"Luego del obligado receso por el tema de la Gripe A , RETOMAMOS LA SEMANA QUE VIENE, CON MUCHA FUERZA, EL CICLO "Cipoleño por 24 horas", organizado por la Dirección General de Cultura de la Municipalidad de Cipolletti.
Y nuevamente le toca el turno a la música. Nuestra música.
Qué mejor que encontrarnos con uno de los músicos populares que ha logrado entrar en el corazón de miles de argentinos, desde su tierra colorada misionera hasta los lugares más pequeños de nuestro país.
Viene de Apóstoles, tierra yerbatera por excelencia, trayendo en su valija la memoria de cientos de inmigrantes que llegaron, como sus abuelos ucranianos, a la zona del Litoral.
El segundo "Cipoleño x 24 horas" de este año 2009 -el número 35 en lo que va del ciclo comenzado en marzo del 2004- será una de los más grandes artistas de nuestro Folklore: el CHANGO HORACIO SPASIUK.
MIÉRCOLES 12 DE AGOSTO DE 2009
10.30 horas: HORACIO SPASIUK estará en la Escuela Primaria Nº 109 “Curri Lamuén”, ubicada en el Paraje El 30 de Cipolletti.
Allí este reconocido acordeonista misionero responderá a las preguntas que le harán los alumnos y alumnas de esta escuela primaria cipoleña.
A kas 20.30 horas: estará en el CEM N 74, ubicado en la calle Miguel Muñoz 255 (lugar donde funciona a nivel diurno el Colegio Manuel Belgrano).
Allí el CHANGO SPASIUK dialogará con los estudiantes secundarios sobre la Música Popular Argentina y un interrogante: ¿existe una antinomia entre el rock y el folklore?
Al final de esta actividad, el intendente de la ciudad Alberto Weretilneck declarará a HORACIO SAPSIUK como CIPOLEÑO X 24 HORAS."
Manuel Puig, de quien pueden encontrar más datos acá, se confiesa ante un español rimbombante que entrevistó a buena parte de los escritores latinoamericanos más trascendentales de la segunda parte del siglo XX y que puede asaltar tu pantalla si mirás cada tanto el excelente canal Encuentro.
El fragmento de arriba es parte de una entrevista conmovedora. Puig dice que para él, ir al cine, era una forma de encontrarse con otra realidad diferente a la que se encontraba todos los días al despertar. Era un chico gay, que soñaba con estrellas de Hollywood, en medio de un pueblo de la pampa.
"Hay un momento en que escribiendo algo tengo la impresión de que podría seguir escribiendo toda la vida, de que la escritura es como una especie de condena. Tengo la impresión de que lo que estoy escribiendo, más allá de que cuente una historia y esa historia tenga un final, no va a terminar nunca. Y hay un momento en que me da la impresión de que sí, de que hay un final. No tiene que ver con si estoy lejos o cerca de ese final sino más bien con que tengo la impresión, por primera vez, de que esa condena tiene un fin. Y recién después de eso me parece puedo ver realmente el final posible.
Después termino de escribir y lo tengo que dejar, sí, un tiempo. Que sé yo, diez días, depende un poco del estado de ansiedad en el que quede, depende un poco también de la idea que yo tenga de lo que necesite ese trabajo."
En definitiva, La zona (Rodrigo Pla -Montevideo 1968-; mejor ópera prima del Festival de Venecia en 2007), es una película que plantea cierto dilema de las clases altas que viven en los grandes centros urbanos: el autoencierro dentro de un country como forma de eludir la precaria seguridad disponible para el común de los mortales.
La película cuenta la historia de un grupo de acaudalados vecinos de México DF. Un día, en medio de una tormenta, se cae un gran cartel. No es un cartel cualquiera: está dispuesto junto al enorme muro que separa el country de una zona que se presume pobre, uno de esos extrarradios que acumulan corazones caídos en desgracia.
El cartel se cae y derrumba parte del muro, acción que desde el vamos tiene un gran poder simbólico. Funciona como disparador de la trama y como énfasis de todo lo que significa que ese muro exista. Operando por ausencia, el muro, ya caído, deja al descubierto todo lo que divide: la vida de los que no tienen oportunidades de la de los que tienen todas al alcance de la mano.
Se cae el muro, y lo próximo es que un grupo de pibes entre al country. Terminan, también, dentro de una casa. La roban. Hay una seguidilla de muertes. Uno de los amigos queda vivo y encerrado en el country. Pasan los días y, escondido en un sótano, no se anima a salir. Si me ven, me matan. Ese es su razonamiento. Como le pasó al resto de sus amigos, de quienes la policía no alcanza a enterarse. Los propietarios del barrio privado se cuidan solos. Ocultan datos a los policías, para evitar el escándalo y porque quieren que las cosas que pasan adentro del country se queden adentro del country.
Salen a cazar al ladrón que saben vivo, incurriendo a un remedo de ley dentro de la Ley para justificarse. Esto es lo más interesante que tiene La zona: cómo en ese tránsito se transforman en rehenes de ellos mismos.
J.D. Salinger sale de su reclusión para frenar en la justicia la publicación de la novela de un sueco que ofrecía a su propio libro como una secuela de The Catcher in de Rye, del estadounidense. Lo que se dice un vivo.
Luis García, fotógrafo de la agencia de Neuquén del diario, me dio la foto de arriba. En verdad lo que tengo que decir es que yo le pedí una foto cualquiera. Una que le gustara y que tuviera en el archivo y quisiera desempolvar para publicarla en el blog.
Cuando me dio la foto me habló de códigos. A mi la palabra código me genera cierto escozor. Y se lo dije. Todo el mundo dice, cuando se refiere a alguien, que tiene o no códigos. Pero es una palabra tan castigada por su vinculación a la mafia que me resulta un tanto difícil tener que usarla. Ok, me dijo Luis, todos los días vemos un mafioso nuevo.
Y lo cierto es que después me contó que antes costaba menos sacar una foto en un piquete o un corte de ruta. "Había códigos: yo hacía mi trabajo y ellos hacían el suyo", me dijo. Y después me tiró una larga lista de coberturas donde volvió con el auto apedreado y me habló de otros fotógrafos golpeados o amenazados en circunstancias idénticas. De ese tipo son las pequeñas y grandes historias detrás de las fotos que vemos en los diarios.
La foto tiene 12 años, Luis la sacó en un piquete en Cutral Co, donde la ruta estaba cortada y una bala policial mató a Teresa Rodríguez, que iba cruzando.
"Cuando escribimos tenemos una idea de la revelación total de la verdad, pero no nos damos cuenta. Y por eso, como sustitución, cada escritor se pregunta con qué verdades que le sean útiles puede vivir, qué alianzas son lo suficientemente fuertes como para aferrarse a ellas. La respuesta a todas esas cuestiones es lo que separa a los experimentalistas de los llamados 'realistas', a los cómicos de los trágicos, a los poetas de los novelistas. ¿Cómo, se pregunta el escritor, puedo describir del modo más verdadero el mundo tal y como es experimentado por mí en concreto? Y es desde ese punto de partida desde el que cada escritor sale para establecer un compromiso individual consigo mismo que es siempre un compromiso con la verdad hasta donde sea posible que uno la conozca."
La escritora inglesa Zadie Smith y una lucidísima disección: la de la tortuosa relación entre la verdad del escritor y la verdad de su libro.
Algo parecido, de modo más lacónico, y en muchas menos palabras, dijo alguna vez David Foster Wallace antes de ahorcarse en su casa de Cleremont, en California. Pueden leerlo acá.