Uno imagina que hay muertes que sencillamente no deberían ocurrir. La de Heat Ledger es una. Y aconteció. La de David Foster Wallace, de 46 años, uno de los más brillantes escritores de los últimos tiempos, es otra.
Hace apenas unas hora su mujer, Karen, lo encontró sin vida en su casa en California. Se ahorcó.
Foster Wallace era una promesa cumplida. Hace unos años fue considerado un nuevo y joven genio de la literatura, un artista de amplia proyección. No decepcionó a nadie. Libros tras libro, -el voluminoso “Infinite Jest”, “Hablemos de langostas”, este último se vende en las librerías de la región- el artista conmocionó a sus seguidores. Pero sus amigos más íntimos también rebelaron ahora que era un ser atormentado. Durante años consumió pastillas para mantener a regla a la depresión y también se acercó a otras terapias no farmacológicas.
Finalmente sus demonios internos fueron más fuertes.