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26 » Jun 2009 |
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Escuchar a Michael, estudiar y trabajar |
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Esta columna fue escrita por Guillermo Muñoz, destacado periodista chileno que además trabaja en el área de Comunicación de la Universidad de Magallanes (XII Región, Chile). Una mirada del Rey del Pop desde el sur-sur del mundo.
Por Guillermo Muñoz
Es cerca de la medianoche cuando empiezo a escribir estas líneas y me doy cuenta son las mismas que inician la canción Thriller. Hace pocas horas se acaba de anunciar la muerte de Michael Jackson y CNN se vuelve demasiada entretenida cuando acontecen noticiones como estos. Me llama mi hermana para felicitarme por mi santo y de paso me dice que Catalina, su hija más pequeña, también le gusta Michael Jackson y le ha pedido que le regale un disco. Cualquiera. Lo importante es que sea… de Michael Jackson.
Jackson ha muerto a los cincuenta años, hermosa edad para morir. Ni más, ni menos. No fue a los 51, 60, ni 72. Inaudito sería un siglo, pero todos sabemos que no existe artista pop que dure cien años. Por eso, cincuenta está más que bien. Ni más ni menos.
Exactamente hace veinticinco años yo tenía catorce e ingresaba a la enseñanza media. Había aprendido a bailar en fiestas hace poco menos de un año con la canción “Eyes of the Tiger” del grupo Survivor que era el tema principal de Rocky 3 cuando se enfrentaba a Clubber Lang y por fin me enteraba quién era el famoso Mister T de la serie Los Magníficos que no llegaba a la televisión de Natales. Después lo haría con Flashdance, Yazoo y Stix con su famoso Mister Roboto. Aparecería nuevamente Travolta ahora dirigido por Stallone en Sobreviviendo con “Far from over” cantado por su hermano Frankie. Todo eso. Y bueno, si bien yo no era Gene Kelly, al menos sabía lo esencial: marcar el paso. Creo haber sido uno de los primeros adolescentes de natales en saber algo de Michael Jackson. Hojeando revistas casi un año antes (1983) descubrí la foto de un muchacho negro con un traje blanco atravesado de lado a lado por la palabra Thriller escrita en letras manuscritas con la iconografía de un autógrafo. Guardé silencio y recordé el nombre. Meses después a este mismo muchacho lo vería subir una y otra vez a los estrados de entrega de los Grammys en una transmisión diferida presentada por Rodolfo Roth en el Magnetoscopio Musical. Me llamó la atención el vestuario colorido y brillante, no porque lo desconociera, sino porque me recordaba irremediablamente los vestuarios que utilizábamos en la enseñanza básica para las representaciones teatrales sobre la Independencia y las arengas de Bernardo Ohiggins. Tiritas de lana colgando desde unas hombreras y el color azul azulado. Después de él aparecería Boy George, Club Country, Herbie Hancock con sus extremidades mecánicas interpretando Rock it. A pesar de lo poco que me importaban los grammys, se volvería un mundo alucinante que yo propondría como idea para elegir al estudiante más popular, el más intelectual, el profesor más simpático, la pareja más popular y que imaginaba con alfombra roja, glamour nocturno y al cual bautizamos junto a la Paola y el pato como los premios “Clase”. Lo mejor de todo, es que era en tiempo de los milicos, cuando no se podía votar y sin embargo votó todo el liceo y el premio era: un lápiz parker.En definitiva, le mandamos un gol de media cancha a las autoridades del colegio gracias a Magnetoscopio, los grammys y por supuesto..a Michael. Un mundo alucinante que después se repetiría en nuevos grammys, music awards, mtvs y todas las “awards” venidos y por haber. De ahí a natales y las fiestas liceanas solo un paso. Comenzó todo muy tímidamente. Algunos calcetines blancos, pantalones negros ajustados entre el tobillo y el peroné. Podrían ser mocasines o zapatos negros caña baja. Que más da. En la oscuridad nadie nota la diferencia. Después sería el Yoki estilo cafiche de Koyak o Las calles de San francisco y una caminata menos encorvada con leve movimiento de manos a la altura de la cintura. Nunca adherí a esa moda, por dinero e introversión. Porque estaban quienes bailaban mejor que yo y era habitual escuchar que el chico más popular del liceo era aquel que bailaba igualito a Michael Jackson, de igual forma como escuchaba años atrás en las fiestas de los amigos de mi hermana que ese otro chico bailaba a lo Travolta. Pero en la clandestinidad de mi humilde pieza y frente al espejo del comedor, bailaba como él, golpeaba la rodilla con la palma de mi mano como él y fuí el adolescente más feliz cuando aprendí ¡¡después de mucho esfuerzo!! A deslizar los pies hacia atrás ¡¡paso mágico y deslumbrante que nos hacía sentir como en la superficie de la luna!! Me fanaticé por Beat it, después Thriller y finalmente Billi Jean..seguí con Say Say Say y volvía una y otra vez a Billi Jean. Después algo nos pasó. Un poco de saturación, más información y ruido adolescente. Yo me fui hacia Duran Duran, otros marcharon a Cindy Lauper y hay quienes emigraron hacia Iron Maiden o Judas Priest. Pero también fue el tiempo que aprendí que las pandillas llegaron a Magallanes o quizás siempre existieron, pero ahora tenían símbolos y nombres del cual aferrarse y construir una identidad. Así supe de los Thriller, famosos porque destruyeron un quilombo una noche de juerga. De espaldas en los titulares de los diarios. Jóvenes que se juntaban en las esquinas y que podrían haber sido identificados simplemente como los de la dieciocho, pero decidieron llamarse como el disco y el tema que más los representaba ¿Acaso no ha de pertenecerles aquella línea que dice “It's close to midnight and something evil's lurking in the dark…”
También recuerdo a Moisés, atleta natalino de los que entrenaba Penchi, que nunca llegó a un sudamericano, tan solo a un patagónico y que lo veías correr entre la bruma natalina a eso de las once de la noche con una camiseta musculosa tal Marlon Brando escapado de la pantalla en “Un tranvía llamado Deseo”. Moisés fue leal por varios años. En él no paso ni llegó moda nueva. No llegó el heavy metal ni el rock latino. Solo fue para uno. Para él. Para Michael. Lo recuerdo llegando al funeral de Aníbal, un liceano muerto en un paseo de fin de curso. No llegó como un chico cualquiera. Mientras nosotros escoltábamos la entrada del liceo, desciende de un taxi tal artista arribando a la entrega de los premios Grammy. Iba vestido con el traje típico de él. De Michael. Y esa caminata¡¡ oh Dios!! ¡¡Y esa caminata!! Para Moisés faltaron los flashes que nunca tuvo en sus triunfos como atleta y la alfombra roja que nunca llegó cuando salió del liceo. Tampoco estuvieron cuando lo sacaron de urgencia tras haber quedado su mano atrapada en la maquina amasadora de la panadería donde trabajaba a altas horas de la noche. Las malas lenguas dicen que entre tanto footing, escuchar a Michael, estudiar y trabajar, se quedó dormido con la mano en el mentón. La misma que cayó en desgracia hacia el abismo de la expresión natalina de la revolución industrial.
Y así pasó Michael Jackson por Natales, como bien dice el título de una película italiana que anuncia que Cristo Pasó por Evoli. Se le recordó con cariño hasta antes de salir del liceo en el año 1987. En esos meses de crepúsculo, sale a la venta su disco Bad. Pero ya nada era lo mismo, nuestros vestuarios, peinados y formas de caminar. El rock latino había calado hondo en nuestras conciencias y patear piedras se convertía en una palabra peligrosa. Sin embargo, reconozco que me gustaron más sus discos, más sus singles, más sus extravagancias y no puedo desconocer que aprecié enormemente sus baladas, aunque dijera puras huevadas ¡¡que tremendas baladas!! No sé si fue Rey del Pop, porque el pop es tan cambiante que difícilmente se puede ser monarca absoluto de un reino que nunca es igual.. Así como tampoco creo que Madona sea la Reina del Pop. No..no..no..no…..Y así fue pasando Michael Jackson y lo único que escuché de él en Santiago fue el verso inspirado de Ubiergo cuando canta que “…Michael Jackson es más blanco y más negro mi pulmón…”. De ahí al 93. Estaba en Santiago, pero no tenía plata. Pronto me iría a la Ufro y cambiaría radicalmente mi vida. De ahí no supe más hasta que llegó Dangerours ¿Por qué siempre un monosílabo Thriller- bad- dangerous. Invencible- history???? y pensé ¿será rey del pop? Me respondí que no. No había escuchado a ningún otro intérprete cantar sus temas como las de Elvis, Bob Dylan o John Lennon. Solo me extrañó que Caetano Veloso sustituyera el Bossa Nova y decidiera interpretar con su guitarra una carnavalesca versión de Black and White. Y lo demás es historia conocida. Sus escándalos, fracasos y abierto descenso al mundo de su denigración. Y ese rostro de mimo resquebrajándose en el apocalipsis de la cirugía plástica. Había escuchado de sus nuevos conciertos. Serían cincuenta. No pagaría por uno de ellos. Pero pagaré por los titulares de mañana y agregaré un nuevo titular a mi colección de titulares históricos: las muertes del. 11 de septiembre del 2001, la de Christopher (Superman) Reeve y la de Pinochet. Quizás soy un morboso con la muerte ajena. Hace unos meses le regalé a mi amigo Héctor un afiche con el titular del Diario The Sun que anuncia KING ELVIS IS DEAD. No haría lo mismo con el titular de la muerte de Michael. Quizás mi hijo Samuel se lo regale a alguien en 25 años más, cuando Jackson sea lo que en pocos minutos ha comenzado a ser: un ídolo. Pero no pagaría por eso. Sí pagaría por volver a natales 25 años atrás, estar en una fiesta liceana y volver a ver a todos aquellos que hoy dicen ser metaleros hasta la muerte, madonneros hasta el final o vanguardistas hasta la inconciencia. Porque los ví en cuerpo y alma vestidos con mocasines, calcetines blancos y un joki de segunda sobre sus cabezas. Los ví caminar chocando las rodillas, levantar el pie y mover las manos como repartiendo naipes en un partido de truco. Pagaría por ese momento y después de eso recordaría la carcajada de Vincent Price que finaliza “Thriller” y anuncia que después de la medianoche los muertos se levantan de sus tumbas. |
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Categoría : Música | Comentarios [0]
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