que denuncia. Esto, en vez de resultar extraño, permite que no exista otra posibilidad que consustanciarse con la actualidad de Bruno y desear lo que él anhela. Y hasta transformarse en su cómplice, previa aprobación de sus métodos. Una posición moral que enfrenta al público con dilemas imposibles de sortear pero, al mismo tiempo, la empatía con el personaje es demasiado fuerte como para evitar tomar una posición.

En base a esto, Costa Gavras, construye otra más de sus apasionadas denuncias, en esta oportunidad contra el despiadado sistema capitalista y su andamiaje laboral. Quizás estableciendo un paralelismo entre esa realidad francesa y la argentina, sobre todo luego de la renuncia de De la Rúa y la posterior crisis de la que aún cuesta salir, el asunto parece más cercano y palpable. Si bien la epopeya de Bruno lo arrastra a una "guerra" contra sus pares, quienes se hallan en su misma situación, la resolución siempre emparentada con la ironía, no deja de ser escalofriante y, a la vez, coherente. Como el personaje principal sentencia, en forma de justificación: "Si matara a diez ejecutivos de primera línea, no solucionaría nada. Son mi enemigo pero no mi problema".

Mientras atraviesa un periplo que lo lleva a un lugar que jamás hubiera imaginado ocupar, Bruno es nervios, miedo, resignación, culpa, odio y tantas sensaciones posibles en el rostro de José García, un actor que le imprime a su caricatura los tonos justos sin un mínimo desvío o exageración. A su lado no desentonan Karin Viard como su esposa Marlene ni sus hijos adolescentes interpretados por Geordy Monfils y Christa Theret. Mención aparte merece el experimentado Ulrich Tukur como el rival al que Bruno decide "perdonar". A esto hay que agregar el valor musical de las partituras de Armand Amar y la fotografía de Patrick Blossier, siempre haciendo foco en el valor del arma, más allá de aquel que la utiliza.

En una escena en la que Bruno y su mujer acuden a una consulta terapéutica para tratar de resolver sus conflictos matrimoniales, el psicólogo le dice: "Mi mensaje es que Ud. no es su trabajo". Ante lo que el protagonista, visiblemente desencajado, le contesta: "Cuando me echaron, me quitaron la vida. Y se la arruinaron a mi familia. Mi trabajo no soy yo pero, ¿qué soy sin él?". Un argumento contundente que ayuda a comprender su angustia y su accionar. Aunque sus medios sean imposibles de justificar, más allá de cualquier bienvenida ironía. (A.L.)