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Carlos Torrengo
 
  01 » Apr 2010
Perfiles: De Ricardito a Ricardo
  Tiene 58 años. Llegó a la política hace 10. A su edad, su padre ya era presidente de la Argentina.

No le gusta que lo comparen con él. Pero es un ejercicio inevitable. Sabe que su perfil bajo como dirigente y diputado nacional de la UCR concluyó hace un año, el día en que murió su padre. Esas horas en que un granadero enorme se le acercó. Y con "cara de guerra", le entregó el bastón presidencial que un diciembre que no se perderá jamás en la historia recibió Raúl Alfonsín a modo de símbolo de poder sobre un país esperanzado en dejar atrás su estiva de tragedias. Desencuentros. Sangre. Dolor.

Con esa muerte, en la carpa radical él dejó de ser "Ricardito" para ser "Ricardo". A secas. Tan a secas como lo fue "Raúl". Su poder en este quejumbroso partido tiene esa génesis: ser hijo de Raúl. O "Raulo", como decían los jóvenes del "Ahora, ahora, ahora la Coordinadora". Ni bueno ni malo, la matriz de su poder no es una dilatada y épica militancia. Mucho menos de descollar en el plano del intelecto. Entonces, como suelen decir los periodistas americanos a modo de definir perfiles de la política: "Si algún día llega a la tapa del 'Times' será más por sus nobles convicciones que por la agudeza de su talento".

Porque al igual que su padre, Ricardo es más una voluntad política puesta al servicio de la política que un pensamiento que pone a la política bajo ebullición de ideas. Es un clásico del radicalismo: praxis. Como la de su padre, esa praxis es cristalina.

Y como su padre, genera una inmensa corriente de legítimo afecto en parte del mapa radical. Lo demostró ayer, en la Recoleta. Al cerrar el acto con que se recordó a su padre, se le pareció tanto que conmovió a muchos. En gestos. En uso de categorías de análisis. Y etcétera, etcétera.

Ricardo Alfonsín acuna hoy la posibilidad buscar la Rosada. Y hoy está en el podio de mejor imagen entre los dirigentes políticos. Con eso no basta, claro. Pero tampoco es poco a la hora de darse manija.

Pero, ¿y si arranca?

carlos torrengo
carlostorrengo@hotmail.com
 
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  19 » Mar 2010
“Qué título perdió: Elías en calzoncillos”
  Reacio a hablar de política en términos teóricos, en una entrevista realizada en los 90 definió el poder como “ayudar a que la gente mejore”, aunque admitía que éste también podía ser “algo tóxico y que afecta a la razón”.

Fue una mañana de finales de agosto del 90.
–Pibe, rajate de Buenos Aires. Viaja a Neuquén. Tuti Gadano tiene que ir a Brasil y hay que darle una mano a la agencia Neuquén –me dijo por teléfono “Tito” Boglio, entonces secretario de Redacción del “Río Negro”.
Intenté resistir.
–¡No, Tito! En Neuquén es la época de los vientos… y ahí todo viento presente siempre es menor que el viento por venir. ¡Tito!..
Esa noche yo estaba en Neuquén.
–No sé si estás enterado, pero acá hay un señor que se llama Felipe Sapag –me dijo “Tuti” mientras revolvía un guiso sin vocación de guiso.
En términos casi shakespearianos, me describió el esquema político y económico del poder neuquino. Un arco de muy malos a unos poquitos malos… pero malos al fin. En términos del italiano Renzo De Felice, en materia de ejercicio de poder en Neuquén había “ausencia de todo bien; presencia de todo mal”.
–¿Y dónde esta don Felipe en todo esto? –pregunté.
–Andá a verlo, andá a verlo. Es un tipo interesante –respondió.
Y fue un personaje adicto al insufrible Carlos Gardel quien aceleró el trámite de hablar con Felipe: el dueño de “La Raya”, un restaurante que al menos en aquel 90, estaba en la calle Alberdi. Hombre bajo. Ancho. Cuello mezquino.
–¿Ve a ese señor? Es uno de los que más respeta Felipe –me dijo una noche marcándome a un hombre que comía solo. Ese hombre era “Caito” Natali. Ex ministro de Gobierno en uno de los mandatos de don Felipe. El hombre de “La Raya” nos presentó. A la mañana siguiente, “Caito” Natali me llamó:
–Felipe lo espera ya en su casa, en la calle Belgrano. No quiere entrevistas, sí charlar.
Al salir de la agencia Neuquén del diario me crucé con “Beby” Salto.
–¡Seguime! –le dije.
–¿A dónde?
–A encontrarnos con la historia –respondí haciendo gala de esa solemnidad que suele ser propia de esta especie, convencida de ser el ombligo del planeta, que somos los periodistas.
Felipe nos abrió la puerta.
Inmenso Felipe, al menos para mí, un petiso.
Todo vestido de gris. Brazos colgando. No era urso, pero había algo de urso en Felipe. Fugazmente su imagen tenía algo de Anthony Queen. Fugazmente, nada más. Y rostro con dejos de taciturno… “Rostro de vieja” los definía un nacionalista recalcitrante, Ignacio Anzoátegui, en su “Vida de muertos”.
Casa maciza la de Felipe. Mucho roble. Ambiente conventual. De templarios y conjura.
Felipe sentado en una silla de respaldo alto. Manos en las rodillas. Posición propia de afiliado al PAMI esperando que lo atiendan.
Y una argolla colgando en la derecha de su cinto, de la cual pendían no menos de 20 llaves.
Monocorde para hablar fue Felipe.
–Yo opino poco… hablo poco de política –dijo y agregó:
–Todos hablan de mí, menos yo. Recuerdo la tapa de una revista de hace muchos años… no me acuerdo cual, pero una revista política. La tapa era sobre el retorno de Perón y había una foto en la que Perón estaba en el bote que lo sacó de la cañonera para llevarlo al hidroavión que lo llevó al exilio a Paraguay. Y el título decía: “Todos opinan menos Perón”. Así hago política yo.
–¿Perón nunca le recriminó que usted lo derrotara aquí en las elecciones de marzo del 73? –le preguntó “Beby”.
–¡No, jamás! Perón era inteligente. Además nosotros no derrotamos a Perón: derrotamos a Abal Medina, a Rucci, a Lorenzo Miguel, que lo metieron a Cámpora en eso de venir a torearnos aquí a nosotros en plena campaña electoral. Se olvidaron que aquí el peronismo éramos nosotros. Por lo demás, fue mi hermano Elías el que más trató a Perón… Elías es más sociable que yo. ¿Lo trata usted a Elías en Buenos Aires? –me preguntó.
–Hace poco lo acompañé a comprarse calzoncillos –respondí–. Yo estaba en los 36 Billares, en avenida de Mayo, tomando un café con Rígoli, un periodista, y pasó Elías. Nos vio y lo acompañamos hasta la avenida Entre Ríos, a una tienda de ropa para gordos a comprar calzoncillos. Lo conocían: “Don Elías de aquí, don Elías de allá”. Le trajeron calzoncillos que más calzoncillos parecían carpas de circo. Compró una docena –señalé y Felipe se desordenó de la risa.
–¡Qué título se perdió usted!, ¿no?... “El turco Elías en calzoncillos” –reflexionó Felipe y el apunte que en la noche de aquel día saqué a modo de rescate de la conversación dice que fue en ese momento que le dije que me costaba imaginármelo como pibe.
–Pero fui pibe. Sí, sí. Y vago vago… ¡Mi viejo me daba cada tunda! –comentó y acotó:
–Y he llorado de pibe y de grande... Le digo esto porque por ahí dicen que no tengo emociones –comentó.
–Sé que durante años llevó en el bolsillo trasero de su pantalón la carta de uno de sus hijos muertos durante la represión. Algo así como una despedida por si caía. Sé que de noche usted solía levantarse, irse a la cocina, leerla y llorar…
–¿Quién le contó eso a usted? –me preguntó.
–No importa, no importa. Me los contaron con suma delicadeza hacia usted.
–Sí, sí. Hay mucho de todo eso…

Cuando Sobisch lloró

Cuatro años después de este encuentro con Felipe, una noche en la bellísima Branf –Canadá– Jorge Sobisch me comentó:
–A usted que le gusta la historia le hago una reflexión. Hay que estudiar al Felipe de la política, del poder, del gobierno… pero ése es un libro fácil de escribir, o más o menos. Pero está el Felipe de los hijos muertos, y ése es un libro complejo de hacer... ¡Qué habrá pasado por esa cabeza!
Fue una noche de confesiones de Sobisch sobre su relación con Felipe.
–Es durísimo… Mire: un atardecer de invierno, siendo yo intendente de Neuquén y él gobernador, me llamó para hablar de un tema. Fui a verlo y me trató tan mal que me fui llorando, a pie y a mi casa. Estaba muy mal. A la una de la mañana tocan el portero eléctrico… Era el presidente del Banco Provincia de Neuquén (N. de R.: puede que Sobisch me haya nombrado a Lípori). Felipe lo había llamado: “Andá a verlo a Jorge, se fue mal. Decile que venga, tengo miedo de que haga una cagada”. Y fui. Me recibió, me abrazó y volvió a ponerme en ida y vuelta …

El ejercicio del poder

Del encuentro de Felipe con “Beby” Salto y yo quedan unas cuarenta carillas de apuntes. Hablan de política y más política. Y del ejercicio del poder. Subrayadas en un rojo algo desvanecido hay dos reflexiones de Felipe.
Una: –Usted me pregunta qué es el poder para mí. Mire, yo soy un tipo simple, no soy un intelectual… Creo que el poder es el poder ayudar a la gente, a que la gente mejore. No sé… creer que el poder es algo más de eso es como inyectarse tóxicos, afecta la razón…
Otra surgió ante una pregunta:
–Hay razones para estimar que Elías puede haber sido en finales de los 60 uno de los correos entre Perón y Aramburu, cuando éste había avanzado en su convicción de que el sistema político argentino no tenía salida sin el peronismo. ¿Qué sabe usted de eso Felipe?
Felipe levantó las cejas y pareció quedarse sin habla.
–Yo no sé nada, nada. Créame. Pero claro, Elías era Elías…
Dos horas después, con “Beby” dejamos la casa de la calle Belgrano.
–¿Qué pensás? –me preguntó “Beby”.
–Que algún día Felipe será otoño, su paso por el poder necesitará de un Vargas Llosa, un García Márquez, un Carpentier… ¡una novela!...


CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@hotmail.com
 
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  05 » Jun 2009
"El colectivo" de Eugenia Almeida
  La escritora cordobesa presenta un ensayo sociológico sobre los pueblos pequeños, sus características, sus rutinas de la vida cotidiana. Carlos Torrengo recomienda este libro con una historia sencilla y agradable para disfrutar.

 
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  05 » Jun 2009
"Volver a matar" de Juan Bautista Yofre
  El autor presenta su tercer libro sobre la violencia en el país durante los años sesenta y setenta. Carlos Torrengo te recomienda este libro ya que representa una investigación formulada a partir de los archivos ocultos de la Cámara Federal Penal.

 
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  30 » Jan 2009
"El poder y el delirio" de Enrique Krauze
  El historiador mexicano publicó un nuevo libro donde estudia a la actual Venezuela de la mano del presidente, Hugo Chávez. Carlos Torrengo habla sobre la pasión que despierta este ensayo. Escuchá el audio:

 
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