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Por Jorge Herralde
Descubrí a Mailer en los años sesenta, gracias (como tantas veces en aquellos tiempos) a traducciones argentinas, empezando con las novelas El parque de los ciervos y Los tipos duros no bailan, y desde entonces he seguido con gran interés su obra, que he leído casi íntegramente. Y, como editor, he tenido la fortuna de albergar, desde 1987, buena parte de ella, recuperando sus libros más significativos y publicando su obra posterior, un total de once títulos.
Así, destacan en nuestro catálogo Los desnudos y los muertos, sobre la Segunda Guerra Mundial, una de las mejores novelas bélicas de todos los tiempos, que catapultó al joven escritor veinteañero a la fama, o El fantasma de Harlot, su novelón sobre la CIA y sus maquinaciones, y ahora El castillo en el bosque, su última novela, en torno a la infancia de Hitler y su vinculación con el diablo. Es decir, Norman Mailer, el gran fajador, no se plantea retos menores.
Como lector, mi libro favorito sería quizá Los ejércitos de la noche, que tiene como subtítulo La Historia como Novela. La Novela como Historia. Es la crónica de la “marcha sobre el Pentágono”, en 1967, con Mailer al frente de todos los grupos y grupúsculos de la New Left, los hippies, los yippies, los weathermen, las feministas, etc., codo a codo con los recalcitrantes de la Old Left. Alfred Kazin escribió: “Mailer ha intuido en este libro que los tiempos exigen una forma nueva. Él la ha encontrado”. Una paternidad de género discutida por su no muy querido colega Truman Capote y su novela de no ficción A sangre fría, mientras que un jovencito Tom Wolfe empezaba ya a alborotar (aunque la opinión de los expertos es que Mailer fue el precursor del Nuevo Periodismo, aún sin bautizar, con su reportaje sobre la convención del Partido Demócrata publicado en Esquire en 1960). También en ese registro Mailer escribió una de sus grandes obras, La Canción del Verdugo, dedicada al asesino Gary Gilmore. Joan Didion escribió al respecto. “Salvo Normal Mailer nadie se habría atrevido a escribir esta novela”. Y este estribillo de una osadía impensable en cualquier otro se ha aplicado también a otros libros del autor, la última vez ha sido precisamente con El castillo en el bosque.
También figura entre mis favoritos América, una amplia selección de sus mejores reportajes, como el del célebre “combate del siglo” en el Zaire, entre Muhammad Ali y Foreman, al que Mailer asistió, el boxeo era un deporte que le apasionó y también practicó. O el mítico y fundacional texto “El negro blanco”, sobre la esencia de la cultura hip y su ineludible dilema: ser hipster, o sea un psicótico filósofo, o sea Norman Mailer, o bien ser square: ser rebelde o conformista.
Desde su súbita fama con su primer libro, Mailer estuvo en el ojo del huracán, que parecía ser su idea del confort. Fundó la punzante revista Village Voice, se postuló como alcalde de Nueva York, se metió en toda clase de algaradas políticas (la lectura de Los ejércitos de la noche es muy instructiva), y sobre todo escribió como un poseso. Y entretanto se casó seis veces, con divorcios sonoros y costosos (en una ocasión con una esposa apuñalada de por medio), aunque ahora ya llevaba treinta años sentimentalmente sosegado, a raíz de su matrimonio con Norris Church, como un patriarca al frente de un clan numeroso.
Siempre rebelde y provocador, su personalidad arrolladora y excesiva no podía dejar indiferente. Too much para el Nobel. Tampoco su obra, a veces desigual pero también de unos logros inapelables. Mailer, uno de los grandes, se ha despedido en el centro del ring, peleando con las continuaciones de al menos dos novelas (la de Hitler y la de la CIA) y otros retos, zurrado por la vida pero plantando cara con fiereza y astucia.
Como anécdota, en cuanto leí ¿Por qué estamos en guerra?, su conferencia de febrero de 2003, un ataque frontal a Bush y a su intervención de Irak (y un lúcido análisis del plan fríamente elaborado diez años antes de la invasión), escribí a su agente Andrew Wylie, sugiriendo que lo ampliara con otros materiales para que así perdurara como libro. Ignoro si el autor lo había previsto, pero en cualquier caso se publicó simultáneamente en Estados Unidos y en España.
Y por último, otra pequeña anécdota: le enviamos a Wylie, hace unas semanas, la posible ilustración, muy dura, que yo había elegido, destinada a El castillo en el bosque, para que se la pasara a Mailer. Era un póster de la Segunda Guerra Mundial, con el rostro de una niña llorosa y asustada en el centro, detrás de una gran esvástica, y arriba el título: ”Deliver us from evil”. Me contó Wylie que el curtido Mailer al verla dio un respingo pero enseguida también el OK.
* Texto enviado por la agencia de prensa de editorial Anagrama |
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