“Creo que este es uno de los peores momentos de la historia de los medios. No por la literatura sino por lo que está pasando en la relación entre medios y política. Yo empecé a escribir en el ’81, ’82 a los 15 o 16 años en una revista de rock que se llamaba Expreso Imaginario, después entré a El Porteño e inclusive escribí en el número uno de Babel (algunos, como Daniel Guebel, todavía me dicen nene porque yo tenía 16 años y me decían “nene, andá a comprar cigarrillos”). Entonces llegué a percibir un poco la lógica de la dictadura, tener que leer todo entre líneas, y que lo que decían los medios había que leerlo siempre en segundo plano porque había intereses detrás. En este momento, como nunca antes, no hay nada que estén haciendo los grandes medios que no sea por intereses económicos estrictos y concretos y empíricos, muy fácil de ver. Pero creo que por suerte eso no llegó a la literatura.”
Lo dijo el escritor y editor Damián Tabarovsky, en el primer tramo de la entrevista pública que le hicieron hace un par de días. El resto, acá.
-En esa época yo vivía en un piso décimo, mi mamá vivía en el quinto. Yo bajaba, al mediodía, y a la tardecita, a morfar algo, y estaba el televisor prendido todo el tiempo. Esa fue mi única relación con Malvinas. Y en mi laburo... Yo había salido de la cana, y me tomaron como director creativo de la agencia de publicidad que era de la familia del presidente (Roberto) Viola, que ostentaba todas las cuentas publicitarias de las empresas intervenidas por el gobierno. El presidente de la agencia era un amigo de Viola, y el vicepresidente era además el vicepresidente del Banco Central en ese momento, el brigadier Cabrera. Entonces, la agencia era también un lugar donde se reunían los generales a charlar boludeces, a tomar whisky, y a hablar sobre cómo iban a ganar la guerra. Una vez, incluso iba en remís con el brigadier Cabrera, pasamos por la estación Constitución, para tomar lo que después fue la autopista. Y le digo: "Qué buena arquitectura". Me dice: "Sí, es maravillosa". "¿Sabe quién tiene los planos de esto? ¿Sabe dónde están?" "No", me contesta. "Ah, le aviso que están en el Banco Lloyds de Inglaterra; porque esto está asegurado en Inglaterra. Y ellos lo pueden hacer mierda en un minuto. Y ustedes no saben dónde están los caños".
Parte de la interesantísima entrevista que le hizo hace algunos años el escritor Martín Cohan a Fogwill, en ocasión de una reedición de Los pichiciegos, novela de la que pueden leer algo un par de post más abajo o con un click acá.
¿Puede leerse a conciencia, de una forma seria, bajo un sol machacante, junto al lecho de un río, al lado de una pileta, o en la húmeda arena que dejó la retirada momentánea del mar mientras se busca cada tanto un poco de sombra? Yo creo que si hay ganas, sí. Y quizá muy pocos cuentos como El nadador, de John Cheever, como para poder experimentar cierta refrescante locura, ante el avance incontenible del martillazo químico del hedor a filtro solar; el tipo de locura refrescante que deja pensando, que te dibuja una media sonrisa –vos no la notás; todos se preguntan por qué la tenés en el rostro– que incluso no se te va cuando salís de la última zambullida de la tarde, cuando extrañamente sentís más calor, pese a que ya no te molesta, señal de que quizá estés pensando.
No.
Esta no es una tierra extraordinaria. La provincia de Formosa, en el noreste argentino, es una planicie sin elevaciones con una vegetación que fluctúa entre el verde discreto de las zonas húmedas y los campos agrios de la sequía. No hay lagos ni montañas ni cascadas ni animales fabulosos. Apenas el calor del trópico mezclado con el polvo en una de las regiones más pobres del país. Y sin embargo allí, a orillas de un río llamado Bermejo, un pueblo de nombre El Colorado -donde diecisiete mil personas viven del trabajo en la administración pública y la cosecha del algodón- tiene, entre todas sus criaturas, a una criatura extraordinaria: El Colorado es la tierra del Gigante.
Son las dos de la tarde de un día de noviembre. Las calles del pueblo se revuelven a cuarenta y tres grados de calor y en el hotel Jorgito una mujer joven, de andar cansado, dice:
-Pase, le muestro su cuarto. Los cuartos son así: cama, ventilador, la mesa, el baño. Cuando la mujer se va suena el teléfono y una voz honda, -la excrecencia del eco de una catedral o de una bóveda, -dice:
-Al fin. Ahora estás en mi territorio.
Una de las grandes crónicas que recopila en su libro Frutos Extraños, Leila Guerriero.
Se llama El gigante que quiso ser grande y, completa, pueden descargarla acá.
Más abajo, un video del Gigante Joge González (al que una vez, cuando fui a ver un partido entre Sport Club de Cañada de Gómez e Independiente de Neuquén, me le paré al lado y le llegué a las costillas) recordando a León Najnudel, el creador de la Liga Nacional de Básquet.
Es irlandesa y escribió uno de los mejores libros que se hayan traducido en Argentina en el último año. Se llama Claire Keegan. No tantas palabras y más acción -esta vez-: un cuento de su libro Antártida, publicado por la editorial Eterna Cadencia y una entrevista, donde dice algo así como que los cuentos no quieren ser contados, y entonces un día, una mañana, una madrugada, están frente a ellos, o frente a ese atisbo que en un primer momento son ellos, los escritores, solos, para tratar de traerlos al mundo, una y otra vez.
Abajo, el autor de la gran novela El Pasado, y una entrevista en la que habla de la impunidad y falta de leyes que subyacen al momento de sentarse frente a la hoja -monitor- en blanco.
"Ese material es francamente de historia de terror en todo sentido. Por la huella social, por la urgencia, por lo fantasmal, por la figura misma del desaparecido. Además, toda la ciudad está marcada secretamente por esta presencia: las fosas comunes abajo de autopistas, garages, plazas. Cualquier persona que haya vivido su infancia en esa época probablemente tiene la mitad de las neurosis que tiene por haber crecido en un clima de terror absoluto, con la paranoia reinante, con discursos absolutamente perversos. Sospecho que ése es el otro lugar del que saco sensaciones de terror para después escribirlas".
Mariana Enriquez, luego de proclamarle su amor eterno a Martín Parlemo, y de publicar cuentos como éste, ahora sale al ruedo con un nuevo libro de relatos. Por decirlo de algún modo, son cuentos de terror. Lo publica por estos días Emecé, y se llama Los peligros de fumar en la cama.