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Hay momentos en que nos sentimos impotentes.
Me ocurrió el martes pasado en un comercio, acá en Roca.
Estaba esperando que me atiendan. Entró una niña de unos siete años. Hermosos ojos grandes y renegridos, trenzas largas casi hasta la cintura, su ropita sana pero algo sucia, sus manitas más sucias aún.
__¿Me compra pañuelitos, señora?
__¿Por qué vendés pañuelitos?
__Para comprar comida.
__¿Qué comida?
__¡Comida!
__¿Quién te da los pañuelos?
__Los compro en el kiosco, después los vendo y compro comida.
__¿Vas a la escuela?
__Sí.
__¿A qué grado?
__A primero…
Cuando se retiró la observaba por detrás del vidrio y me preguntaba qué pasaría por la cabecita de la nena mientras conversábamos. Dónde estarían sus padres. Cuál sería la verdad.
¿Es humano que una niñita se humille vendiendo pañuelos?
Tal vez la respuesta esté en estos versos de Rafael Alberdi:
“…No pidas limosna niño,
son tuyos el pan y el agua.
Pídele tu parte a un mundo
que te olvida en su abundancia…” |
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