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Por Marina Alam
La amistad es un sentimiento que confluye con el de la hermandad. Van paralelos pero tan cercanos que terminan fusionados. Pero no siempre los hermanos son amigos.
Nació cuando encontré a otro ser humano maravilloso que quiso jugar conmigo. Yo ya sabía caminar, pero aún estaba aprendiendo a hablar.
Expresó preocupación y tristeza cuando me caí y me lastimé. También lloró con hondo sentimiento.
Rió, cantó, corrió, y bailó conmigo en la excluyente tarea de divertirnos juntas.
Cuando me enfermé y no pude ir a la escuela ni a jugar, me hizo compañía y me leyó interesantes cuentos que hacían volar nuestra imaginación entre castillos, hadas y brujas malas y horribles o heroicos caballeros que nos venían a rescatar a nosotras también.
Con generosidad, me ayudó y me enseñó aquello difícil, que yo no sabía o no podía hacer.
Ella sabía mucho. Todo lo sabía. Sus dibujos eran los más lindos.
Por ella supe, con los ojos agrandados por tal revelación, que el Ratón Pérez no se llevó mis dientes de leche, que yo colocaba bajo de la pata del respaldar de mi cama, a cambio de monedas. No. Papá puso las monedas allí. A veces era nuestra abuelita quien hacía el canje, y que yo, feliz, atesoraba en mi alcancía.
También me enseñó que en verdad no existía tal cigüeña que traía a los bebés. Ella lo sabía porque mamá se lo había contado. Era un secreto. A ella le podían contar esos secretos porque era mayor que yo. Claro. Tenía diez años. Pero ella podía compartir “esos secretos” conmigo.
Ah! Ahora comprendo por qué se burlaron de mí los chicos del barrio cuando les fui a contar que la cigüeña me había traído la noche anterior, a un hermanito nuevo. Que por suerte, y pese a que hacía muchísimo frío y estaba muy oscuro, mi papá pudo escuchar cuando la cigüeña con su largo pico golpeaba la ventana. Entonces la abrió y recibió al bebé. Eso me lo contó mi papá. Le pondrán de nombre “Antonio Marón”. Yo estaba muy feliz y quería compartir mi alegría.
Ellos se reían de mi y uno hasta me dijo una grosería que me hizo llorar. Yo tenía siete años y toda la inocencia del mundo. Comprendí la situación pero nunca pude perdonar sus burlas. Nunca más fueron mis amigos. No volví a jugar con esos maleducados.
Luego, mientras crecíamos, además de compañeras, fuimos confidentes. Yo la admiraba. Era mi consejera.
Tuvo confianza en mí y yo en ella. Incondicional y valiente defensora, yo la seguía a muerte sin una pizca de dudas. A su lado me sentía segura. Disipaba mis miedos con convicción. Y yo le creía.
Me alertó de peligros verdaderos. Compartió mis temores, silencios, expectativas y proyectos. Y mis sueños…
Hoy, tiempo y distancia. Otra dimensión.
Hermana. Amiga: Añoro tu presencia., tu risa, el timbre de tu voz cuando cantabas. Fue bueno conocerte. Fui afortunada.
En lo más profundo de mi conciencia, tu recuerdo permanece. Eres un ángel dormido que despierta y te multiplicas cada vez que encuentro nuevos amigos. Aunque distintos a ti, ellos me ayudan ahora y hacen mi vida un poco más interesante y valiosa. |
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