La vida del escritor uruguayo Felisberto Hernández fue dura: la pobreza amenazaba con comerle los talones todo el tiempo, tuvo que ganarse la vida tocando el piano en clubes de segunda, pero logró escribir, cuando la falta de tiempo le daba respiro, cuentos que mucho tiempo después serían apreciados por parte de los escritores más importantes del boom latinoamericano.
Ahora un indiscutido, las nuevas generaciones, de boca en boca, y en alguno que otro suplemento cultural, comienzan a saber quién fue.
Murió en 1963 y fue Julio Cortázar quien lo elevó a la estatura de héroe personal. Llegó a dedicarle una carta, con Felisberto ya fallecido, que sirvió de prólogo a una compilación de buena parte de su obra.
Los condimentos de la vida de Hernández adquieren ribetes novelescos: se codeó con parte de la intelectualidad de París en los años cuarenta. Allí había ido becado por el gobierno de Francia y terminó conociendo en Europa a una de sus cuatro esposas: una espía de la URSS, algo por completo desconocido por él.
De esa imperdible historia, casi una novela de espionaje no exenta de los estiletazos del amor y la oscuridad, pueden encontrar, más datos, en este artículo.
Viggo Mortensen y Fabián Casas, dos hinchas fanáticos de San Lorenzo de Almagro, con otro punto de contacto: el sello editorial del primero -Perceval Press- que publicará a poetas argentinos. En Página/ 12 de hoy.
Algún tiempo antes de morir, Jorge Luis Borges dijo que se enorgullecía mucho más de los libros que había leído que de los que había escrito. Una de esas frases plagadas de falsa modestia que tanto le gustaba dejar en cada entrevista y que, salvando las abismales distancias, tan bien imita Alejandro Dolina, hiperlector de Borges.
Hasta donde se sabe Louise Brown, de 91 años, del sur de Escocia, no tiene obra escrita de la que enorgullecerse. Pero pasará a la fama por ser la persona que más libros sacó de la biblioteca del puebo donde vive. En su vida de socia sacó 25.000 tomos, a razón de unos 12 por semana.
Lo publicó la BBC, pero llegó a nuestra redacción vía el excelente blog Wimbledon, de Guillermo Piro.
Tuve la suerte de visitar la semana pasada una plataforma petrolera. Fueron unas seis horas de permanencia. El día estaba espléndido. Hacían unos cinco grados de temperatura -nos dieron ropa muy abrigada-, no había nada de viento (algo raro: la Ocean Scepter opera a unos 40 kilómetros de distancia de las costas de Comodoro Rivadavia), el mar estaba planchadísimo.
Nunca voy olvidar dos cosas: el enorme sacrificio que hacen los hombres que trabajan ahí (bien pagados sí, pero ahí arriba a nadie le regalan nada: a cada paso se juegan la vida). Y la sensación de insignificancia que, también arriba de una enorme estructutra de unas 15.000 toneladas de hierro, puede sentirse en medio del océano.
Alan Pauls escribió un libro que debe estar entre lo mejor que un argentino haya escrito en los últimos 15 años. Ese libro se llama El Pasado, y lo publicó la editorial española Anagrama, que le otorgó su prestigioso premio Herralde por la novela.
Es un libro sobre el amor y su enfermedad. Es un libro densísimo, que debe tener casi unas 500 páginas.
La Nación le hizo una entrevista (que incluye un video con él arrojando algunas definiciones), donde vuelve a abordar el mismo tema que en El Pasado, entre otros.
Para quienes no lo conozcan, es el tipo canoso que aparece en el canal I-SAT, presentando un ciclo en el que muestra buena parte de lo mejor del cine europeo contemporáneo.
Pauls tiene otro gran libro. Se trata de El factor Borges (también publicado por Anagrama), un ensayo donde desnuda y relee con una inteligencia proverbial al autor de Ficciones.
Según el planteo del poeta del barrio de boedo, un día el autor de El Aleph fue a un banquete en compañía de Norah Lange, quien se fue de ese mismo banquete con otro poeta, Oliverio Girondo, en vivo y en directo.
Héctor Kalamicoy volvió a publicar. Esta vez, luego del escandalete que provocaron sus poemas, un relato, una versión patagónica de la voz narradora de No es país para viejos (No country for old men), de Cormac McCarthy, que aparece en el número que festeja el quinto aniversario de El interpretador, dedicado a la policía.