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Finalmente, como una revelación divina (aunque los caminos de dios son extraños), entendí porqué un libro. O, mejor aun, porqué leo novelas y agarro viaje y me voy.
Mi teoría: en una novela todo, absolutamente todo es conducente. En una buena novela no hay lugar para el aburrimiento. No debe haberlo. Y mientras avanzamos de página en página, de anécdota en anécdota, la vida ocurre afuera: tediosa, repetitiva.
Esto es parte de lo que nos fascina de los grandes autores, su proverbial capacidad para mantenernos en un hilo con los ojos bien abiertos, pegados a la vidriera de su historia.
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