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En este lugar, en este único lugar, las piezas se mueven. Unas tras otras. La velocidad no tiene precio. No puedes pagarlo. Nadie puede. Mis compatriotas coreanos al frente de su mini market. Unos tipos tomándose una cerveza en la esquina, sentados, a la espera de un colectivo que no llega. Una puta escupe al piso letras de oro. Una chica igual a Norah Jones camina sola con la mirada perdida. Sus jeans le van sueltos. Sus senos son pequeños. Los adivino. En este lugar, en este único lugar, veo los monstruos de nieve deshaciéndose en el sur. En el sur ya no nieva. No nieva en mi corazón porque estoy lejos de muy lejos. Una querida amiga me ha confesado su nuevo amor. Yo le advierto lo perdido que estoy. Como siempre. Unos chicos toman un edificio en el que nadie debería vivir. Leo por quinta vez el mismo libro. Espero también: una palabra en clave, un destino, un pasaje en primera. Mientras tanto pienso en pieles. En besos. En viajes. Añoro Escocia. Me emborracho de café con un español al que acabo de conocer y que se acaba de enamorar de una mujer a la que jamás ha visto en persona. Ninguno conoce a nadie. En una postal de mi pueblo, una insólita postal turística de un pueblo perdido en el fin del mundo, mi viejo se abre paso a través del invierno. Es él, no caben dudas, su peinado ridículo. Su ropa negra. Doy fe. Tengo la postal en algún sitio. Ya fue suficiente por hoy. Me rompo la boca de un puñetazo. Me entrego. Espero, yo también espero. |
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