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Desde que mis pequeños dedos empezaron a trazar garabatos o mi mano tomó una varilla, un pedazo de carbón, un lápiz y una lapicera comencé a relacionarme con la escritura al punto de llegar a sentirme totalmente ligada a ella.
Quizás no fue solo en el cuaderno sino en la tierra, en una pared, en un pedazo de madera, en una hoja de papel o donde fuera donde expresé mis primeros sentimientos, escribiendo “mamá”, “mi mamá” o “mi mamá me mima”.
Luego fue ¡Amor mío!, !te quiero!.
Después, “justicia”,”queremos aumento”,”reivindiquemos nuestros derechos adquiridos”.
Ahora, sumergida en las letras se tocar fondo en mis entrañas, abrir mi corazón, liberar mis pensamientos y escribir sin medir la intensidad de mi inspiración, que puede ser desproporcionada, loca o sorprendente. Hasta yo me admiro cuando leo y releo párrafos escritos casi con emociones inofensivas que han sufrido súbitas transformaciones del papel a la lectura y me traicionan estremeciéndome hasta la punta de mis uñas.
Siempre me digo: tenés que escribir, aunque sea por escribir, como terapia, recreación, placer o porque sí. No importa si no hay nada nuevo porque nuestro sentimiento puede ser distinto, renueva nuestra existencia y es el referente de que estamos vivos.
Amo la escritura. Amo la vida. |
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