Archivo de junio, 2013

Lutereau: el juego como experiencia estetica

A  partir de la reciente publicación del libro colectivo “Estéticas de  lo extremo”, compendiado por María Elena Oliveras, el psicoanalista  y escritor Luciano Lutereau explora en su ensayo cierta concepción  del juego a la experiencia estética para proponer una nueva  interpretación de la idea freudiana de la práctica lúdica.

El analista presentará en un seminario que se realizará  hoy y mañana en la Universidad Nacional de Mar del  Plata algunas de estas tesis vertidas en el libro, recién   publicado por Emecé.

Lutereau es autor, entre otros libros, de “Los santos  varones”, “Marcadores nuevos”, “Los usos del juego”, “Lacan y el  barroco” e “Inconsciente y verdad”.

- En su libro “Los usos del juego” proponés al juego como una  formación del inconsciente privilegiada. ¿En qué sentido se  entiende esa condición?

- El inconsciente no es el lapsus, el sueño, ni ninguna de  las formas que mejor lo manifiestan. Dicho de otra manera, ciertas  producciones pueden ser formaciones del inconsciente en la medida  que realizan un modo retorno asociado a una experiencia; es decir,  la pregunta por el sentido de dichas formas. Y no sólo un sueño es  una formación del inconsciente cuando se le supone un saber, sino  que además es necesaria una segunda condición: que ese saber  implique al sujeto, que sea “autorreferencial”.

- ¿Entonces?

- Entonces podríamos añadir a las formaciones del  inconsciente un nuevo elemento: el juego. Este último no puede ser  reconducido a ningún objeto (o juguete), sino a una determinada  actitud del “jugante”: la sorpresa.

Dicho de otro modo, el juego no puede ser explicado  transitivamente (“Alguien juega a algo”), ya que la experiencia  lúdica impone una alteración de la estructura gramatical habitual  con que pensamos nuestros actos -en los que somos agentes de lo que  decidimos-, para exponer una alteración de la posición del sujeto,  que ahora se muestra como objeto y efecto de la experiencia.

- ¿Y cuál sería el modo de intervención del psicoanalista en  el juego?

- El analista participa del juego; sin embargo, ¿podría  decirse que “juega”? En sentido amplio, podría convenirse que el  psicoanálisis es un juego de a dos, pero ¿el analista juega de la  misma manera que el niño? El núcleo de este interrogante apunta a  una cuestión precisa: ¿el analista se satisface con el juego de la  misma manera que el niño?

- ¿Cómo respondés?

- Imaginemos la situación en que un analista se enfureciera  al perder en un juego de pelota. Esa furia estaría fuera de lugar,  aunque también es palpable que muchas veces la presencia de afectos  “penosos” invaden al analista. Se trata de niños que fastidian,  agotan.

En esos casos, estos “sentimientos” especifican una  circunstancia transferencial, sería vano atribuírselos al analista  por sí mismo. El analista se sirve del juego, o se presta al acto  de jugar para dejar en manos del niño el ordenamiento de la  secuencia. Por eso introducir el juego es el modo de facilitar el  cumplimiento de la asociación libre en la infancia.

- ¿De qué modo vinculás el juego a la experiencia estética?

- En el capítulo 2 de “Más allá del principio del placer”,  Freud se propone una “estética de inspiración económica”. De  acuerdo con este propósito es que considera el juego, desde una  perspectiva infantil, en función de la ganancia de placer.

Al igual que Aristóteles en su “Poética”, Freud destaca que  el juego se nutre de una extraña condición paradójica: muchas veces  da lugar a lo “desagradable”, con lo cual cabe preguntarse en qué  medida podría ser placentero cobijar lo que, en definitiva, no  causa placer.

En este punto, es importante realizar una aclaración; el  planteo freudiano no peca de ingenuo al proponer que el displacer  sería un predicado del objeto que el juego representa -cuestión que  también podría proponerse en términos artísticos: ¿qué satisfacción  podría haber en la contemplación de algo aberrante? La pregunta  freudiana se formularía con otros términos: ¿por qué el displacer  motoriza el juego? Para dar cuenta de este aspecto es que se  introduce el llamado fort-da.

- ¿Cómo es eso?

- Freud ubica el hábito -cuya estructura no estaría en un  “hacer de cuenta que” sino en el hacer “una y otra vez”- en el  núcleo mismo del jugar. Y es notorio que Freud considere más el  “uso de sus juguetes” antes que la materialidad de los mismos.

Lo significativo es que el niño jugaba a que “se iban”; y lo  mismo ocurrió con un carretel enlazado con un piolín, el cual no  utilizaba para “jugar al carrito”, sino que arrojaba tras la  baranda de su cuna, para despedirlo, aunque también saludando su  regreso con un “Da” (acá esta).

Por esta vía, el juego se realizaba con un doble tiempo:  desaparición/aparición. Por último, a esta variación del juego se  añade una tercera experiencia: la propia desaparición.

En este punto, cabría preguntar: ¿se trata de un mismo juego  y sus variaciones o de tres juegos distintos? Esclarecer esto   podría dar elementos para trazar una distinción entre diferentes  modalidades de juegos a través de diversos usos pulsionales.

No es lo mismo jugar con la expulsión que satisfacerse en el  recorte de un espacio invisible, como tampoco lo es interrogar el  deseo del Otro a través de la propia ausencia en un proceso de  sustracción. (Télam)

Un gps para guiarse por el mundo de la ciencia

Tener nociones de ciencia nos vuelve más libres y mejora la vida  en el contexto del siglo XXI”, sostiene el periodista Federico  Kukso, autor del libro “Todo lo que necesitás saber sobre ciencia”,  una cartografía informal que en tono ágil y sin afán enciclopédico  recorre y traduce cincuenta conceptos decisivos para la ciencia  actual.

Para no marearse. Para vivir más tranquilos. Para no estar  desorientados. Para combatir a los que ven en cada rincón un  milagro. Apenas cuatro de las razones que enuncia Kukso como  pretexto para impregnarse de conocimientos científicos en esta  suerte de GPS literario que ofrece orientación al “explorador”  iniciático sin excluir al lector avezado.

La ciencia goza hoy de una visibilidad que tiene su correlato  no sólo en los soportes periodísticos sino también en los formatos  de ficción: series como “Fringe” o “The Big Bang Theory” han tomado  como punto de partida formulaciones científicas y naturalizan   cuestiones como el multiverso o los exoplanetas al servicio de una  trama donde conviven armoniosamente ficción y realidad.

“Todo lo que necesitás saber sobre ciencia”, editado por  Paidós, ilumina el pulso de una época atravesada por las células  madre, la biología sintética y la arqueología virtual, a la vez que  propone al lector reformular la asimilación pasiva de saberes para  convertirse en un interlocutor participativo: las ciencias deben  funcionar como casas tomadas, sostiene el exeditor del suplemento  Futuro de Página 12 y autor de “El baño no siempre fue así”.

“La ciencia está en todos lados. Hay que romper ese miedo  inercial que le tenemos para empaparnos con toda clase de ideas,  porque saber nos blinda contra la estupidez e ignorancia cotidiana  y nos protege contra los vendedores de falsas promesas”, destaca  Kukso en una entrevista con Télam.

- El último Premio Nobel de Economía fue otorgado a dos  matemáticos por sus esfuerzos “para encontrar soluciones en el  mundo real” ¿Este tipo de decisiones marcan de alguna manera que   la ciencia ha comenzado a incorporar como campo de estudio   fenómenos de la vida cotidiana?

- La ciencia parece lejana pero en realidad nos rodea. Está  en los lentes de contacto que tengo puestos, en los materiales  ligeros de mis zapatillas, en las vacunas que nos protegen desde  chicos, en el celular que no podemos apagar cuando nos dormimos. No  sé si existe un momento preciso en el que se levantó el “manto de  invisibilidad” que cubría esta práctica, este discurso.

Tal vez podría rastrearse en los últimos años de la  exploración espacial: muchos de los inventos desarrollados para las  misiones espaciales -el velcro, la comida en polvo- hoy los  utilizamos  cuando, por ejemplo, nos despertamos y nos hacemos un  café con leche.

- Hay objetos conceptuales de la mecánica cuántica que no  tienen su correlato en el mundo cotidiano ¿La exploración del  universo tiene como requisito la ruptura del sentido común?

-El gran golpe conceptual de la mecánica cuántica es haber  demostrado que la realidad en otros niveles (en este caso, micro)  funciona con otras reglas. El sentido común, por definición, es un  cúmulo de saberes transmitidos. La ciencia más que buscar  desterrarlo establece un método de observación y experimentación.  De poner en duda lo que vemos y sabemos y contrastar lo que creemos  que sabemos con la experiencia.

- La ciencia despliega su influencia en otra dimensión  central para la vida humana: el lenguaje ¿En qué medida la ciencia  enriquece la lengua cada vez nomina con palabras nuevas un  hallazgo?

- Como decía George Steiner, el lenguaje nos atraviesa.  Nuestros  primeros recuerdos comienzan a los tres años, cuando  adquirimos el lenguaje. Más que absorción y resignificación, hay un  tráfico entre ambos lados: ciencia y sociedad (si bien la ciencia  pertenece a la sociedad, a la cultura). Podría decirse que ciertos  conceptos de la ciencia tienen un plus: un “quantum” de autoridad.

- La irrupción de las nuevas tecnologías ha cambiado el  paradigma del conocimiento: ahora la actividad cerebral no está  estructurada tanto en torno a la acumulación de información sino a  la organización del conocimiento ¿Cómo ha repercutido en la ciencia  la aparición de este nuevo mapa cognitivo?

- Creo que es poco tiempo para apreciar grandes cambios. Lo  que cambió, sí, es la organización de la actividad científica. De  ser un trabajo individualista y casi artesanal pasó a ser una  actividad colectiva, altamente tecnificada y en muchos casos con  grandes presupuestos. De ahí que muchos sociólogos de la ciencia  estimen que las épocas donde surgían grandes genios como Newton,  Darwin, Einstein quedó atrás.

- La ciencia ficción ha anticipado una cantidad de fenómenos  que con el tiempo fueron respaldados científicamente ¿Los  disparadores de una hipótesis científica suelen ser tan  “antojadizos” como los de un escritor cuando formula una obra?

- No se puede pensar la ciencia sin la ciencia ficción ni la  ciencia ficción sin la ciencia. Son como dos hermanos separados al  nacer, pero íntimamente conectados. Ambas esferas se retroalimentan  mutuamente.

Se dice que en la ciencia ficción los experimentos no fallan:  son oportunidades para soltar la imaginación, dejarla correr  libremente.

Desdeñada muchas veces por sus imprecisiones, la ciencia  ficción tiene un increíble potencial de llevar -explicación  mediante- ciertas ideas y conceptos a aquellas personas que se  cierran a la ciencia. Es una aproximación -a mí me gusta llamarla  “ciencia pop”- interesante: pueden llegar a funcionar como caballos  de Troya. De hecho, uno puede detectar el “presente científico” de  cada época a través de las obras de la ciencia ficción.

“Frankenstein” de Mary Shelley alude a los estudios de  electricidad en organismos vivos y habla de la responsabilidad del  creador sobre lo creado. ”

La isla del doctor Moreau” remite a los primeros estudios  genéticos. “Gattaca” habla del miedo a la discriminación genética.  “Terminator” y “Blade Runner” ponen en imágenes los miedos  incitados por el avance de la inteligencia artificial. “Avatar”  avanza en el descubrimiento de exoplanetas.

 

(Télam)

Una historieta donde hay ciencia ficción, fantasía y realismo

La trama de la última historieta del guionista Diego Agrimbau, Cieloalto, con un excelente trabajo del dibujante Leonardo Pietro, transita, según su autor, por la ciencia ficción, la fantasía y el realismo, sin anclar en ninguna de estas particularidades.

Editada por Agua Negra, esta original historia alude a una ciudad-calle larga con diseño de acueducto poblado por dos clases de seres: “viajantes” y “permanentes”, signados estos últimos por un tiempo dependiente del lugar que ocupen en la urbe, de modo que su tránsito permite el paso de la vejez a la infancia, con solo dar unos pasos.

Cieloalto surgió, según Agrimbau, “de la suposición básica que propone el libro: una ciudad donde la edad no avanza a través del tiempo, sino a través del espacio. De allí en más la escritura tuvo mucho de diseño urbanístico: toda la acción se llevaría a cabo en una ciudad lineal a lo largo de no más de diez cuadras, el margen vital del protagonista”.

De modo que el eje no es tanto el tiempo, sino “el desperdicio del tiempo”; en ese sentido agrega: “Es algo que me provoca mucha angustia y creo que fue una forma de exteriorizar el miedo primal a pasar por la vida desperdiciándola, arrepintiéndose de cada paso”.

Tras aceptar como perspectiva posible que el tiempo progresivo vivido por una persona, se da aquí como crecimiento fragmentado, Agrimbau acota que su interés fue indagar, sobre el protagonista, Javier: “La imposibilidad de avanzar. Volver atrás para empezar de nuevo una y otra vez, deviene en una maldición. Tener siempre otra oportunidad para fracasar puede ser un martirio peor que el fracaso mismo”.

La relación entre Javier (“un permanente”) y Matile (una “viajera”) remite al desencuentro: “Es una fórmula clásica, el amor imposibilitado por dos mundos contrarios. Claro que en este caso lo que se demuestra es que la posibilidad estaba presente, pero no siempre uno está dispuesto a asumir el sacrificio”.

Agrimbau niega que un pasaje clave de su trama (la madre del Javier-niño le entrega un cuaderno y le dice “aquí está tu vida”) tenga que ver con un destino prefijado. “No, el destino estaba libre para ser escrito, pero tenía unos límites claros, físicos, inevitables. Equivalentes a los límites temporales nuestros, que seríamos como los viajantes”.

Y agrega: “A todos nos dan una libreta parecida a la de Javier donde se establece el año en que nacimos. Lo que pasó antes, se nos niega, no lo podemos vivir. Y de algún modo en esa fecha inicial está prevista la otra f1echa, la final”.

La diferencia entre Cieloalto y sus guiones anteriores estaría, según su autor, en un género que “no termina de ser de ciencia ficción, pero tampoco es fantasía. Y tiene mucho de realismo. Esta inexactitud no es tan frecuente en mi obra anterior, que se inscribe alternativamente en una ciencia ficción más canónica o bien en el realismo urbano”.

La figura del escritor Héctor Oesterheld esá muy presente en el autor de Cieloalto: “Él no es solamente la piedra fundamental de la historieta argentina, también lo es de la ciencia ficción en general. Hoy todos transitamos por los senderos que trazó. Si bien el primer guionista de historieta, en rigor histórico, es Leonardo Wadel; Oesterheld es el que sienta las bases para todo lo que vino después”.

Otros autores que figuran dentro de sus vecindades son los internacionales Ray Bradbury, Horace Gold y los nacionales Carlos Trillo y Carlos Gardini.

“A todos los he leído, especialmente a Trillo. Me influenció a través de su obra y por la amistad que nos unía; compartimos más de diez años de consejos y charlas”, dijo.

“Otras influencias importantes provienen del teatro, por mi formación de dramaturgo con Mauricio Kartún, especialmente a través del grotesco criollo de Armando Discépolo y el realismo de los autores de los años 60 hacia el presente”, agregó.

La urbe parece ser el escenario natural de la historieta -la Ciudad Gótica de Batman, el Buenos Aires de El Eternauta, la Sin City de Millar, la Ciudad de Ricardo Barreiro- y por ende, el espacio de Cieloalto.

“Las ciudades dan la posibilidad de limitar el escenario, tener un telón de fondo, una organización espacial. La mayoría de mis libros transcurren en ciudades ficcionales. Cieloalto es una de las más especiales dado que su diseño es muy antinatural. Escribir sin límites me resulta imposible, la creatividad se alimenta de límites. Hay que saber elegirlos”.

Destacan entre otros muchos trabajos de Agrimbau, quien formó parte en sus inicios del colectivo artístico “La Productora”, los guiones de las historietas El Asco, Afasia y La Burbuja de Berthold, ésta última premiada en el Festival Utopiales de Nantes y escogida en 2005 en Francia por la asociación de críticos de la historieta, como uno de los mejores quince libros del año. (Télam)

Tapa Cancio´n-ALTA

Selci: Dogmático para escribir, flexible para leer

En “Canción de la desconfianza”, el escritor y crítico literario Damián Selci se arriesga a un experimento discursivo que bajo el formato de un argumento clásico pone en acto a una serie de personajes empeñados en pedagogizar por diversos medios a un grupo de supuestos “esclarecidos” culturales.

El libro, publicado por la casa EtTapa Cancio´n-ALTAerna Cadencia, inaugura un área singular en la narrativa argentina, conjugando la literatura con la política por afuera del consenso moralista.

Selci ejerce la crítica cultural en diversos medios; pero la revista Planta ha sido su plataforma de lanzamiento.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

- ¿La diferencia entre crítico y narrador tiene sentido en el universo de discurso contemporáneo?

- No sé, pero existe. Se da por hecho que un crítico literario no puede ser un buen escritor cuando en la literatura haya mil ejemplos en contra. Es un resabio de mal romanticismo común en la prensa cultural: el autor es bueno si su obra responde a una inspiración involuntaria. El crítico representa la conciencia.

- Entonces…

- Pienso que todo buen escritor es un buen lector, y si es buen lector es un crítico literario, más allá de que publique reseñas. La crítica literaria, que no es más que una lectura concienzuda, representa una base indispensable para escribir.

Pero esto no significa, como instaló la teoría francesa, que escritura y crítica literaria sean lo mismo. Son cosas diferentes y por razones prácticas. Tengo una divisa para esto: hay que ser dogmático para escribir, y flexible para leer.

Cuando uno escribe un texto literario, se arma de una biblioteca personal, se hunde en preocupaciones que en principio sólo le importan a uno y crea sus dogmas, algo básico para encontrar un estilo, y para ser extremo en alguna dirección, cualquiera sea. Un ejemplo menor está en “Canción…”: no usar diálogos para indicar los parlamentos de los personajes.

Pero como crítico no puedo ser dogmático: no puedo condenar una novela por el inevitable hecho de no ajustarse a mis dogmas. Porque eso haría que me pierda auténticas novedades literarias. Y eso es algo que un crítico no puede permitirse.

El crítico tiene que preocuparse por encontrar lo nuevo. Es el único valor importante en la literatura moderna. Y hay que tener gusto para detectarlo. Hay que lidiar entonces con lo que se supone es el “gusto” de un crítico.

- ¿Qué se supone?

- El gusto de un crítico tiene tres componentes: 1) conocimiento de la tradición, 2) conocimiento de la literatura contemporánea, 3) apertura honesta a la novedad. Que a un crítico “le guste” la poesía neobarroca o la novela de aventuras no le importa a nadie.

- ¿Cómo se ejerce la crítica literaria en un mundo donde la felicidad es un imperativo y el consenso un ideal intelectual?

- Jorge Panesi, un profesor que tuve en la facultad, decía: el oficio del crítico es el más injusto del mundo. Yo pensaba que se refería a que si uno ejercía ese oficio con una mínima seriedad, iba a ser cascoteado por medio mundo. Y es así. Pero ahora esa declaración se puede leer de otra manera: el crítico siempre es “injusto” para un buen número de personas.

Está mal visto que un crítico haga juicios de valor y los argumente. El posmodernismo y esa benevolencia socialdemócrata es todavía la ideología dominante para muchos.

A mí se me acusa de autoritario por… ¡discutir! Los autoritarios no discuten, te meten preso. Los socialdemócratas manejan un lenguaje orwelliano: cuando dicen que quieren debate, quieren que te calles y los aplaudas; cuando hablan de pluralismo, quieren un consenso monolítico. Cuando aparece el crítico, tratan de expulsarlo de la discusión pública mediante la estigmatización.

- La formación marxista de un escritor en el país es una rareza. ¿Por qué es una rareza pero no tu decisión de encarar una novela?

- Yo cursé Letras, me cansé del posestructuralismo y me puse a leer a Marx y a Hegel. Es la formación “teórica” que tengo: la de un estudiante que pasó por Puán, leyó la bibliografía obligatoria, se hartó y leyó a los enemigos de esa bibliografía.

Por eso me gustó (Slavoj) Zizek: un hegeliano marxista modernizado, que se sabía todos los ataques de (Jacques) Derrida y los dejaba sin efecto, para hablar del triunfo de la dialéctica. Pero la formación de escritor viene de charlas con Martín Gambarotta, Alejandro Rubio, Nicolás Vilela, Ana Mazzoni y Violeta Kesselman.

- En “Canción…” retratás a personajes de una manera casi clásica, sin abandonar los cortes que la vuelven extraña, como si detrás el espectro no fuera el de Marx sino el de Brecht o Grosz. ¿Es así?

- Es así. Le presté atención al tema de los personajes porque me pareció que en las novelas que se venían publicando no había buenos personajes. Había seres apáticos, bostezantes, sin reacción psicológica al entorno. Y me pareció que se podía escribir una novela retomando la vieja idea de limitarse a presentar un gran personaje.

Es decir, un tipo que es una especie de rareza, y que por eso puede sintetizar una época. Añadirle un estilo novedoso y poner al personaje al servicio del estilo, y no de la narración.

Narrar no me interesaba per se. Quería encontrar una prosa novelística que me permitiera sintetizar lo que venía leyendo, que era básicamente poesía: la de los 90, también chilenos (Lira, Cuevas, Maquieira). La solución fue un personaje que no se pareciera a nada: Styrax. La gracia era contrapesarlo con una presentación realista en términos decimonónicos.

- La figura del drogado parece moralista pero las drogas hoy día son otras figuras del consenso. ¿Pensaste esa cuestión?

- Es una figura de los 80 y 90, un producto cultural de la socialdemocracia que siguió a la dictadura; en una época de pactos generalizada, constituye la única forma de extremismo que puede tolerar un socialdemócrata. O sea, el drogado representa un tipo de extremista compatible con el sistema cultural del alfonsinismo y el menemismo. ¿Cuál es el extremista que queda afuera, el incompatible?.

Los militantes revolucionarios de los 70. Para la socialdemocracia, los idealistas son peligrosos. No es raro que en esos años se haya encumbrado al drogado: es un extremista sin ideales, desencantado, escéptico, “esclarecido”. Es una figura ética de consenso socialdemócrata: en términos culturales, tenía gracia ser drogado, no la tenía ser montonero.

Pero con los cambios que hubo a partir de 2003, la falsedad ética del drogado quedó al desnudo. Las señoras burguesas de Caballito no se escandalizan cuando Celeste Cid habla de sus adicciones en la Rolling Stone. Se escandalizan con la juventud políticamente organizada. De acá provienen las alusiones antinarcóticas de mi novela. Lo que genera problemas en los socialdemócratas es la organización, no la marihuana. (Télam)

51ab66ce18c9f_229x153

Jaime Sabines: Lenguaje callejero, poeta popular

 


La Antología Poética del mexicano Jaime Sabines (1926-1999) recoge la voz de un observador de la vida diaria, un fraseo callejero que entre polos a ratos colindantes -la muerte y “los amorosos”- discurre sobre la soledad, el desamparo, el escepticismo, el desasosiego del que exclama: “Quiero mi corazón desnudo/ para tirarlo a la calle”.

 

51ab66ce18c9f_229x153

La compilación, editada por el Fondo de Cultura Económica, recoge los libros más destacados de este poeta profeta en su tierra -”Horal”, “La señal”, “Tarumba”, “Yuria”, “Maltiempo”, “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”- que solía llenar los teatros donde recitaba sus textos y de cuya antología “Recogiendo poemas” (1997) se tiraron 500 mil ejemplares.

 

Entrevistado por Télam respecto de la obra de Sabines, el poeta y traductor mexicano Eduardo Langagne, no duda en ubicarlo como “uno de los poetas fundamentales de toda la historiografía de la poesía mexicana. Sabines consuma una renovación íntima de la poesía de México; con él se conquistaron nuevas regiones de lo indecible”.

 

Lo destaca además como una “voz contundente” que indica en México un nuevo rumbo en la línea con “un lenguaje coloquial que ya se había ensayado en otros países de nuestro idioma; esa expresión directa, tomada de la calle, de la cotidianidad, pero transformada en literatura”.

 

Maestro en letras latinoamericanas, Langagne señala que otra característica es un rastreo de lo cotidiano que “produce esa multiplicidad de lecturas que el lector aprecia. Dice lo que todos hemos querido decir. Ese es el sentir de la gente que lo lee, que es mucha y diversa. Si alguien tiene un solo libro de poesía en su casa, seguramente es Recuento de poemas de Sabines”.

 

En esa dirección hay un fraseo en consonancia con lo popular que se inscribe en un lenguaje directo, despojado; dice el poeta: “Afuera, Dios roncaba”, “¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla”, y a ratos en un tono más crudo: “Con la mano más larga de las que tengo/ me busco, husmeo mi cráneo en el cajón de la basura”.

 

“Con todo, no es un poeta tan sencillo como suele creerse -aventura el traductor-, sus lecturas están inmersas en ese proceso personal de síntesis, aunque la voz poética atiende a un público masivo. Sabines recoge un lenguaje cotidiano ya procesado por el habla popular y condensado por la emoción estética”.

 

Agrega Langagne: “Crea un público lector para la poesía; se instala en el nuevo estremecimiento sin dubitaciones. El poeta José Emilio Pacheco lo resumió así: `Sabines se equivoca como todos, pero acierta como pocos`”.

 

Las claves de esta voz, seguidora del romancero español, García Lorca y Bécquer, pasan a su entender por “la muerte, la vida, el amor; las tres heridas cantadas en el poema de Miguel Hernández; en las charlas sobre poesía que pude tener con él recuerdo haberlo escuchado hablar emocionado de la poesía española”.

 

Entre otras influencias y vecindades están Whitman, Vallejo y Tagore como escribe en el Diario semanario: “`Hay que llegar a esa ternura de Tagore`. Y Neruda, desde luego, aunque en algún momento decide denostar a su maestro, como todo joven. Dice en Tarumba: `Le curo las almorranas a Neruda`. Sé que leyó mucha poesía mozárabe”.

 

Otro de los núcleos recurrentes de Sabines es la muerte: “Un tema universal que, se ha insistido, está presente de una manera singular en los escritores mexicanos. En la poesía Náhuatl, por ejemplo, uno no muere, uno `está muriendo`”.

 

“Muchos tópicos de la muerte en Sabines, los encontramos en los poetas del mundo prehispánico. Aunque ya fueron intervenidos o manoseados por los compiladores españoles de la época colonial, creo que conservan esas connotaciones”, desliza Langagne.

 

Para Sabines, hay un Dios a ratos desdibujado: “Así sucede con la propia tradición católica de mi país -explica- sobre todo en las ciudades; Sabines lo advierte y apunta: `Dios baja a tierra los domingos por la mañana a las horas de misa`, o bien: `Creer en la supervivencia del alma, o en la memoria de los hombres, es lo mismo que creer en Dios, es lo mismo que cargar su tabla mucho antes del naufragio`”.

 

Sobre el desgarro del amor -uno de sus textos más populares se titula “Los Amorosos”- ha dicho el ensayista mexicano Carlos Monsiváis: “Sabines no es un poeta romántico según la definición en uso, pero sí ve en el amor una sensación cósmica, la utopía que engrandece las vivencias”; y en el la misma dirección se expresa Langagne: “Era un amoroso que a veces creía no saber expresar su amor”.

 

Concluye Langagne hablando del sentimiento de fraternidad que atraviesa la poesía del autor de La Señal: “Lo humano, lo fraternal, lo solidario, está presente en todo el conjunto”, y lo rubrica con una de las potentes metáforas de Sabines: “El mar se mide por olas, / el cielo por alas, / nosotros por lágrimas”. (Télam)