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Hace un tiempo que venía reflexionando sobre este tema. Los avisos en los diarios, la irrupción de los más diversos sitios web dedicados al supuesto sexo online, en fin, me impulsaron a escribir algunas frases.
Aunque se presuponga lo contrario: no hay sexo en internet. No existe el sexo on line. Si acordamos que la sexualidad implica el establecimiento de un nexo, de una suerte de vínculo, aunque este resulte en uno perverso, el sexo virtual es apenas la métafora del sexo real. Tal vez menos que eso.
Alguien ha suspirado con alivio: con el sexo virtual se han acabado las pestes, ya no necesito usar preservativo, el sexo on line me ha liberado de todos los males, olvidando acaso que “tener” sexo virtual es “no tener” sexo en absoluto.
El sexo on line, ese que se desliza sobre la pantallla LCD, es el equivalente a manejar un Fórmula 1 en un videogame cuando, en realidad, lo que se quiere y se pretende es manejar un auto de verdad.
Pero, y aquí es donde los caminos se separan, a nadie se le ocurre que conducir un programa en 3D, es un acercamiento al circuito profesional. Es un juego, una diversión, una dispersión de la mente que no hiere a nadie. A partir de ese punto tampoco hay quien se sienta con derecho a pontificar acerca de cómo correr un Fórmula 1 o incluso un auto cualquiera. Pensemos en que un chico no le explica a su padre cómo agarrar una curva en velocidad sólo porque él lo hizo en un simulador.
El sexo virtual aparece como un consuelo a los miedos represivos, a las imposibilidades (tratables por un buen terapeuta) de quien no encuentra una salida auténtica a su deseo y como un reforzamiento de las conductas masturbatorias que en los últimos años parecen haberse expandido.
Establecer la validez de este consuelo lllevaría a un debate más aun extenso. Imagino que descubrirse parte de una caracterización (al estilo Matrix) después de haber tocado la piel ajena no debe ser una conquista menor.
Si los 60 se caracterizaron por una apertura de las costumbres sexuales, una apertura que a los latinoamericanos y a los hispanoamericanos parece haberles llegado en los 80, el nuevo siglo podría ser definido con el signo de la prevensión hipócrita.
Dudo mucho de que haya más sexo hoy que en los 80, lo que si es cierto es que a pesar de ello, ahora la sexualidad aparece revestida de empalagosos estereotipos que no se corresponden con los cuerpos y las almas de quienes andan por la calle.
El contacto erótico está precedido por un peligroso estado de decepción. No son pocos los torpes que creen religiosamente que el continente del otro, y por lo tanto la excitación en sí, debe homenajear de un modo u otro, a Pamela Davis.
Mientras, a su vez, Pamela Davis homenajea a su cirujano plástico.
Cuanto más insistimos en un sexo moral y definitivo (ese que le pide a los curas una castidad que no pueden sostener, y a las parejas a un plan de vida monogámico que los ata para siempre incluso más allá de la muerte), más arremetidas eróticas virtuales tendremos y probablemente, más escaramuzas, dolientes y despojadas de sentido, en el universo carnal. La ferviente actividad travestil, empujada hacia automóviles veloces manejados por hombres de cuello y corbata, debe tener una explicación que anda por ese lado.
Cuanto más insistan los medios en sacralizar fragmentos corporeos de las estrellas del momento (senos operados, músculos abdominales trabajados y maquillados, pieles y expresiones revizadas por la tecnología del computador), más chicos, jóvenes y adultos tendremos pegados a las pantallas como moscas a la luz potente de un proyector.
El padre familia obnubilado por la increíble plasticidad de una pareja de malabaristas chinos. El adolescente que no puede creer el tamaño del miembro de un actor porno. Son pasajes mentirosos tanto como una película de “King Kong” (y sabe dios cuantos King Kong andan sueltos en el “pornotube”). En tanto se queden en ese estrato, servirán como aventuras sin correlatos posteriores. Pero cuando esto se olvida, y uno puede suponer que ya está sucediendo, los prejuicios, los desengaños y la estupidez quedan a la orden del día.
El sexo irreal no nos ayuda a ver ni disfrutar del sexo a secas ¿Un disparador? Bueno, ya me dirás que tan maduros sos en el uso de tales estimulantes.
El sexo tiene virtudes que lo convierten en una epifanía: implica riesgo, descubrimiento, te desafía a transcurrir hacia lo ajeno para volverlo propio (aunque sea por un instante).
El sexo te desafía a vivir una aventura a punta de deseo. |
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