23 » Nov 2024
Diario Río Negro
www.rionegro.com.ar
Fernando Castro
Editor Responsable
 
  26 » Jan 2010
Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued
 


Lo normal sería que luego de un debut literario tan auspicioso, en los próximos diez años Carlos Busqued escribiera dos o tres novelas que estén a la altura de su gran primer libro: Bajo este sol tremendo, y que con eso comenzara a erigirse en una de las voces más representativas de la literatura argentina.

Pero Busqued no parece ser un escritor del todo normal. En los últimos meses le hicieron varias entrevistas, luego de que la crítica coincidiera en que su novela, editada por Anagrama (fue finalista del Premio Herralde), es una de las mejores publicadas en 2009, con todo lo relativo que restula el término “mejor” aplicado a la literatura. En esas declaraciones no tuvo empacho en decir que no sabía qué libro recomendar porque se la pasa leyendo revistas, y que escribe más bien cuando tiene ganas de hacerlo, despojado de toda disciplina.

Busqued nació en Coronel Roque Sáenz Peña, Chaco, en 1970. Trabajó en radios y escribió en alguna que otra publicación de Córdoba, lugar donde vivía cuando mandó a concursar su novela. Antes de Bajo este sol tremendo, era un completo desconocido.

El libro cuenta la historia de Cetarti, un joven al que no cuesta imaginar parecido a Busqued; un día Cetarti se entera de la muerte de su madre, que vive en Misiones; la mujer muere en circunstancias poco claras, todas con el signo de la violencia. Él tiene que hacer los papeles y cobrar una herencia. De este disparador inicial, la historia comienza a transitar los ribetes de una road movie con algunos guiños al cine que hace Quentin Tarantino: aparecen los pueblos difuminados en densas oleadas de humedad -es un libro para leer, en este sentido, con el aire acondicionado, o el ventilador a tope; Busqued logra lo que se propone antes de escribir: una atmósfera asfixiante impregna cada página-, una infinita cantidad de porros que fuma buena parte de los personajes, los secuestros extorsivos (los estiletazos de perversidad con que son llevados a la práctica esos cautiverios; la normalidad con que esa puesta en práctica se da), y sutilmente, los ecos de la última dictadura militar, no como tema central, sino como historia lateral deslizada con total originalidad en algún tramo: esto es, significando mucho más que una reseña histórica; una arista disparadora de sentidos que suma a la trama.

Busqued, es evidente, leyó a los beatniks, y el policial negro norteamericano. Lo que equivale a decir que Busqued parece ser más heredero, si tal cosa fuera posible, de lo más corrosivo de la literatura de Estados Unidos, que de alguno de los arquetipos del amplio canon argentino (en todo caso, la inquietante forma que toma la violencia en Busqued tiene que ver más con Arlt que con Borges o Cortázar, por mencionar tres faros-escritores que sirvan de guía).

En el libro, los diálogos están más que logrados. Y consiguen un interesante efecto: la conjunción de algo parecido a una épica del Hollywood más violento y sado con un lenguaje netamente local, con más de un término que remite a palabras y tonos que se usan en el interior del país. Se trata de una prosa precisa, con oraciones cortas, que van directo al grano, uno de los atributos principales del libro, al margen de cómo está estructurada cada una de las escenas (con capítulos de dos a tres páginas), que parecen señalar al Discovery Channel (Cetarti se la pasa viéndolo -Busqued admite que también-) como variante analgésica para la cuenta regresiva al latido final del universo.

(F.C.)
 
Categoría : Lecturas aleatorias | Comentarios[1]
 
  11 » Jan 2010
Los pichiciegos, de Fogwill
 


El 2 de abril 1982 yo tenía siete años. Ese día me despertaron las frases alarmantes de dos de mis hermanas: estábamos en guerra. Las monjas –sus velos blanquecinos, frenéticos en la noticia que acababan de dar– les habían ordenado volverse a casa.

Hasta enctones mi noción de la guerra estaba más bien vinculada a la televisión: soldados yankees como superhéroes; japoneses volando onomatopeyas estruendosas por los aires; alemanes ridiculizados debajo de sus cascos. Tenía otra noción vinculada a la guerra y su parafernalia previa: los acordes pomposos que escuchaba en los desfiles que en la década del 80 sonaban en las fechas patrias en los pueblos del interior.

Cerca de mi casa había mar. En la costa, en los días siguientes, se comenzaron a construir trincheras. Esas trincheras quedaron repletas de soldados. Uno iba a la playa a ver los pingüinos empetrolados que salían por la noche a pedir ayuda (siempre alguien se los llevaba para limpiarlos) o durante el día a ver las toninas surcando la costa. Iba –te llevaban– bien abrigado, porque hay que ser bastante valiente para ir a la costa por la noche en las playas de la Patagonia austral después de marzo. (En verano también hay que ser valiente, pero el frío se soporta un poco mejor. El frío: ese espasmo que deja al bañista sin palabras por algunos minutos; el relato posterior: los comentarios acerca de la piel morada, los labios azules, el viento y los aguijonazos de la arena que arrastra; la fe previa a que la conjunción de sol y playa es suficiente para internarse en medio de una ola; la desmentida posterior).

Lo concreto es que los soldados, unos soldados que se preparaban para la guerrra frente a ese mar, se la pasaban en las trincheras. Miraban casi suplicantes mientras hacían esas trincheras. Ibas al mar, y los veías cavando, cruzando alguno que otro chiste, fumándose un cigarrillo. Pensando que fumar un cigarrillo puede quitarte el frío, cuando lo único cierto es que en todo caso te acerca más a la muerte –el frío por definición–.

En todo esto, y en cómo la propia experiencia amplía el espectro de sensaciones de una lectura, pensaba cuando leía el otro día Los Pichiciegos, de Fogwill. Me hice esa pregunta y otra: ¿Por qué nadie todavía hizo una película con esta novela?

La historia del libro es poco menos interesante que la de su trama. La leyenda cuenta que Fogwill lo escribió en San Pablo, Brasil, y que hizo un par de copias. Las distribuyó entre amigos cuando la guerra estaba a punto de terminar. Buena parte de lo que se dice del libro está relacionado con su poder de anticipación. Entre otras cosas, describe (antes de que trascendiera públicamente) casi de forma exacta, parte de las tropelías y el maltrato padecido por los soldados de parte de los altos mandos. Esto, si bien es cierto, no es lo más importante de una novela que lo que menos quiere es ser un documento. Como en los grandes libros, los personajes tienen una vida propia que excede cualquier posibilidad de realismo: se instalan sobre un peldaño superior: el de la poesía –en un sentido amplio- y el de la belleza –un atributo con el que están dotadas buena parte de las escenas–.

Desde entonces, hubo al menos tres ediciones de la novela, y es uno de los textos insoslayable de los últimos 30 años de la literatura Argentina.

Cuenta la historia de un grupo de soldados (los Pichis) que están en Malvinas, y subsisten escondiéndose en una gran trinchera subterránea, en medio del campo de batalla.

Están tapados por la tierra, como si fueran unos topos cuyo único ruego es el final de la guerra: para volver a casa, para comer bien, para sacarse la mugre y la ropa húmeda y fría de encima por una vez. Nadie puede verlos. Tienen su entrada secreta a esa trinchera. Viven y para poder vivir se convierten, necesariamente, en traidores: tranzan con los ingleses como estrategia de subsistencia (uno de los ejes más interesantes de la novela es la alusión a cierto enemigo interno que “los argentinos”, más temprano que tarde, siempre traemos al ruedo; en este sentido es casi una alegoría de, sobre todo, la última historia política argentina).

Los pichis, que tienen todo un escalafón, con sus jefaturas y sus soldados acopiadores de alimentos, con sus excursionistas, y con sus encargados de entrevistarse con las tropas británicas, cambian información por alimentos y unas cuantas cajas de cigarrillos, mientras esperan el fin de la guerra, que ellos escuchan desde abajo de la tierra.

Se dice que Fogwill, en pleno proceso de canonización (hace un par de meses Alfaguara editó sus Cuentos Completos, a los que la crítica describió como parte de lo mejor del género en muchos años) escribió esta novela de un tirón, en dos días y medio, consumiendo 12 gramos de cocaína (algo poco recomendable para escribir un libro, o hacer culquier otra cosa). Ese ritmo frenético se traslada al de la lectura del libro, un compendio de momentos y diálogos difíciles de olvidar. También está el whisky que pudo tomarse un general antes de querer recuperar las islas, pero sólo como intuición de un momento histórico y lo que un escritor puede hacer con él cuando busca algo que sólo se explica por el peso de la buena literatura.

(F.C.)
 
Categoría : Lecturas aleatorias | Comentarios[0]
 
  11 » Dec 2009
Rulfo, su poesía
 


Hay libros a los que uno entra -libros como lugares- para salir siendo otro, totalmente distinto.

Es difícil decir en qué cosa uno se ha convertido; se trata de cambios más fáciles de experimentar que de describir, como la buena poesía, que quizá encuentre su último refugio en la piel.

Uno sabe que, página tras página, palabra tras palabra, asiste al camino con el que se abrió paso al mundo un secreto –su tan ruidosa como inquietante invisibilidad- y que cualquier intento de explicar la belleza que deja desprender, encierra en sí mismo una trampa que en ocasiones toma una de las tantas formas de la banalidad (pero igual lo intenta).

Me gusta pensar que es el caso de una novela enorme (y diminuta), cuyo título es Pedro Páramo y cuyo autor fue el mexicano Juan Rulfo.

Arriba, un video con imágenes y la voz del propio Rulfo. Lo encontré en el blog de Pedro Mairal, El señor de abajo.
 
Categoría : Lecturas aleatorias | Comentarios[1]
 
  26 » Nov 2009
La noche es virgen, de Jaime Bayly
 


Además de entrevistador de chicas del momento (siempre exuberantes en sus curvas, siempre titubeantes, cándidas y vergonzosas en sus respuestas triple equis), además de protagonizar irrupciones escandalosas en los resúmenes televisivos vernáculos (la mayoría de las veces vinculadas a declaraciones en torno a su vida privada o la de los argentinos que viven en la pantalla), Jaime Bayly –Lima; 1965– suele encontrar el tiempo suficiente para escribir novelas.

De hecho, antes de desfilar por buena parte de la programación rosa, antes de someterse a inefables intercambios con Samuel Gelblung (“Debo decirte, Chiche, que frente a ti, me siento absolutamente heterosexual”), Bayly ya había ganado el premio Herralde de novela (1997), un galardón que premia parte de lo más interesante de la literatura iberoamericana, una caracterización que responde más a la procedencia geográfica de un escritor que a una filiación literaria (la pluralidad de voces y estilos que proliferan en Latinoamérica en nada se parecen a una corriente estética; son, pese al empeño de los etiquetamientos editoriales, parte de una tendencia en donde si algo se encuentra es diversidad).

Cuando llegó a la televisión argentina, Bayly ya tenía cuatro novelas publicadas, y en el mejor de los casos el grueso de todos nosotros sólo lo registraba como ese tipo con cara de libidinoso que –luego lo supimos– solía relamerse los labios frente a los entrevistados que invitaba a su programa, como degustando por anticipado las respuestas a las preguntas que –quizá– se le ocurrían sobre la marcha, y que no eran otra cosa que un martillo entre signos de interrogación.

Bayly también fue el tipo a quien Mex Urtizberea preguntó aquello de: “¿Eres bala?”, es decir le preguntó si era gay, pero en un tono jocoso, como esperando que, por el solo hecho de llamarse Jaime Bayly, y por estar frente a una cámara, al peruano le resultara imposible esquivar el señuelo de otro escándalo. Y lo que más bien ocurrió fue lo contrario, o en todo caso nada de lo que se esperaba de él: Bayly se ofuscó y hasta se mostró ofendido por la pregunta.

Todo esto para decir que termino de leer La noche es virgen. Y parte de ese Bayly ciertamente impúdico de la tele se deja ver en un libro que tiene un fuerte sesgo autobiográfico, con un narrador-estrella-de-televisión-bisexual-drogón, y con una historia que transcurre, como una road movie urbana (si tal cosa fuera posible) por las sórdidas calles de Lima, con sus limeños “feos”, con sus dealers en cada esquina, y sus hedores igual de reprochables, según dice cada vez que puede Gabriel Barrios, el alter ego de Bayly en la novela.

El libro (no recomendable para señoras/es que tienen el escándalo fácil o inmanejable) cuenta la historia de un amor más o menos tormentoso: Barrios queda flechado por un antihéroe rocker con el que se encama una noche de -¿puedo decirlo?- desenfreno, tras un recital en El Cielo, a donde el protagonista del libro va cada vez que puede a tomarse sus "cocacolitas bien heladas". El resto es una cuenta regresiva: el tiempo –un tiempo cuyo paso a Barrios le duele en la piel– que resta para que pueda ver de nuevo a Mariano, una posibilidad para la que valen todas las estrategias.

La noche es virgen está escrita con una prosa súper legible. Bayly, por momentos, logra un efecto hipnótico que recrea la transcripción de un desaforado monólogo contado al oído, uno de los motivos que impiden dejar de leer el libro.

En definitiva, el tema de la novela sería la imposibilidad de cierto amor, algo que también podría leerse como una crítica a la estandarización de preceptos morales que colocan en el lugar de la culpa a quienes gozan de una sexualidad para nada identificada con los moldes que en los 90 recién comenzaban a ser socialmente aceptados.

Es un libro, además, con cierto dejo a fiesta menemista, como sonido ambiente y de fondo (Bayly escribió el libro cuando Alberto Fujimori era presidente de Perú), y que recrea la pobreza de los países de esta parte del continente, y los conflictos internos peruanos, como el de la guerrilla y las bombas estallando en cualquier esquina. Se trata de estampas y paisajes que facilitan el despliegue de un lenguaje muy rico en su sonoridad, puesto al servicio de una historia bien contada: el laboratorio del lenguaje supeditado al servicio de una historia.

(F.C.)
 
Categoría : Lecturas aleatorias | Comentarios[1]
 
  20 » Nov 2009
Prefacio a La Novela Luminosa
  "No estoy seguro de cuál fue exactamente el origen, el impulso inicial que me llevó a intentar la novela luminosa, aunque el principio del primer capítulo dice expresamente que este impulso procede de una imagen obsesiva, y la imagen es suficientemente explícita como para que el lector pueda creer en esa declaración inicial. Yo mismo debería creerla sin ningún tipo de vacilaciones, pues recuerdo muy bien tanto la imagen como su condición de obsesiva, o al menos de recurrente durante un lapso lo bastante prolongado como para que me hubiera sugerido la idea de obsesión."

Así empieza el prefacio que Mario Levrero redactó para La Novela Luminosa -libro del que escribí algo a principios de año-, y que la librería Eterna Cadencia transcribió en su muy recomendable blog. Acá el texto completo.
 
Categoría : Lecturas aleatorias | Comentarios[0]
 
  26 » Oct 2009
El lector, de Bernhard Schlink
 


Leí El lector, de Bernhard Schlink. Es un pequeño gran libro al que llegué después de ver la película que inspiró. Aunque lo cierto es que antes, ya me había llamado la atención el arte de tapa. Como casi todas las portadas de los libros que publica Anagrama. La edición que tengo de El lector pertenece a la colección Compactos, caracterizada por su despliegue de colores. Libros que te salen a cazar desde un anaquel, como está claro, hace falta que un libro salga a buscar, hoy, a su lector.

Casi nunca una película le hace honor al libro que la inspira. En este caso tanto la novela como su versión cinematográfica están a la misma altura. De hecho, en un primer momento, las primeras veinte páginas, pensé que con ver la película había sido suficiente. Hasta que comenzaron a aparecer las preguntas y la poesía. Es raro, Schlink es juez y para colmo alemán. No digo “para colmo” por un encono particular. Sucede que los alemanes suelen escribir largo, con extensas parrafadas, y con palabras que suelen ser el resumen de varias. (Acá no es muy diferente: los jueces, al menos los jueces argentinos, tienen un estilo que va de lo críptico a lo rimbombante. En los peores casos, estas dos carcaterísticas se conjugan en un mismo fallo judicial. Todo lo cual conforma un panorama desolador: a la escasa justicia disponible para un ciudadano medio, se suma la imposibilidad de entender lo que el magistrado le dice, si es cierto que los jueces hablan por sus fallos.)

En la novela, que transcurre por tramos en un estrado judicial, se nota el oficio de quien escribe. Dicho de otro modo: todo el tiempo hay una perspectiva de la trascendencia que un detalle puede adquirir si lo que está en juego es el futuro de una persona. Schlink conoce cómo piensan un hombre y una mujer.

El lector cuenta al menos tres historias. Primero, una de amor. La del narrador y Hanna, una ex empleada de la Siemens que termina, voluntariamente, trasladando presas judías a un campo de concentración. Terminada la guerra, queda arrastrando el lastre de su pasado que, no podía ser de otra forma, afectará su vida para siempre.

Hanna conoce, accidentalmente, a quien narra la historia: un joven con el que mantiene un platónico amorío. Y parte de ese amor toma la forma de interminables lecturas de clásicos de la literatura que el joven le ofrenda cada vez que se encuentran.

Montada sobre esta historia de amor, hay otras dos: la de las deudas pendientes en la sociedad alemana, que no sabe cómo hacer para perdonarse el régimen nazi (cómo hacer para mirarse a los ojos sabiendo que, acaso, no se hizo mucho para impedir el horror) y la del tamaño de la vergüenza de una persona que no pudo aprender a leer, algo directamente relacionado con la posibilidad de otros mundos.
 
Categoría : Lecturas aleatorias | Comentarios[3]
 
  20 » Aug 2009
Las primas, de Aurora Venturini
 


Existen libros que pueden considerarse obra de un escritor mayor, libros que deberían figurar en cualquier catálogo que incluya lo más importante que alguien haya escrito en determinados momentos de la historia de determinadas literaturas –aceptando que hay muchas literaturas y que una de sus posibles subdivisiones es el origen geográfico de esas determinadas literaturas, una definición a todas luces arbitraria y a la que no suelen adherir los escritores–, libros que pese a su impacto, y a la anónima pero contundente impronta que dejan en un puñado de lectores, sin embargo quedan perdidos en los anaqueles de las librerías, o en los depósitos de las editoriales que los dieron a conocer.

Esta variante de la injusticia suele dejar sin aliento a los pocos lectores que logran atraer ciertas obras en su primera edición. Los deja, también, repletos de preguntas sobre la forma de circulación de un libro y sobre los tiempos que requiere un texto para lograr, finalmente, trascender a un público más amplio.

Es el caso de Aurora Venturini y su libro Las primas, de quien puede decirse que si no sucede algo muy estrafalario, quizá algún día, algún historiador del arte, o de las letras, uno de esos escudriñadores de saldos en busca del arca perdida en la calle Corrientes, recupere el legado de esta octogenaria, una de las escritoras más modernas de argentina.

La historia detrás del libro es tan interesante como el libro mismo. Fue publicado en 2007 luego de obtener el premio Nueva Novela, en el concurso convocado por el diario Página/12, que hasta donde yo sé, luego de esa primera edición no volvió a convocarse.

Se dice que más de un integrante del jurado se sintió en una encrucijada. ¿Era posible que un escritor desconocido pudiera escribir así? Parte del jurado, entre ellos Sandra Russo, Rodrigo Fresán y Alan Pauls, en medio de las dudas, apuntó su mirada al indefinible César Aira. Así, el autor de Embalse, entre otros títulos de una vastísima e imprescindible obra, se habría presentado a concursar por el mero afán de poner a prueba el veredicto, y en el camino dejar una de sus gemas para ver qué decían. Pero no fue eso lo que pasó. Finalmente la novela fue elegida como la mejor entre aproximadamente 650 originales.

La novela es, en el fondo, la presentación de un método: cómo se inventa un lenguaje. En este caso, el de Yuna, una adolescente con un leve retraso mental que pinta cuadros dignos de un talento que en principio ella no podría tener. Yuna es una rara entre raras: su maldecida estirpe (ella, sus primas y su hermana) es la prueba de algún oscuro designio genético: todas presentan algún tipo de malformación, locura o grado de idiotez.

Lo primero que es mágico en el libro es que Yuna escribe y es creíble cuando lo hace. Y lo que cuenta lo cuenta desde una mirada no convencional, como no convencional sólo puede ser la mirada extraña de alguien que se sabe casi un engendro (ella tiene esa conciencia sobre sí y no emite juicios morales al respecto). Lo otro que también es mágico es que pareciera haber un secreto en la forma con la que el lenguaje de Yuna atrapa el mundo con una mirada entre cándida y desesperanzada, que deja ver rastros de una puja interna desprendida de los prejuicios sociales (vividos más como curiosidad antropológica que como padecimiento) y de las miserias y cómo afectan a los corazones sensibles –el de Yuna es uno–, en medio de una profunda reflexión sobre el lenguaje.

Contar la historia que cuenta este libro, como en algunos grandes libros, es no decir nada. Sólo alcanza con decir que es algo así como una breve autobiografía novelada, donde confluyen ciertos tópicos barriales que remiten a la mitad del siglo pasado, y donde también se da cuenta de cierta percepción, propia de las clases medias, sobre el arte como forma de ascenso social.

La historia de Venturini también es riquísima. Antes de recibir el premio por Las Primas, ya tenía una extensa obra que se perdió en el ostracismo de ediciones chicas. En 1948 Jorge Luis Borges le había entregado el Premio Iniciación por su libro El solitario.

Se codeó en Francia, a donde se fue exiliada luego de la Revolución Libertadora (que no tenía nada de revolucionario ni de libertador), con Jean-Paul Sartre, Simon de Beauvoir y Albert Camus. Escribió sobre Lautremont y Rimbaud. Finalmente, a los 85 años escribió Las primas, en La Plata, libro por el que debería ser recordada, con más justicia, como parte de lo más importante publicado por un escritor argentino en el primer tramo del siglo XXI.
ankara escort
çankaya escort
çankaya escort
escort ankara
çankaya escort
escort bayan çankaya
istanbul rus escort
eryaman escort
escort bayan ankara
ankara escort
k?z?lay escort
istanbul escort
ankara escort
ankara grup escort
ankara olgun escort
çankaya escort
çayyolu escort
cebeci escort
dikmen escort
eryaman escort
etlik escort
gaziosmanpa?a escort
keçiören escort
k?z?lay escort
sincan escort
turan güne? escort
ankara escort
ankara rus escort
ankara escort
çankaya escort
çayyolu escort
dikmen escort
eryaman escort
gaziosmanpa?a escort
incek escort
ankara olgun escort
k?z?lay escort
keçiören escort
cebeci escort
ankara rus escort
escort çankaya
ankara escort bayan
istanbul rus Escort
atasehir Escort
beylikduzu Escort
Ankara Escort
Ankara genç Escort
Ankara masöz
Ankara rus Escort
Ankara ucuz Escort
Ankara vip Escort
çankaya Escort
keçiören Escort
k?z?lay Escort
s?n?rs?z Escort
s?hhiye Escort
eryaman Escort
dikmen Escort
malatya Escort
ku?adas? Escort
gaziantep Escort
izmir Escort
antalya Escort
Gaziantep Escort



(F.C.)

Entrevista a Venturini, acá.
 
Categoría : Lecturas aleatorias | Comentarios[0]
 
  06 » Jul 2009
Realidad, de Sergio Bizzio
  En Realidad, la última novela de Sergio Bizzio, uno de esos grupos satélite de Al Qaeda que cada tanto hacen estallar una camioneta en mil pedazos, con su consiguiente reguero de muertes, toma por asalto un canal de televisión en Buenos Aires. El objetivo: lograr la liberación de un prisionero, como suele ocurrir en estos casos.

El canal de televisión en cuestión es el mismo que emite para todo el país el reality show Gran Hermano. Los terroristas, lo siguiente que hacen, es comenzar a manipular a los concursantes. Se convierten, casi, en los guionistas del show, y aprovechan la ocasión para, en su imaginario, dejar en ridículo a Occidente, se sabe, la expresión de todo lo que para ellos es malo, obligando a los jóvenes participantes a denigrarse a escala global.

Los participantes, que no tienen ni idea de quiénes son sus verdaderos guionistas, sabedores de que pueden tener un poquito más de fama que los cinco minutos que el destino ya les asignó, acceden a los mandatos del grupo islámico, por intercesión de la voz de La Casa. A muy grandes rasgos ésa es la historia que cuenta Realidad, que según el propio Bizzio señala, ya tiene interesados en filmar la película (serían productores españoles), algo que estaría bien, si el guión cae en buenas manos.

Bizzio se ríe, sí, de la realidad. La novela, que sigue al éxito de crítica que tuvo Era el cielo, su anterior gran libro, también se ocupa de otros temas, de una forma un tanto más profunda: uno de ellos es un abordaje breve e irónico, una revancha contra los productores de televisión (que quedan en el sitial de dominadores dominados), y por otra parte es una reivindicación de la poesía: puede estar en cualquier lado, dice Bizzio, y más allá de lo dislocado que un tema pueda parecer, sólo hacen falta ojos para querer verla.

(F.C.)
 
Categoría : Lecturas aleatorias | Comentarios[1]
 
 
1 2 3 Siguiente
Agenda[7]
Gladiadores[16]
H1N1[7]
Lecturas aleatorias[22]
No periodismo[1]
Palabras como ríos[6]
Periodismo[4]
Petrópolis[3]
Quemando teclados[76]
Varios[76]
Nueva dirección del blog
Palabras como felinos
La verdad según Tabarovsky
Simplemente Chet
Fogwill por Cohan
Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued
Cuentos para pensar debajo del agua
El Gigante González
Claire Keegan
Cómo ser un número y no sucumbir en el intento
Agosto 2009 [21]
Julio 2009 [11]
Junio 2009 [15]
Mayo 2009 [14]
Abril 2009 [15]
Marzo 2009 [21]
Febrero 2009 [3]
Enero 2009 [29]
Diciembre 2008 [19]
Noviembre 2008 [24]
Octubre 2008 [23]
Septiembre 2008 [23]