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Alguna vez escribí que el sur es un conjuro. Porque me sabe a brujas, a soledad poblada de fantasmas, a voces que hablan en el viento, en la distancia, entre los ríos, en los desiertos y las montañas. Chilote es una marca de nacimiento, y es la respuesta a una pregunta que me hizo hace unos días Luis Di Giacomo en su programa de radio, "de dónde viene la poesía", en mi caso. Pues viene de mi condición chilota, de ser hijo de un sur y nieto de otro más profundo y mitológico. En Chilote, un blog de Wordpress, he estado posteando, entre tantas cosas, pequeños relatos sureños. El de abajo es uno:
Despiertas. Es la nada. Estás del lado equivocado de la cama. Por un momento creíste haber levitado. Como un mago. Como un fantasma. No sos nadie. No sos más que un espejo de la noche. Todas las fichas te caen al mismo tiempo. Fuiste una monja en la India. Un guerrero caído en el campo de batalla en Escocia. Un jugador de golf gordo y engreído en Las Vegas. Una amante en Venecia. Un suicida en Berlín. Fuiste el que lloró por Jesús sin conocerlo. Y el rockero que jamás llegó a tocar en Woodstock. Fuiste una ninfa. Y un demonio. El siervo y el condenado. El paje y el caballero. El buscador y el arraigado. El niño y el anciano. Todo eso en un segundo, en una fracción de segundo. Luego descubres que no. Que estás ahí. En tu casa. En tu dormitorio. Y que tus hijos duermen. Y que tu mujer sigue enojada con vos. Y que bebiste de más anoche. Y que necesitas un Uvasal. Que sos un hombre, una mujer en este siglo, en este milenio. Piensas en flores. No sabes por qué.
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