23 » Nov 2024
Diario Río Negro
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Fernando Castro
Editor Responsable
 
  08 » Oct 2008
Naomi, los ceramistas y el fin del mundo
 


Hace poco los obreros de la Cerámica Zanon me contaron una historia. Pasó hace algunos años. Cinco, seis. Ellos se las rebuscaban para hacer funcionar la fábrica, cuando un día llegó a Neuquén una canadiense piola, curiosa, preguntona. No venía sola. Estaba con su esposo, que la acompañaba a todas partes. El caso es que los dos no paraban de hacer preguntas y mostrarse interesados por lo que los ceramistas estaban haciendo. La canadiense se metía en la fábrica, iba a las marchas, los filmaba, los miraba tomar mate con curiosidad antropológica. Ellos la dejaban hacer con algo de descuido. Era inofensiva, y estaban más preocupados por evitar los sucesivos intentos de desalojo y obtener el respaldo de la justicia para manejar la fábrica.

Hacía varios días que la canadiense daba vueltas por las instalaciones del Parque Industrial cuando una periodista los llamó y les preguntó: “Che, ¿Naomi Klein está en la fábrica?”

Ellos, dubitativos, contestaron que efectivamente había una mujer cuyo nombre sonaba así y que hacía algunos días que los acompañaba a todos lados. Aceptaron que para ellos era una perfecta desconocida. Recién entonces supieron quién era, que tenía un libro (No Logo) que era de cabecera en buena parte del mundo para todo globalifóbico que se preciara de serlo, y que era hora de hacerle un buen asado, darle un poco más de bola, algo que, entre risas, ahora reconocen haber hecho tras la advertencia, no sin una buena dosis de cholulismo.

Klein, ahora que, según nos dicen, el mundo se cae a pedazos, se hizo preguntas interesantes en una nota publicada días atrás en La Nación.

(F.C.)
 
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  07 » Oct 2008
No ver
 


José Saramago me parece un gran escritor. Pero no lo sigo con pasión enfermiza como me ocurre en otros casos. Leí algunos libros suyos. Se sabe, recibió el Nobel (1998), dice cosas interesantes. Quizá como pocos escritores se atreve a hablar del mundo. Del orden político imperante. De los grandes temas que siempre se postergan. Los derechos humanos, el medioambiente, la pobreza a escala global. Esa conciencia muestra Saramago en sus entrevistas, que suelen estar ambientadas en su casa, en una isla oscura y volcánica donde vive y escribe. Todavía sabiendo la calidad de escritor que Saramago es, puesto a elegir me inclino por otro tipo de autores. Tengo claro que Saramago es un escritor en la plenitud de sus facultades. Un prodigio de narrador contando como quiere la historia que quiere. Con eso me alcanza.

Hay un libro suyo que en especial me parece de lo mejor que escribió. Ese libro es Ensayo sobre la ceguera. Una crítica o una alegoría de la condición humana de nuestros días. Cómo el mundo se saca los ojos a sí mismo por lo que sea, si se encuentra en aprietos, si se trata de subsistir.

Me entero de algo: esa novela ya se estrenó en los cines. El director es Fernando Meirelles, un brasileño que hizo buenas películas, y se animó a llevar el libro a la pantalla grande.

Lo cierto es que a partir de la adaptación de su novela al cine, Saramago viene recibiendo una serie de críticas. Sin ver la película (todavía), supe, leí, que una asociación de ciegos de EE.UU. cuestiona cómo se muestra a las personas que no ven en esa película. Digo "personas que no ven" porque, como ya saben los que leyeron el libro, los personajes no son ciegos, por decirlo de un modo un tanto burdo, 100%. Quiero decir: no nacieron ciegos o heredaron esa condición. Un día, por una plaga, por un virus, se van quedando, terrible e inexorablemente, sin ver, o viendo una tenue luz blanca, como la que veía Víctor Sueiro al final del túnel. Antes vieron. Un día dejan de hacerlo para tener sólo la percepción de ese blanco borroso. Saramago no se mete con quienes padecen algún tipo de discapacidad congénita o de cualquier otro tipo.

Este reclamo que ahora le hacen al portugués, que motivaría un boicot contra la película, me recuerda una vez más el escabroso tema de las críticas que se hacen a una obra de arte. Para ser más preciso: me recuerda el tipo de cuestionamientos relacionados a cómo piensa un artista dentro de una obra, algo que por contraste, es una directiva sobre lo que debió decir. Y también: un intento de erradicar una diferencia, más que un desacuerdo crítico y estético.

Creo que hay escritores y directores de cine que viven y se equivocan como cualquier persona. Acaso, de conocerlos personalmente, uno terminaría odiándolos. Y acaso también uno está en desacuerdo con lo que dicen. Esto por un lado. Por otro lado están sus obras, artefactos con vida propia y portadores de un pensamiento político, que la mayoría de las veces llega por añadidura. Detectarlo suele depender de las lecturas que soporte una obra y de sus lectores o espectadores.

Me parece, en definitiva, que no ver, también, es pedirle a la ficción las respuestas que retacea esa cosa ambigua y temblorosa que es la realidad. Esto, en última instancia, habla bien de la ficción objeto de esos dardos envenenados: una obra puede ser tan buena que hasta les sirve a otros para tratar de imponer una moral que le es totalmente ajena.

(F.C.)
 
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  01 » Oct 2008
Lectura en la ciudad del Cristo grande de madera
 
 
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  17 » Sep 2008
El escritor a escena
 


Dos artículos de dos grandes medios masivos de comunicación traen a colación una vez más el Tema del Escritor. En España dicen que buena parte de la literatura que se publica lleva la marca distintiva del “yo” de quienes la escriben. Esta tesis sostendría que las novelas, cuentos y relatos que publican las grandes editoriales y no tanto abundan en tics biográficos de esos autores. La vida como saco donde meter mano para salir con una idea y contar algo.

El otro artículo (click acá), publicado en el suplemento cultural de mayor circulación del país, lo que no debería significar nada más que eso, tiene una vuelta de tuerca un poco más interesante: el escritor como centro de la escena, como individuo, en muchos casos, más preocupado por participar en lecturas, instalaciones y debates, y no tanto como constructor de una obra. Esta nota me hizo pensar en un escritor que sería casi un actor en el sentido hollywoodense del término.

Uno que, llegado el caso, elegiría subirse a YouTube a sí mismo en un rapto casi histérico, para luego escandalizarse, con desparpajo, mientras se mira con sus escritores amigos en una notebook, en un bar.

El primero de los dos artículos tiene cierto tufillo a etiquetamiento predecesor del lanzamiento de una colección. Las escrituras del “yo”, esa vertiente de autores que tomarían la propia vida como onda expansiva para su escritura, son parte de una discusión cuyos estertores podrían seguirse en los suplementos literarios europeos de los últimos años.

El tema central, pienso, es determinar la cuota de veracidad de esas etiquetas: después de todo, parece difícil para la mayoría de los lectores saber qué hizo un escritor en los veinte años previos a terminar una obra, si bien hay voces y escrituras poderosas que casi obligan a preguntar por la biografía de determinados autores porque eso que nos están contando está tan bien que no puede ser otra cosa que cierto. En todo caso, también está el tema de por qué sería interesante encasillarlos, cuando lo importante se resume, básicamente, en una pregunta: ¿es o no literatura lo que nos ofrecen?

Y por otra parte, además de los libros, ¿a qué otra cosa puede recurrir un autor cuando se sitúa frente a un teclado o una hoja de papel, que no sea su vida o la de los millares de personas que pueden rodearlo, esos otros “yo” iguales a él cuyas historias ahora tiene a un click de distancia?

Por último van, como yapa, otras dos notas: una del autor argentino Gonzalo Garcés (1974), que ensaya una explicación de por qué precisamente a los escritores argentinos no les gustarían los españoles y viceversa, y otra sobre las editoriales y los modelos de circulación de libros en Argentina, un debate del último fin de semana en Buenos Aires, que contó con la participación de Fabián Casas, en un ciclo organizado por Interzona, titulado Talando + Árboles.

(F.C.)
 
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