Adelanto de una nota de domingo sobre los superhéroes nihilistas de estos tiempos.
No siempre los superhéroes fueron un ejemplo a seguir para los pibes. En rigor, Supermán es poco menos que
la excepción en una tropa de inadaptados que luego los estudios de Hollywood decidieron, por el bien del negocio cinematográfico, hacerlos más digeribles. A fin de etiquetarlos con un “Aptos para todo público”, les quitaron el colesterol, les pusieron vitaminas eliminando las sustancias distorsivas y los volvieron tan luminosos como inocuos.
El filósofo rumano Cioran escribió una vez que de existir un superhombre no sólo tendría supervirtudes sino también superdefectos. Esto que parece un chiste de viejo sabio, estuvo presente durante muchos años en la construcción de los personajes de la Marvel, entre otras editoriales del rubro. La crisis psicológicas son una materia obvia a rendir para cualquier personaje que alberge características exhacerbadas. Pensemos en ellos como lo haríamos en un hipopótamo dentro de una casa de venta de porcelana china. Al tiempo que podría cuidar el lugar de un eventual robo, sus fastuosas dimensiones lo postulan a convertirse en el principal destructor de ese delicado universo.
Hay momentos de tensión en la vida de la mayoría de los superhéroes que nos hacen sospechar de su sanidad mental así como del verdadero sentido de su existencia. ¿Realmente los necesitan las sociedades que les dan cobijo?