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08 » Oct 2007 |
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Leer, refugio y herramienta |
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Aunque la idea no me parece mal, no soy capaz de asociar completamente el acto de la lectura a la palabra placer. Acaso porque leer no ha sido siempre para mi una especie de spa virtual sino un refugio donde pasar los peores temporales.
Por lo general, leo con mayor pasión en los días en los cuales mi alma está hecha harapos. En los momentos en los que soy una auténtica piltrafa. Entre las páginas de un libro encuentro cobijo y calor. Dije libro puesto que el objeto está ligado a la sensación de seguridad. Un signo de mi generación analógica.
El libro, como el hecho de saber leer, representan la nacionalidad que he adoptado. El país en el cual aceptan mi pasaporte.
Tampoco estoy convencido de transmitirles a mis hijos que la costumbre de leer se encuentre vinculada a una suerte de paraíso donde el visitante pone la toalla y se deja tostar por el sol. Uno no busca un conjunto de factores positivos para leer sino que lee a pesar de todas las contras y artimañas de la existencia. Se lee, en todo caso, debido a eso. Para eso.
Más bien los he incitado a que lean con el fin de que se vuelvan más inteligentes, más fuertes y más flexibles. Inteligentes, porque la lectura pide mucho de uno mismo, en cuerpo y en espíritu. No es fácil entender determinadas ideas y ese empeño tiene una recompensa que se prolonga en el tiempo.
Fuertes, porque en el proceso el lector templa la sangre hasta volverse una herramienta de la energía que fluye entre las personas, un soldado de una causa, un profesional de lo que más importa: la capacidad de entender.
Y flexibles, porque cuanto más sabemos de los otros, sus sueños, sus ideas, su manera de interpretar el mundo, más alternativas poseemos, y más caminos se nos abren. |
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Categoría : Libros | Comentarios [0]
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