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Puede uno imaginárselo. A ese chico de 20 años y ojos brillantes, recién bajadito del Cabo de Hornos, subiendo por calle Corrientes. Benito Blanco, con toda la vida por delante. Y su vida sería tan intensa y excepcional que podría hacerse con ella una película épica.
Con los años, Blanco iba transformarse en un próspero empresario con inversiones en los más variados rubros -pozos petroleros, fruticultura, turismo, hotelería, construcción, entre otros- y su vínculo con Río Negro y Neuquén resultaría esencial. Volviendo al pibe que acaba de poner un pie en Buenos Aires luego de semanas de viaje a través del Atlántico. Todavía conserva en su boca el sabor de su tierra Lalín, Galicia, sin embargo, pronto y sin traumas, entiende que debe adaptarse para sobrevivir en una ciudad cosmopolita.
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