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En la noche el silencio abruma.
La soledad de la casa acusa tu vacío.
Los latidos de mi corazón golpean sobre mi pecho, como el tic-tac del reloj cercano a mi cama.
Entonces, solamente escucho lo que me dicen mis ojos, que parpadean y agitan mis pestañas.
Los tengo abiertos, activos, atentos, inquietos, curiosos, por momento hasta desconfiados y no perciben nada.
La oscuridad de la habitación es tan arbitraria y sargentona que sólo ella reina; así, no permite que mis ojos vean.
Igualmente ellos se mueven de un lado para otro y escucho que me dicen, a modo de consejo:
“Quédate tranquila porque estando contigo siempre estaremos atentos, detectando peligros.
No hagas caso ni al miedo ni al poder de la imaginación, que así no bañarán de sudor tu cuerpo.
Seguro que tendrás muchas, muchas, pero muchas noches como ésta.
Trata de conciliar el sueño, deja que el tiempo pase y amanezca.
Porque, en definitiva, la soledad es buena y el silencio acompaña".
Esto me dicen mis ojos, que me hacen sentir segura porque no pasa nada. |
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