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15 » Oct 2009 |
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Sin saber |
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Se vive sin saber.
Se vive como se puede.
Y ambas cosas son ciertas.
Los preciosos momentos que enlazan nuestra historia transcurren en desorden. A los tropezones. A veces no tenemos nada entre las manos, y a veces hay tantas y buenas cosas que, incapaces de contenerlas, se nos escapan entre los dedos.
Pero se vive, ese es el punto, y contra el dolor no queda otra alternativa que reflexionar y empujar. Ir en procura del siguiente capítulo.
Como una lección interminable, cada día hay una oportunidad floreciente de encontrar la clave.
Sólo nos volvemos concientes de nuestros tesoros cuando estos se ausentan. Con la escases no extrañamos la abundancia sino el simple hecho de tener una centavo en el bolsillo. Con el dolor, recordamos el tiempo en que no padecíamos y nuestra sonrisa era neutral como la de un Buda. Con el cansacio, los días en que paseabamos ágiles sin que nada nos preocupara.
El sabor de una manzana. La velocidad de un beso. La inmensidad abriéndose sobre nuestras cabezas cuando regresamos al amanecer a nuestra cama. La última hoja del libro. La paz de las 5 AM. La mirada extraña y sabia de un perro. Una remera sin estrenar. Una llamada que no esperabas pero que alegra las horas grises. Una conversación que deriva en una cerveza y en proyectos varios y en risas y en la contradictoria promesa de otros encuentros no planificados.
De todo eso y más somos dueños. Siempre. Casi siempre. Flamantes propietarios de hechos únicos. Irrepetibles. Eternos en la memoria.
Cada vez que emprendo la lectura de un libro, que inicio un viaje, que participo de una charla que me provoca. Cada vez que descubro una canción que vale la pena escuchar cien veces. Cada vez que siento en mi piel cómo gira el mundo, lo esfímero que es este juego de risas y llantos, me vuelvo apoenas consciente y prolongo el paisaje frente a mis ojos.
Somos una pared mágica capaz de absorber luz y devolver estallido.
Días atrás recuperé un libro que le había prestado a un gran amigo, Fernando. Se llama “Sobre los acantilados de mármol”, de Ernest Jünger. Es una historia excitante y aleccionadora. No entiendo porqué, tomando en cuenta su ritmo y la deliciosa locura que despliega el autor, nadie la llevó al cine aun. Lo leí hace un par de años a la velocidad de la luz y luego lo recomendé y lo pasé.
En sus párrafos iniciales, el personaje de Jünger reflexiona acerca del buen vivir y las posibilidades del amor, la felicidad y el placer. Por supuesto, viene a colación. Dice:
“Todos vosotros conocéis la profunda melancolía que nos sobrecoge al recordar los tiempos felices. Esos tiempos que se han alejado para no volver más y de los cuales estamos más implacablemente separados que por cualquier distancia. Y las imágenes de la vida son más seductoras todavía vistas en el reflejo que nos dejan, y pensamos en ellas como en el cuerpo de una amada difunta que reposara bajo tierra y que de pronto se nos apareciera, como un luminoso espejismo. Una y otra vez nos entregamos a nuestros sedientos ensueños y tratamos de revivir el pasado, deteniéndonos ante cada uno de sus pormenores y de sus detalles. y cuando tal hacemos nos parece que nunca hemos sabido apurar las posibilidades de la vida y del amor, pero nuestro arrepentimiento no puede hacer emerger lo que en definitiva se ha hundido para siempre en la nada. ¡Ojalá que este sentimiento fuera una lección que pudiéramos tener presente en cada momento de felicidad!”. |
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Categoría : Mediomundo | Comentarios [1]
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Sin saber |
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Por : Maria Cristina Gimenez | 01 » Nov 2009 | 10:32 pm | Email
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pa´l de Puerto Natales
Sobre el último párrafo.
¡ TAL CUAL !
Cris |
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