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31 » Oct 2008 |
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El Poeta Azul |
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Hay títulos insuperables. "El Poeta Azul" es uno de esos títulos. No me pertenece. Y de ningún modo podría mejorarlo.
Me llegó en un texto, un documento de word, letras azules sobre fondo blanco. Un parte de prensa policial. Habla de un mayor de la policía de Neuquén: Víctor Andrés Elgueta.
De él alguien dice lo siguiente: ingresó a la fuerza en 1978 y más adelante, a partir de "la tibieza de su madre y la figura de su padre" tomó inspiración suficiente para "escribir en letras los sentimientos de su corazón". Esta conmoción, acaso una marca del destino, determinó que en 2004 comenzara a dar forma a sus primeros versos.
El propio mayor Elgueta se ofrece a sí mismo como testimonio viviente de lo que la poesía puede obrar en un hombre: "Yo antes saludaba a mi padre dándole la mano, ahora puedo acercarme, darle un beso y abrazarlo", confiesa con un desparpajo poco habitual entre sus pares de la fuerza.
Se ve que de chiquito, como ocurre en los predestinados al arte, hizo gala de sus aptitudes para la cultura: el parte policial dice: "incursionó en los escenarios improvisados de la escuela primaria, era actor que nunca faltaba y muchas veces el más esperado". "Sus maestros -sigue el texto-, se emocionaban cuando lo escuchaban".
Su prosa, y el ejemplar que la reúne, hablo de "La vida en poesía", sigue siendo para mí un misterio. No obstante, como adelanto, pude saber que "el quehacer diario en la fuerza policial, sus compañeros, los que están y los que partieron, son la fuente inagotable" que lo nutren y "lo inspiran a seguir escribiendo".
Alguien, al parecer un grupo de periodistas, o un hombre con pruritos injustificados para escribir en primera persona, dice en el mismo texto: "le preguntamos si estas historias, las que narra en sus poemas, lo tentaron alguna vez a cambiarles el final", sobre todo asumiendo que no son pocos los epílogos, los finales, que no terminan como "todos anhelamos".
Entregado de lleno a la huestes del realismo, Elgueta, firme, marca una postura que, como casi todas, son una autodefinición: "Las historias son tiempos vividos que empiezan y terminan, eso no se cambia", considera.
El mayor dice que es un "versificador", es decir, "el que tiene la capacidad de hacer versos y recitarlos" y, "explotando la observación y lo que le conmueve", hace algo con "lo que queda grabado en arrugados papeles blancos que nunca faltan en sus bolsillos".
(F.C.) |
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31 » Oct 2008 |
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Otro Bolaño |
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Entonces, parece que hay otro libro póstumo de Roberto Bolaño. El camino de su posible publicación recuerda una de esas intrigas literarias que tan bien supo contar, como al inicio de 2666 (segundo texto suyo editado luego de morir a los 50 años, ya que antes habían salido los relatos reunidos en El gaucho insufrible) o en los magníficos cuentos de Llamadas telefónicas. |
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29 » Oct 2008 |
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Pequeña Gran Maga |
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Hay artistas cuya obra es recomendable medir en términos de tiempo. Esperanza Spalding es una artista de este tipo. Sólo tiene 24 años, y más allá de su rotunda y contundente actualidad, uno no puede dejar de hacerse preguntas sobre su futuro. Es decir, tiene, si quiere, entre treinta y cuarenta años más grabando discos. Pero ya se come el mundo.
Por lo joven que es, impresiona la amplitud de su repertorio, lo que no hace otra cosa que hablar de la amplitud de su cabeza y de su refinado y cultivado gusto musical, algo que no le impide mover las caderas entregándose de lleno al más rabioso funk.
Ayer por la noche, dejó al Teatro Español en llamas. Tocó, básicamente, jazz, pero también regaló una chacarera (sí, una chacarera), una bossa nova, una baguala (dijo, en un dulcísimo español, lo siguiente: "la persona que más admiro en el mundo de la música es Liliana Herrero”, con quien estuvo en Buenos Aires y quien -es evidente- resulta una influencia ineludible en la música que hoy derrocha).
De Esperanza se saben un par de cosas: que a los 20 era profesora en la Berklee School of Music de Boston. Que nació en 1984, en Portland. Cuando era una nena, a los seis años, estimulada por su mamá, comenzó a estudiar música. Una de las primeras cosas que hizo fue tocar el violín. A los quince, cambió por el contrabajo. Tiene dos discos, Junjo (2006) y Esperanza (2008). Y está más que clarísimo: como todo talento descomunal, constituye, ella misma, su propio techo.
El fotón, es de Leo Petricio
(F.C.) |
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28 » Oct 2008 |
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Saccomanno y la rejas del fin del mundo |
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"Traslados se los llama. En la Penitenciaría Nacional se sabe que el castigo más temido es que a uno lo trasladen a “La Tierra”. Después de una revisación médica y la cena, se informa a los presos quiénes serán trasladados al presidio de Ushuaia. En la mañana tienen que juntar sus cosas, someterlas a inspección y después son engrilletados con unas barras de acero que no permiten avanzar más de quince centímetros. Al rato los condenados no sólo tienen despellejados los tobillos. También el alma. A cada preso lo vigilan dos guardiacárceles. Se los sube a un barco, se les entrega un zambullo para sus necesidades y se los encierra en la bodega donde habrán de hacinarse y enfermar sumidos en un hedor de letrina. A José Domínguez le dieron veinticinco años. En una mañana caliente y nublada de febrero cuando lo sacan de la celda está decidido a escapar. En el puerto, al subir la planchada del 'Buenos Aires' salta a un lado. El peso de los grilletes lo hunde. Arrancarán su cuerpo del fondo del río recién al otro día."
Así comienza la crónica de Guillermo Saccomanno, en la que mezcla su historia personal, la de la Cárcel del Fin del Mundo, y la de cómo el horror también puede ser negocio. El resto del texto, publicado en el suplemento Radar de Página/12, acá. |
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27 » Oct 2008 |
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La petropolítica |
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El miércoles, a las 19,30, las autoras presentan el libro en el Salón Azul de la Biblioteca de la Universidad Nacional del Comahue. |
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26 » Oct 2008 |
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La garra charrúa |
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No es que me esté poniendo monotemático con Capusotto. Sólo que en Uruguay abrieron un blog y juntaron firmas para que pasen a Pomelo y Bombita Rodríguez en el canal estatal. Y ganaron. |
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24 » Oct 2008 |
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Bayer |
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Estuve con Osvaldo Bayer. Fueron diez minutos. Casi se podría decir que se la pasa viniendo a Neuquén. Hace algunos años lo vi en la Universidad Nacional del Comahue. Se lo veía mal por entonces. Estaba en lo peor de una enfermedad. Esa vez vino con Eduardo Galeano. Bayer fue el encargado de explicar por qué Galeano merecía el honoris causa de la UNC, tal como estaban a punto de dárselo. Me acuerdo que lo hizo en un salón atestado de gente que se había congregado para ver la ceremonia.
Ayer llegó caminando a la entrada del CPEM 18. La escuela, además, se llama Julio Argentino Roca. Y llamarse así, a la escuela le molesta. El caso es que van muchos chicos mapuches, cerca del 40 por ciento de los estudiantes tienen este origen étnico. Hace años que sus padres y algunos de ellos están pidiendo que se cambie el nombre del centro educativo. Se sabe: Roca, la Campaña al Desierto, toda esa matanza.
Bayer dijo cosas importantes. Habló de la interculturalidad como forma de integración. Hizo gala de su prodigiosa ironía. (La ironía del irónico que sabe mucho y que ironiza para el lado de los buenos.) En la entrada había un chico que me dijo que se llamaba Wayky. Le pregunté qué quería decir su nombre y me contó que es como si alguien se llamara Lanza. Dijo que su apellido es Waykian. Y que Waykian es como si alguien dijese “Lanza apoyada en la tierra”. Un nombre que es un desafío. Una declaración de principios como no encuentro en nombre alguno en castellano.
Me pareció también que no era una casualidad que fuera él quien lo esperara a Bayer afuera de la escuela, así, vestido con su vincha, con su remera negra con la bandera del Pueblo Mapuche (esa hermosa combinación de colores). Era como si dos desafíos se fueran a mirar a los ojos y necesariamente debieran saludarse. (Es que ayer verlo a Bayer también era verlo caminando los campos de Santa Cruz, reconstruyendo la matanza de trabajadores que pedían por lo que les correspondía. Me dio cierto vértigo lo solo y empecinado que habrá estado buscando esa verdad. Después me acordé de un documental que vi hace poco. Bayer volvía al lugar de los hechos. A donde habían perpetrado los fusilamientos que cuenta en La Patagonia trágica. Creo que va con el director de la película. Están en una camioneta. El camino que transitan es como muchos caminos de la Patagonia. Tierra y más tierra y unas plantas amarillentas a los costados. Bayer se baja de la camioneta y se queda mirando la placa recordatoria en honor a los trabajadores asesinados. Está quieto. Hay viento, y hay algo de frío, y uno lo sabe por los mechones de pelo y por el atuendo que lleva. Pero Bayer está ahí. Mucho no le importa otra cosa. En ese momento es un hombre que viaja en el tiempo.)
Pero lo que quería contar es que adentro de la escuela pasó algo bastante impresionante. Habían unas 200 personas, todas sentadas, todas mirando hacia un escenario donde había una mesa. En la mesa, los micrófonos, vasos con agua. Ahí Bayer daría su charla: “Vengo a dar fundamentos históricos para otra Campaña, la de sacarle el nombre de Roca nada menos que a las escuelas”, dijo antes de entrar.
La gente miraba el escenario. Todos sentados. Bayer entró de espaldas a esa gente y por eso no lo pudieron ver, y por eso fue un ingreso, al principio, silencioso, sorpresivo. Por ahí alguien lo vio y comenzó a aplaudir. Cuando todos lo vieron, se pararon, y le dieron un aplauso conmovedor. Porque creyeron que era lo correcto. No uno de esos aplausos ensordecedores. Más bien un aplauso unánime, muy afectuoso, muy justo, y que acaso pareció más un abrazo cálido que un aplauso. Algo difícil de explicar, verdadero.
(F.C.) |
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22 » Oct 2008 |
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Zeta Uno |
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Nadie parece conocer este lugar. Se llama Z1. Sí, Zeta Uno. No sé muy bien por qué. Debe ser el casillero que le tocó en suerte en la división catastral de la ciudad. La ciudad es Neuquén. El Zeta Uno es lo que será la ciudad dentro de unos años. La continuidad de la ciudad. Ahora no. Ahora parece un planeta en instancia de colonización. Marte, Mercurio, Júpiter, un lugar sin agua, con ráfagas radiactivas, terrosas, que te dejan las orejas llenas de arena y los dientes mascando cristales.
Hay espacio para unas 700 casas. Es la alternativa que te pueden llegar a ofrecer si cometiste el delito de tomar tierras fiscales o un espacio verde, si todos los días cortás una calle céntrica para decir que no tenés casa, que apenas podés darle de comer a tus hijos, que ahora crecen en una casilla de madera y nylon, como hicieron los que antes tomaron tierras en otros barrios, barrios con nombres que rinden culto a versículos de la Biblia, a movimientos revolucionarios, o a curas piolas que alguien no quiere olvidar, lugares que modificaron el mapa de la ciudad, sobre todo, en los últimos diez años.
Me costó llegar. Nos costó llegar. El Zeta Uno está arriba de una barda en la que trabajan un par de máquinas viales. El resto de los barrios que lo rodean parecen indiferentes a tanta expectativa de los futuros propietarios de las casas.
Primero le pregunté a un almacenero dónde quedaba el plan de viviendas que hacen en la barda. Y le dije Z1. El tipo, que hacía cuentas en una registradora viejísima, me miró como si le hablara de un chip o una alarma de autos. Le pregunté a una quiosquera que tenía todavía menos idea. Sí sabía donde estaba “la Cuenca”, como le dicen en esta parte de la ciudad a la Cuenca XV, el barrio ubicado justo debajo de donde están construyendo las casas.
¿Usted viene a la reunión?- me dijo una chica que parecía de 15, y que iba con dos nenitos de la mano, hermanitos o hijos, y le dije que venía a hablar con gente que estaba en la reunión, y ahí vi que a esa reunión, por fuera del marketing político con que había sido difundida a los medios, la esperaba gente de verdad hacía rato. (Sobre la gente de verdad hay cosas para decir. Sobre el periodismo hay cosas para decir. El periodista a veces se aleja de la gente. Voy a hablar de cuando lo hace por protección. No de cuando hace mal su trabajo estando lejos sin que le importe. Lo cierto es que un poco necesita estar lejos para poder contar bien lo que está viendo. Lo concreto es que esa distancia impuesta un tanto inconscientemente a veces se hace añicos. Queda en la nada. No se me ocurre otra explicación que la de un rostro que sea demasiado tierno, o la de ver un dolor extremo, como para desactivar esa coraza protectora que se acciona ante la fuerza con que se imponen algunos sucesos.) “Suba por ese camino”, me dijo la chica del rostro tierno, señalando una cortada estragada por la lluvia y las huellas de camiones pesadísimos. La tomamos, y ahí vimos una panorámica como la que está arriba de este texto.
Pero también vi a 400 personas siguiendo un ministro, en una dramática coreografía que me hizo acordar a los pingüinos cuando tienen frío. La forma en que se ponen uno al lado del otro para darse calor, cómo se mueven en bloque, cómo son, todos, tan uno solo.
No le perdían paso. Le pedían por favor que hiciera algo para evitar que también a ellos les vinieran a tomar las tierras (ya hubo intentos). Ellos no quieren una guerra de pobres contra pobres. Es más, no quieren ninguna guerra, le dijeron. Pero no le van a permitir a nadie que venga a quitarles lo que todavía no tienen pero ya es de ellos.
Después una mujer se largó a llorar. Imploró por tener una casa. Contó una historia terrible: en la trama de esa historia, una historia de carne y hueso, sobresalía la frase “lo único que quiero” y la palabra “casa”. Sólo esa certeza para sus hijos, no importa que sea acá, decía la mujer, sólo cuatro paredes, un techo y una ventana, aunque sea para ver desde adentro el viento blanco de los días como ayer.
Foto: Agustín Martínez
(F.C.) |
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Categoría : Petrópolis | Comentarios[8]
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