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Yo no tenía un peso. Y el tenía medio. Me lo prestó. Y comí.
Aun recuerdo el hecho, porque me encontraba al borde del colapso.
Eramos amigos, aunque a veces nos gustaba llamarnos “hermanos”.
Aunque él tenía sus hermanas y yo mi hermano pequeño.
En Buenos Aires, en noches eternas, le dabamos vuelta a la pelota imperfecta y accesible que para nosotros era el mundo del arte.
Visitábamos librerías, asistíamos puntuales a las más impuntuales fiestas porteñas, gritábamos como tantos otros en los cines under donde estaba permitido gritar y se exhibía “The Wall” y “9 semanas y media”, observábamos a la gente pasar con el ceño fruncido y el alma entumecida, sentados en la vereda, en el banco de una plaza, vestidos con jeans rasposos, remera negra y zapatotes de trabajo punta de acero. Y un libro, infaltables libros de Nicanor Parra, Shakespeare, Capote, Rulfo y Bukowski.
Tomábamos licuados y café, escuchábamos a Sumo y The Clash en departamentos tomados o por tomar, siempre ajenos, de un amigo de un amigo, en edificios o “deptos” en los que nadie más quería vivir.
No hablábamos de irnos porque recién habíamos llegado.
Con las mujeres, a él, le resultaba fácil. Siempre alguien se volvía loca con sus palabras dulces y extrañas. Con sus heridas de guerra. Con su paz de Buda electrónico.
Yo buscaba trabajo sin buscarlo. Quería escribir y que me pagaran por eso. Quería el vértigo de ir detrás de una noticia con un libretita en la mano. Quería tener dinero para comprar libros. Quería leer todos los libros de la biblioteca de Alejandría. Todos los libros de Gandhi, todos los de Losada, todos los de Liberarte, todos los de Fausto.
El me decía que yo era un irreverente, un fucking punk.
No sé, no estoy seguro. Ahora mismo no estoy seguro de nada.
Nos desencontramos muchas veces y nos encontramos unas pocas.
Volvimos a charlar y a recapitular en el fin del mundo.
Tan lejos, tan cerca.
La vida pasa. Y la suya queda a millones de años luz de la mía y viceversa.
Lo quise, me quiso, fue mi hermano. Sin comillas.
El cada tanto me aclaraba que tenía dos amigos-hermanos, uno en la Patagonia, el otro en algún lugar de los Estados Unidos.
Aquel también era un jodido punk letrado. |
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