Esta historia se sitúa en un lugar de nombre extraño, Reykjavík, capital de Islandia. Pensándolo bien, tampoco estoy seguro de que califique como historia. Es, en realidad, una canción interpretada en vivo en el otro extremo del mundo. Fueron la manera en que sus compositores la respiran, la vitalidad que imponen sobre el escenario y la estética que despiden en su transcurso, mezclada con una infantil alegría, algunos de los motivos que me llevaron a pensar que, así en vivo, “Gobbledigook”, del último álbum del grupo islandés “Sigur Rós”, merecía ser calificada como un relato literario o un acto de exquisita inspiración.
El disco se llama "Með suð í eyrum við spilum endalaust", que en castellano significa "Con un zumbido en los oídos tocamos eternamente". Al escuchar “Gobbledigook” por un momento pensé que se trataba de un grupo de electrofolk argentino que se había pasado de vino tinto. Pero no. Muy lejanos a nosotros estos islandeses juegan con una base que resulta sospechosa y maravillosamente, debo agregar, folclórica. Semeja un malambo. Sin embargo, justo cuando estaba por lanzarme en velocidad hacia el zapateo con una variable de frío, soledad y paisajes perfectos, pues ¡oh sorpresa!, ahí es cuando Jón Þór Birgisson, líder del grupo, irrumpe con una dulce melodía en otro tiempo. Su voz delicada y fugaz se superpone al primer telón rítmico y que remite a una balada de piano tocada junto al mar para delfines y sirenas. La combinación te deja atónito.
Del disco pasé al Youtube. Allí encontré la versión en vivo ocurrida en la capital de Islandia a mediados de este año. La escena parece sacada de un circo. Hay una banda de músicos vestidos de blanco que ocupan funciones diversas, unos aporréan bombos, otros hacen palmas en un contratiempo característico del flamenco y otros ayudan en los coros. Visten con ropas semejantes a los antiguos trajes militares de gala. Pero esto no es homogeneo. El resto de los integrantes lleva vestidos neo hippies. El baterista Orri Páll Dýrason, además, se ha puesto una especie de corona artesanal de varios colores.
Luego de las presentaciones formales por parte de Jón Þór Birgisson, que incluye una sonrisa cómplice y un puño en alto para una Bjork disfrazada de pájaro, la música da inicio. No. La música explota.
Un simpático “lalalalalala” precede al malambo enloquecido del que hablaba al principio. Luego la voz en falsete del cantante acompañada por una guitarra acústica a la que no deja de rasguear con energía se imponen a ese tiempo folclórico que queda repicando atrás. Pero cuando las frases acaban, los tambores, la batería y todos los instrumentos de percusión presentes revolucionan el escenario.
Jón Þór Birgisson también porta uno de esos trajes extraños aunque el suyo es negro, y atrás, donde comienza su cuello, uno puede descubrir un adorno compuesto de plumas. Jon es un ave que invita a la libertad. Su mirada es portadora de un éxtasis que entusiasma más aun tomando en cuenta las poses típicamente sombrías de los rockers de hoy. Hacia el final, cuando sus ojos otean el horizonte poblado por miles de personas, la banda se dirige hacia el último eslabón de un círculo sagrado. El universo de 4 minutos empieza a tomar una forma definitiva para luego desvanecerse. Otra vez estalla la tierra, ya no hay voces, sólo queda la percusión infernal pero llena de dicha.
La letra de la canción acaso es una anécdota que puedes traducir con la piel. Traducida del islandés al inglés al castellano, queda así: “Tu sombrero vuela en el aire/Cierras el paraguas por dentro demasiado seguido/Oh no, no, oh/Tus techos vuelan hacia un mar tormentoso/Pelo de accidente vascular y peinado al viento/viento en tu pelo/viento en tu pelo”.