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Llovía en mis ojos, como tantas veces, llovía y seguía lloviendo. El dolor era tan grande que no me permitía llorar, solo llovía en mis ojos. Cuando no alcanzaba a comprender, cuando no podía modificar lo que escuchaba por maás esfuerzo que realizara, siempre llovía en mis ojos…
Sólo llovía,, si lloraba hacía muecas, gemía, me temblaban los labios, me tomaba de la cara, tiritaban mis hombros, se ahogaba mi voz, pero en estos casos sólo llovía en mis ojos.
Borbotones de gotas salían sin control, ahogándose solas entre ellas, circulaban mis mejillas y solo sentía un inconmensurable dolor , que era tan grande que no me dejaba llorar.
Parecía un suicidio de perlas de tristeza, de rocío cristalino apareciendo a horas inexactas, parecían burbujas de jabón sopladas por niños ausentes que con la descomposición de la luz que siempre propician, rodaban sobre el tobogán de los lamentos.
Ni las amenazas, ni los improperios, se asemejaban a esas iniquidades que eran solo palabras, sostenidas, repetidas, contundentes, como lanzas cadentes. Perforaban el alma y el universo llovía por mis ojos.
Porque todo el universo desaprobaba, todo el universo condenaba, pero ni su poderío podía corregir el error acaecido y entonces llovía por mis ojos.
Desaprobaba la furia inesperada, el reclamo inmerecido, la agresión impartida. Se avergonzaba del desequilibrio y llovía por mis ojos.
Yo después, cuando el universo alcanzaba a comprenderme, recién entonces podía llorar.
Alida |
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