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06 » Nov 2008 |
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Software sin fronteras |
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El gurú del software libre, Richard Stallman, estuvo en Buenos Aires y dio una charla a diputados nacionales, ahora que hay dando vueltas un proyecto de ley que normatizaría la utilización de los denominados programas de "código abierto" dentro del Estado.
Dijo cosas muy interesantes y que ahora están -como tantos otros debates- en un peligroso segundo plano. Son temas que tienen que ver con nuestra libertad, y con lo que otros pueden hacer con ella, acaso sin que nos estemos dando cuenta del todo. La discusión, en su nivel quizá más profundo, es la del acceso y la universalización del conocimiento. Y de todo lo democrática que Internet, en verdad, puede llegar a ser.
Entre la extensa e interesante charla que Stallman dio en Diputados y que publicó Página/12, me quedo con este concepto, que vertió al hablar en tono crítico de las corporaciones fabricantes de programas, y al defender lo que para él debería ser un derecho de todos a modificar, mejorar, copiar y utilizar con un criterio solidario cualquier programa:
“Nos impulsan a juzgar programas según criterios superficiales-prácticos, como la comodidad o la apariencia. El inconveniente es que la mayoría suele hacer caso omiso a otros asuntos fundamentales, como las preguntas ‘¿cómo afectará este producto a mi libertad personal?’ o ‘¿cómo influirá esto en la solidaridad social de mi comunidad?’”
Acá, la entrevista completa.
El proyecto de ley que está en una comisión del Congreso.
Y acá les dejo el link de la fundación Vía Libre, que viene bregando por lo mismo que Stallman, y que lo invitó al país. |
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31 » Oct 2008 |
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El Poeta Azul |
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Hay títulos insuperables. "El Poeta Azul" es uno de esos títulos. No me pertenece. Y de ningún modo podría mejorarlo.
Me llegó en un texto, un documento de word, letras azules sobre fondo blanco. Un parte de prensa policial. Habla de un mayor de la policía de Neuquén: Víctor Andrés Elgueta.
De él alguien dice lo siguiente: ingresó a la fuerza en 1978 y más adelante, a partir de "la tibieza de su madre y la figura de su padre" tomó inspiración suficiente para "escribir en letras los sentimientos de su corazón". Esta conmoción, acaso una marca del destino, determinó que en 2004 comenzara a dar forma a sus primeros versos.
El propio mayor Elgueta se ofrece a sí mismo como testimonio viviente de lo que la poesía puede obrar en un hombre: "Yo antes saludaba a mi padre dándole la mano, ahora puedo acercarme, darle un beso y abrazarlo", confiesa con un desparpajo poco habitual entre sus pares de la fuerza.
Se ve que de chiquito, como ocurre en los predestinados al arte, hizo gala de sus aptitudes para la cultura: el parte policial dice: "incursionó en los escenarios improvisados de la escuela primaria, era actor que nunca faltaba y muchas veces el más esperado". "Sus maestros -sigue el texto-, se emocionaban cuando lo escuchaban".
Su prosa, y el ejemplar que la reúne, hablo de "La vida en poesía", sigue siendo para mí un misterio. No obstante, como adelanto, pude saber que "el quehacer diario en la fuerza policial, sus compañeros, los que están y los que partieron, son la fuente inagotable" que lo nutren y "lo inspiran a seguir escribiendo".
Alguien, al parecer un grupo de periodistas, o un hombre con pruritos injustificados para escribir en primera persona, dice en el mismo texto: "le preguntamos si estas historias, las que narra en sus poemas, lo tentaron alguna vez a cambiarles el final", sobre todo asumiendo que no son pocos los epílogos, los finales, que no terminan como "todos anhelamos".
Entregado de lleno a la huestes del realismo, Elgueta, firme, marca una postura que, como casi todas, son una autodefinición: "Las historias son tiempos vividos que empiezan y terminan, eso no se cambia", considera.
El mayor dice que es un "versificador", es decir, "el que tiene la capacidad de hacer versos y recitarlos" y, "explotando la observación y lo que le conmueve", hace algo con "lo que queda grabado en arrugados papeles blancos que nunca faltan en sus bolsillos".
(F.C.) |
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29 » Oct 2008 |
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Pequeña Gran Maga |
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Hay artistas cuya obra es recomendable medir en términos de tiempo. Esperanza Spalding es una artista de este tipo. Sólo tiene 24 años, y más allá de su rotunda y contundente actualidad, uno no puede dejar de hacerse preguntas sobre su futuro. Es decir, tiene, si quiere, entre treinta y cuarenta años más grabando discos. Pero ya se come el mundo.
Por lo joven que es, impresiona la amplitud de su repertorio, lo que no hace otra cosa que hablar de la amplitud de su cabeza y de su refinado y cultivado gusto musical, algo que no le impide mover las caderas entregándose de lleno al más rabioso funk.
Ayer por la noche, dejó al Teatro Español en llamas. Tocó, básicamente, jazz, pero también regaló una chacarera (sí, una chacarera), una bossa nova, una baguala (dijo, en un dulcísimo español, lo siguiente: "la persona que más admiro en el mundo de la música es Liliana Herrero”, con quien estuvo en Buenos Aires y quien -es evidente- resulta una influencia ineludible en la música que hoy derrocha).
De Esperanza se saben un par de cosas: que a los 20 era profesora en la Berklee School of Music de Boston. Que nació en 1984, en Portland. Cuando era una nena, a los seis años, estimulada por su mamá, comenzó a estudiar música. Una de las primeras cosas que hizo fue tocar el violín. A los quince, cambió por el contrabajo. Tiene dos discos, Junjo (2006) y Esperanza (2008). Y está más que clarísimo: como todo talento descomunal, constituye, ella misma, su propio techo.
El fotón, es de Leo Petricio
(F.C.) |
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28 » Oct 2008 |
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Saccomanno y la rejas del fin del mundo |
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"Traslados se los llama. En la Penitenciaría Nacional se sabe que el castigo más temido es que a uno lo trasladen a “La Tierra”. Después de una revisación médica y la cena, se informa a los presos quiénes serán trasladados al presidio de Ushuaia. En la mañana tienen que juntar sus cosas, someterlas a inspección y después son engrilletados con unas barras de acero que no permiten avanzar más de quince centímetros. Al rato los condenados no sólo tienen despellejados los tobillos. También el alma. A cada preso lo vigilan dos guardiacárceles. Se los sube a un barco, se les entrega un zambullo para sus necesidades y se los encierra en la bodega donde habrán de hacinarse y enfermar sumidos en un hedor de letrina. A José Domínguez le dieron veinticinco años. En una mañana caliente y nublada de febrero cuando lo sacan de la celda está decidido a escapar. En el puerto, al subir la planchada del 'Buenos Aires' salta a un lado. El peso de los grilletes lo hunde. Arrancarán su cuerpo del fondo del río recién al otro día."
Así comienza la crónica de Guillermo Saccomanno, en la que mezcla su historia personal, la de la Cárcel del Fin del Mundo, y la de cómo el horror también puede ser negocio. El resto del texto, publicado en el suplemento Radar de Página/12, acá. |
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26 » Oct 2008 |
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La garra charrúa |
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No es que me esté poniendo monotemático con Capusotto. Sólo que en Uruguay abrieron un blog y juntaron firmas para que pasen a Pomelo y Bombita Rodríguez en el canal estatal. Y ganaron. |
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24 » Oct 2008 |
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Bayer |
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Estuve con Osvaldo Bayer. Fueron diez minutos. Casi se podría decir que se la pasa viniendo a Neuquén. Hace algunos años lo vi en la Universidad Nacional del Comahue. Se lo veía mal por entonces. Estaba en lo peor de una enfermedad. Esa vez vino con Eduardo Galeano. Bayer fue el encargado de explicar por qué Galeano merecía el honoris causa de la UNC, tal como estaban a punto de dárselo. Me acuerdo que lo hizo en un salón atestado de gente que se había congregado para ver la ceremonia.
Ayer llegó caminando a la entrada del CPEM 18. La escuela, además, se llama Julio Argentino Roca. Y llamarse así, a la escuela le molesta. El caso es que van muchos chicos mapuches, cerca del 40 por ciento de los estudiantes tienen este origen étnico. Hace años que sus padres y algunos de ellos están pidiendo que se cambie el nombre del centro educativo. Se sabe: Roca, la Campaña al Desierto, toda esa matanza.
Bayer dijo cosas importantes. Habló de la interculturalidad como forma de integración. Hizo gala de su prodigiosa ironía. (La ironía del irónico que sabe mucho y que ironiza para el lado de los buenos.) En la entrada había un chico que me dijo que se llamaba Wayky. Le pregunté qué quería decir su nombre y me contó que es como si alguien se llamara Lanza. Dijo que su apellido es Waykian. Y que Waykian es como si alguien dijese “Lanza apoyada en la tierra”. Un nombre que es un desafío. Una declaración de principios como no encuentro en nombre alguno en castellano.
Me pareció también que no era una casualidad que fuera él quien lo esperara a Bayer afuera de la escuela, así, vestido con su vincha, con su remera negra con la bandera del Pueblo Mapuche (esa hermosa combinación de colores). Era como si dos desafíos se fueran a mirar a los ojos y necesariamente debieran saludarse. (Es que ayer verlo a Bayer también era verlo caminando los campos de Santa Cruz, reconstruyendo la matanza de trabajadores que pedían por lo que les correspondía. Me dio cierto vértigo lo solo y empecinado que habrá estado buscando esa verdad. Después me acordé de un documental que vi hace poco. Bayer volvía al lugar de los hechos. A donde habían perpetrado los fusilamientos que cuenta en La Patagonia trágica. Creo que va con el director de la película. Están en una camioneta. El camino que transitan es como muchos caminos de la Patagonia. Tierra y más tierra y unas plantas amarillentas a los costados. Bayer se baja de la camioneta y se queda mirando la placa recordatoria en honor a los trabajadores asesinados. Está quieto. Hay viento, y hay algo de frío, y uno lo sabe por los mechones de pelo y por el atuendo que lleva. Pero Bayer está ahí. Mucho no le importa otra cosa. En ese momento es un hombre que viaja en el tiempo.)
Pero lo que quería contar es que adentro de la escuela pasó algo bastante impresionante. Habían unas 200 personas, todas sentadas, todas mirando hacia un escenario donde había una mesa. En la mesa, los micrófonos, vasos con agua. Ahí Bayer daría su charla: “Vengo a dar fundamentos históricos para otra Campaña, la de sacarle el nombre de Roca nada menos que a las escuelas”, dijo antes de entrar.
La gente miraba el escenario. Todos sentados. Bayer entró de espaldas a esa gente y por eso no lo pudieron ver, y por eso fue un ingreso, al principio, silencioso, sorpresivo. Por ahí alguien lo vio y comenzó a aplaudir. Cuando todos lo vieron, se pararon, y le dieron un aplauso conmovedor. Porque creyeron que era lo correcto. No uno de esos aplausos ensordecedores. Más bien un aplauso unánime, muy afectuoso, muy justo, y que acaso pareció más un abrazo cálido que un aplauso. Algo difícil de explicar, verdadero.
(F.C.) |
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21 » Oct 2008 |
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Capusotto y la realidad como elefante pajarito |
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Hay una definición de la palabra humor que es de las que más me gustan. Por su simplicidad y porque abarca a buena parte de las otras posibles definiciones. Las toca o las roza. Todas las restantes la contienen. Desde las más cientificistas a las más desaforadas. No sé a quién se la escuché o dónde la leí. Pero dice así: el humor es poner una cosa donde no va. Así de simple.
Diego Capusotto, quizá el más grande cómico vivo de este país, se puede explicar utilizando esa máxima. Lo que Capusotto pone en otro lugar (lo que vuelve exagerado pero creíble), es un espejo de nuestros estereotipos llevados a sus últimas consecuencias.
Por sólo mencionar dos casos, los más conocidos: toma lo más nefasto del negocio del rock y devela al músico que no duda en vender a su madre con tal de seguir viviendo para grabar un disco (Pomelo). O muestra a un montonero farandulizado (Bombita Rodríguez) que tiene una amplia discografía, que filma películas y mantiene encarnizadas disputas ideológicas en los medios, llevando al extremo lo más banal de la última historia política argentina: el grito tribunero a favor de la izquierda o la derecha, el intento de derrotar la palabra actuado por el ruido.
Esa es la exageración no desprovista de crítica con la que hace reír Capusotto. En este sentido (y en otros) es un humor muy argentino: nos muestra en estado de máxima pureza: así seríamos sin tapujos, sin filtros, sin el ridículo frenado. Esa sería la convención. O la esencia de lo que somos o podríamos llegar a ser: objetos de una desmesura que oscila entre la belleza y el horror.
Es decir, lo que Capusotto logra es meter al elefante en la jaula del pajarito. Abre la puerta de la jaulita, y mete al elefante. Es un elefante grande, como cualquiera. Pero con sorpresa uno ve que el elefante entra. Hasta se queda parado en sus cuatro patas sobre un palito que cuelga de un alambre sobre el que se hamaca, alegre, todas las mañanas. Como pidiendo alpiste. Como siendo simpático para la visita. Enseguida al elefante le salen plumas, mueve la trompa, abre la boca y en lugar de un rugido último y atroz, lo que hace es piar. El elefante dice, sí, “pío”.
Lo que Capusotto coloca en otro lugar, lo que hacer reír en su humor, es esa expresión de lo cotidiano: la del elefante enjaulado que cree y nos hace creer que lo mejor que podría pasarle, en su nostalgia de ave paquidermo, es que algún día, alguien, le abra la jaula para salir a volar.
(F.C.) |
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11 » Oct 2008 |
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Juan Perugia quiere volver |
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Por primera vez en años me propongo ver una ficción argentina en la tele. Desde cero. Desde el capítulo inicial. Con ánimo de seguirla si lo que veo es bueno, me atrae, me gusta, no me desalienta, no me hace bostezar, ni mirar para el costado, ni decirme que estoy perdiendo el tiempo, para después entregarme a un zapping y dejar de darle oportunidades. Si mal no recuerdo, la última vez que me propuse tamaña empresa (la de resistir los embates del control remoto, animal con una vida oculta muy fuerte) fue con Okupas o con Tumberos. Después nunca volví a ver una ficción local como una autoimposición, con interés. Las que vi las vi por la mitad, empezadas, tras algunas recomendaciones a las que cedí a regañadientes. A veces me pasó que hice mal en seguir esas recomendaciones y otras lamenté no haber visto la serie en cuestión desde el inicio.
Como decía, ahora me lo vuelvo a proponer. El programa es Todos contra Juan (América; Martes, 22:30). Creo que en esto tuvo que ver la postergación en que Telefé sumió a la serie durante meses hasta que recién pudo salir al aire cambiando de señal. Es decir, hubo una evolución de la noticia: Gastón Pauls estaba haciendo una ficción, la actuaba él, tuve algunos detalles de la historia y después entré a sospechar conspiraciones que planchaban el estreno. Creo que por eso termino viéndola.
Juan, lo dicho, es Gastón Pauls. (Pauls no es un tipo que me interese particularmente. Tiene otros dos hermanos. Los dos hacen cosas interesantes. Sobre todo el más grande: Alan, a quien tiempo atrás entrevisté, y es uno de los escritores imprescindibles si nos ponemos a analizar el panorama actual de las letras argentinas. El otro, Nicolás, me sorprendió hace poquito. Está conduciendo un gran programa: se llama LP, va por la Televisión Pública, no recuerdo bien qué días, y cuenta, mediante entrevistas y anécdotas imperdibles, la historia de las canciones y discos fundamentales del rock argentino. También hace un poco lo que su hermano Gastón ha hecho durante los últimos meses: mostrar su rostro bonito y contar una historia y sacarle un par de suspiros a chicas que miran la tele con la luz apagada mientras abrazan un almohadón.)
Entonces: Todos contra Juan cuenta la historia de un actor (Juan Perugia) que fue una estrella juvenil de la tele. Ya no lo es más. Quedó postergado en el olvido. En algún momento fue parte de un hito histórico de la televisión para adolescentes. Pero después de eso no pudo reciclarse. Juan Perugia es un rostro perdido en la vaga y fulminada memoria colectiva de los enfermados por la tele de los noventas. Pero así y todo quiere volver. Es un gran mentiroso y se niega a reconocer una derrota (la del latigazo del olvido) que le sucedió hace una década. Mientras sus compañeros de generación ahora son figuras consagradas, Perugia da clases de teatro a nenes a los que trata con un rigor académico del que no puede hacer gala en el mundo adulto, nenes a los que quiere develar el secreto de la actuación, posibilidad desde el vamos vedada para él, algo que barre debajo de la alfombra del autoengaño, lo que le permite ver una especie de luz a la que aferrarse para volver del ostracismo.
Pauls lo interpreta muy bien. Lo cierto es que no creo que a Pauls le cueste mucho hacer ese papel.
La serie, en su primer capítulo, jugó con ciertos mecanismos del cine documental. Y sin serlo ni por asomo, tiene un dejo de reality show: después de todo cuenta la historia de un actor, y la de otros actores que hacen de sí mismos dentro de una tira de ficción, como Mariano Martínez, Julieta Díaz y Cecilia Dopazo, entre otros que desfilaron por el capítulo inicial. Por caso, Chiche Gelblung desentraña desde el presente la historia del programa por donde pasó Perugia/Pauls, y hay entrevistas a sus ex compañeros. Todo queda en ese terreno un tanto impreciso pero atrayente en el que hay cierta convergencia entre lo ficticio y lo real.
Vale decir que como mecanismo narrativo está bueno, pero por ahora la serie sólo se remitió a describir un personaje y sumar una seguidilla de gags que surten efecto pero que, todavía, no son el componente esencial para la construcción de una historia, que es el desafío que la tira debe superar en los próximos capítulos (hay doce previstos a razón de uno por semana) para no ser presa del efecto Perugia, para no quedar en el olvido rápido y convertirse en una suerte de paradoja.
(F.C.) |
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