Somos seducidos por lo vedado. Nos dicen más a nuestros sentidos, los rastros de otra piel, que el desnudo ante nuestras narices. El terror se vuelve aun más brutal si apenas lo percibimos entre la niebla. Nunca fue tan horrendo “Aliens” como cuando no sabíamos demasiado de él y se escondía entre los vericuetos del Nostromo. Un asesino permuta de naif a inquietante cuando opera detrás de los árboles, bajo los pisos, en la oscuridad de los roperos. Sin embargo, si alcanzamos a tener una fracción de su cuerpo, un elemento de su constitución, el miedo se vuelve real.
“Cloverfield” es una de las más acabadas demostraciones de todo lo que se puede hacer en esta materia cuando opera el profesionalismo y el buen criterio. Los dueños de los estudios Bad Robot, los mismos que crearon “Lost”, dieron el siguiente paso en la industria del cine con este filme que síntetiza varias estéticas que andaban dando vuelta hace ya unos años.
Participar de este festín de terror que es “Cloverfield”, es también realizar un breve viaje por el pasado del cine. Allí están las convicciones que movieron otros filmes como “El proyecto Blair Witch” o la muy mediocre “Godzilla”. En la primera, la cámara testigo de una amenaza difusa pero efectiva supuso toda un planteo estético que no había sido utilizado antes salvo en cuestiones tan rutinarias como los noticieros. Quienes estaban detrás del proyecto, heredaron una serie de elementos de la cultura televisiva y no dudaron en utilizarla a la hora de filmar su ópera prima. Godzilla vino, tardíamente, a tratar de poner una marca muy alta en lo que se refiere a gigantografías cinematográficas. “El tamaño si importa”, era el slogan de este filme. Sin embargo, tiempo antes, Steven Spielberg les había ganado de mano con “Parque Jurásico”.
La gente de Bad Robot asoció estos dos conceptos, entre otras cosas, y puso sobre la pantalla una larguísima secuencia -editada pero que simula no estarlo hasta en el más mínimo detalle- en la cual una cámara capta el ataque de un monstruo gigantesco a Nueva York. La realidad, una vez más aparece con intensidad en un filme de terror, prueba de ellos es que los productores de “Cloverfield”, desarrollaron algunos efectos visuales que se vieron inmediatamente después del derrumbe de la Torres Gemelas.
Ficción y realidad se alimentan y mantienen una sintonía que sólo el arte puede atender.
La velocidad narrativa, la cuidada estética que busca ser casual (y que lo consigue en toda su dimensión), la ubicación de los actores y su entrega a una interpretación fuera de todo gesto accesorio, la producción en general y la búsqueda patente de nuevos caminos expresivos, hacen de Cloverfield un flamante clásico del terror.
Existe todo un camino detrás de esta película: el trabajo periodístico, luego popularizado hacia el amateurismo con las videocamaras digitales y los celulares capaces de tomar fotografías y segmentos de video (quien tiene la cámara en el filme es alguien que no se esperaba encontrar grabando nada porque en realidad esperaba verse con una chica), la sobredimensión de los personajes ficcionales (desde “King Kong” hasta “Parque Jurásico” pasando por toda la gama de Godzillas japoneses y americanos), y finalmente, la actuación cada vez más ajustada de los artistas, conmovidos por un hecho que supera cualquier expectativa (y aquí los ataques terroristas setaron un dramático precedente en la realidad).
Hay una nueva estética dando vueltas y de aquí en más solo queda ver clones o ideas que le arrebaten el trono.
