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05 » Aug 2009 |
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Diario de la gripe del cerdo (7) |
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Diario: abstinencia informativa: sin datos de muertos ni infectados actualizados para alimentar nuestro más fervoroso desconcierto. ¿Será el momento de desclavar los tablones que habíamos fijado en las aberturas de nuestras viviendas para asegurar nuestro más completo encierro, llámese distanciamiento social? ¿Es hora de salir a superficie? ¿O será la tensa calma antes del embate final? ¿Eh? |
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19 » Jul 2009 |
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Diario de la gripe del cerdo (6) |
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Diario: por motivos que no viene al caso explicar aquí (si bien un diario es, por definición, la plataforma ideal donde todo intentar explicarlo) tuve que subir a un par de aviones en los últimos días. En uno de esos vuelos, un vuelo que unía Buenos Aires con la ciudad de Comodoro Rivadavia, me tocó ver lo que relato a continuación: ya estábamos todos los pasajeros sentados en nuestros incomodísimos asientos, mucho silencio, muchos ojos dirigidos a las cándidas revistas que las líneas aéreas ofrecen a los viajantes, uno de esos bodrios con actores de larga trayectoria en la tapa, con abundante información sobre los últimos adelantos tecnológicos que hay que comprar; ese decálogo de notas bobaliconas, paisajes, y fotografías, que busca, en el mejor de los casos, cambiar el nerviosismo propio que subyace a la inminencia del vuelo, o al vuelo mismo, por una visión del mundo más o menos alta costura, alto consumo, si se lo piensa bien, un espanto si es lo último que uno va a leer en este mundo. Lo cierto, diario, es que estábamos en eso, cuando de pronto una azafata rubia-danesa-policía-femme fatale, dice que por disposiciones del gobierno de Chubut debíamos completar un documento: en él, obligatoriamente, debíamos indicar si habíamos experimentado alguno de los siguientes síntomas: tos, fiebre, dolores musculares, vómitos, jaquecas pronunciadas, es decir, el abc de la gripe del porcino; además fuimos obligados a dejar nuestro domicilio, nuestro teléfono, nuestro correo electrónico, el nombre de alguien que pudiera ir a rendir cuentas por nosotros –su teléfono, su dirección–, y consignar a qué parte de Chubut íbamos, y por último: ¿había el pasajero hecho un trasbordo o permanecido en otra ciudad antes de tomar el vuelo? Era necesario firmar de puño y letra y se nos anticipó que a la llegada alguien del ministerio de salud local requeriría la antedicha información. Obedezco: completo la planilla y la dejo entre dos hojas de la revista de la línea aérea. Tras esto, empieza una larga espera dentro del avión, todavía sobre la pista, con las turbinas en marcha. Media hora, cuarenta minutos. Especulaciones de qué sería lo que demoraba el despegue comenzaron a propagarse en cadena desde todos los asientos. Fila por fila, las quejas, los suspiros, las miradas hacia adelante y atrás, yendo y viniendo como olas, como un estrafalario ballet, parecían, en su afinada coordinación, las piezas de una de esas fantásticas e idiotas coreografías realizadas con fichas de dominó en las que las asociaciones de nerds suelen volcar toda su líbido, así, sin pedir permiso, siendo ellos por primera vez, las fichas bajando y subiendo por las escaleras de un gran hotel, uno de esos eventos que con particular insistencia suelen dar vida a los tiempos muertos de los noticieros (¿Qué querrá decir la emergencia de tal desparpajo en un televisor?) El avión: esos rumores, esa mala onda, esa impaciencia y la espera propia de avión estancado, antecedieron a lo siguiente: de pronto un pibe de unos 25 años pasó caminando en dirección a la puerta delantera de la aeronave. Todos vimos cómo abajo volvía el mismo colectivo que nos había llevado al gigante alado. El joven (¡horror de horrores de los pasajeros!) cruzó con un barbijo sobre su rostro por el estrechísimo pasillo, rozando a su paso las ropas y brazos de los pasajeros sentados. El pibe: ropa suelta, ropa hip-hopera, gorrita, zapatillas Adidas de charol blanco, y un gran -insisto- barbijo sobre la boca, y su equipaje de mano. La azafata bella como una arpía lo vio llegar a la puerta. Y le entregó el papel que nos habían dado para llenar. Lo bajaron del avión, y no volvió nunca más. Más murmullos, obviamente, cruzando el avión. Mujeres rezando una indignación porque al chico le habían permitido subir. Especulaciones de esas mujeres: ¿estaremos todos contagiados? Lo siguiente fue lo que sigue: una voz del comandante, una voz de tipo hablando desde otro pliegue de la realidad, o mejor, como si en otro pliegue de la realidad lo que nos dijo fuera una publicidad; dijo: “damas y caballeros les pedimos disculpas por la demora. Les informamos que tenemos óptimas condiciones de vuelo. Y que estaremos llegando al destino previsto aproximadamente a las 17 horas. Les pedimos nuevamente disculpas por la demora, que se debió a que un pasajero que estaba a bordo, no se sentía bien. Gracias, disfruten del vuelo”. |
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12 » Jul 2009 |
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Diario de la gripe del cerdo (5) |
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GripelAndiA, o el lugar donde algunos dicen que comenzó todo. |
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09 » Jul 2009 |
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Diario de la gripe del cerdo (4) |
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Caro diario: a la manera de tardío homenaje escribo esta entrada recordando a un precursor en el uso de barbijos porque sí, que es como la mayoría de los mortales los están usando: Michael Jackson, ese hombre cuya tez forzosamente blanquecina y cuya metálica nariz uno adivinaba detrás de un barbijo, para luego preguntarse a cuántos grados dormía por la noche o cuando fuera que durmiera en su cama criogénica propia de Viaje a las estrellas. A su manera, él mismo una plaga, anticipó usando el pañito sobre el rostro todas las que vendrían, aunque lo suyo fue más un estado de la mente, una proyección de oscuridad. Espié en mi pantalla su funeral de gente con rostros bien descubiertos (caras famosas que subieron la tarifa de los derechos de televisación a valores astronómicos), y también su ataúd doradamente millonario, ese escenario en el que de todos los famosos de color que había y eran mayoría, sólo distinguí, a ojo de buen cubero, la figura de Kobe Bryant, una figura suya moviendo las caderas al ritmo de una dulcísima melodía entonada por unas cincuenta personas (esa coreografía y la venta del show como hecho puntual que explica la demora del entierro global, la canonización mediática –esta vez– como escoba barriendo la basura judicial debajo de la alfombra antes de la llegada de la visita), unas cincuenta personas sobre el escenario que, lo dije, eran todas famosas y miraban a cámara y alternativamente a las pantallas gigantes mientras imaginaban, por qué no, cómo un cultivador de arroz de la China estaría viéndolos, entonando él mismo, con las dificultades del caso, idéntica melodía, es cierto, en un inglés caricaturesco, como de arrocero acompañador, así como todos nosotros no acertábamos en cambiar de canal en el living de nuestras casas, mientras llorábamos o pensábamos cosas como las que estoy escribiendo ahora, mientras maldecíamos a Chiche Gelblung por ser tan putamente fetichista de la muerte. Una melodía que me pareció toda una arquitectura: un puente colosal, interminable hacia el nunca jamás del olvido, un sucedáneo astral y espiritual del Neverland que con millones de dólares se construyó en un rancho en California, donde durmió rodeado de almas algún día puras -hoy habría que ver en qué estado están- como la que uno puede ver en el niño Michael, cuando era el de los Jackson Five. |
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07 » Jul 2009 |
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Diario de la gripe del cerdo (3) |
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Pasillos de supermercados como las pistas de patinaje del fin del mundo (de tan vacíos). Taxistas diciendo que la gente no toma los recaudos necesarios -sí: la palabra "recaudos"- (mientras te aseguran que limpiaron el asiento en el que vas sentado, mientras tosen enésimas toses en sus antebrazos pegajosos, mientras esculpen perfectamente los virus del año que viene en sus pulóveres chinos). Barbijos a la moda en la televisión (ninguno con la lengua de los stones; ninguno con la boca del Guasón). Calor en julio (sin placas de Crónica que digan que es cierto). Cambio y fuera. |
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04 » Jul 2009 |
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Diario de la gripe del cerdo (2) |
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Querido diario: veo con beneplácito cómo en otras provincias se toman las decisiones que aquí (todavía) no.
Cambiando de tema: puedo decir que hago bien los deberes: uso agua caliente por quince segundos cuando me lavo las manos con jabón, y cuando hay alcohol también lo uso (sabré un día si es suficiente). Entregado de lleno a experimentar el pánico que me dicen los medios de comunicación que debo tener, por momentos me asalta una actitud general de encierro. Es en esa instancia en la que absorbo, cual esponja catódica, horas de televisión y observo que sólo se habla de la gripe de los chanchos.
Veo que las estéticas preponderantes se pusieron el barbijo. En la televisión argentina, todo el mundo lo sabe, hay diversos grados de sensatez, y de acuerdo a eso uno devuelve sus comentarios más o menos indignados. Vi en mi televisor barbijos reaccionarios y barbijos de izquierda, un tipo de barbijo que no la está pasando bien, y que un tanto azorado avizora cómo los barbijos de la centroderecha se reacomodan, y empiezan a mostrar sus colmillos saliendo, claro, del barbijo. |
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03 » Jul 2009 |
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Diario de la gripe del cerdo (1) |
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Como esto parece ponerse feo (pienso que soy una persona que tiende a no exagerar lo malo), se me ocurrió la idea de comenzar a escribir un diario de la gripe; postear, regularmente, un par de líneas (o más) alrededor de un tema que amenaza con monopolizar las conversaciones y las sospechas (otro gran efecto del virus) de todos los que vivimos al Sur del mundo por estos días.
Lo primero que se me ocurre decir es lo siguiente: somos más conejillos de india que nunca. Neuquén, acaso como no haya sucedido en ninguna otra jurisdicción del país, quedó en medio de dos elecciones, las que perdió Kirchner el domingo pasado (cuya suspensión había pedido la ex ministra de Salud Graciela Ocaña para evitar más contagios) y "la madre de todas las batallas", la interna del MPN, el domingo próximo. No me cierra del todo que se suspendan los espectáculos públicos, se bañen de alcohol los colectivos, se dé asueto a las embarazadas, se suspendan las clases, los diputados no vayan a trabajar, y nos pongamos todos los barbijos del mundo (aunque no se recomiende si no estás contagiado), si no se toma una decisión para evitar que en otros espacios se siga juntado gente: el MPN tiene un padrón cercano a los 100.000 afiliados, y los comicios son abiertos, es decir votan independientes.
Por último, muertes sospechosas, hace un rato. |
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