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Gracias
-¿Qué haces, Harry?
-Estoy esperando a que llueva
-¿Te apetece una cerveza?
-Estoy esperando a que llueve cerveza, Monk. Gracias.
“Hijo de Satanás” de Charles Bukowski
Beber, v.t.e.i.
Echar un trago, ponerse en curda, chupar, empinar el codo, mamarse, embriagarse. El individuo que se da a la bebida es mal visto, pero las naciones bebedoras ocupan la vanguardia de la civilización y el poder. Enfrentados con los cristianos, que beben mucho, los abstemios mahometanos se derrumban como el pasto frente a la guadaña. En la India cien mil habitantes británicos comedores de carne y chupadores de brandy con soda subyugan a doscientos cincuenta millones de abstemios vegetariamos de la misma raza aria. ¡Y con cuánta gallardía el norteamericano bebedor de whisky desalojó al moderado español de sus posesiones! Desde la época en que los piratas nórdicos asolaron las costas de Europa occidental y durmieron, borrachos, en cada puerto conquistado, ha sido lo mismo: en todas partes las naciones que toman demasiado pelean bien, aunque no las acompañe la justicia.
“Diccionario del diablo” de Ambrose Bierce. Edimat Libros. 1998. Traducción de Rodolfo Walsh
Perfectamente borrachos
M. Laruelle sonrió.
-Pero se habían marchado –prosiguió el otro-. Y sí, pensé preguntarle a usted también aquel día si había ido a buscar al cónsul a su casa.
-Estaba en mi casa cuando usted telefoneó, Arturo.
-¡Oh!, ya lo sé, pero cogimos una borrachera tan pavorosa la noche anterior, nos pusimos tan ´perfectamente borrachos´, que me parece a mí que el cónsul se sentía tan mal como yo. –El doctor Vigil negó con la cabeza-. La enfermedad no se halla sólo en el cuerpo, sino en aquella parte que solía llamarse alma. ¡Su pobre amigo se gastó su dinero en la tierra de esas continuas tragedias!
“Bajo el volcán” de Malcolm Lowry. Tusquets. Colección Andanzas. 1997. Traducción de Raúl Ortiz y Ortiz.
¡Despertad!
Alvah salió corriendo en ropa interior y bailó locamente y aulló largos poemas tendido en la hierba. Por fin conseguimos que Bud se levantara y se pusiera a hablar sin parar de sus últimas ocurrencias. Celebramos una especie de nueva fiesta allí arriba.
-¡Vamos abajo a ver cuántas chicas se han quedado!
¡Despertad!
Bajé la ladera rodando la mitad del camino y traté de que Psyque subiera, pero estaba fuera de combate tumbada en el suelo. Las brasas de la gran hoguera todavía estaba al rojo y daban mucho calor. Sean roncaba en el dormitorio de su mujer. Cogí algo de pan de la mesa y lo unté de queso fresco; lo comí y bebí vino. Estaba totalmente solo junto al fuego y hacia el Este empezaba a clarear.
-¡Qué borracho estoy! –dije-. ¡Despertad! ¡Despertad! ¡Despertad! –grité-. ¡La cabra del día está empujando la mañana! ¡Nada de peros! ¡Bang! ]Venid, chicas! ¡Lisiados! ¡Golfos! ¡Ladrones! ¡Chulos! ¡Verdugos! ¡Fuera!
En esto tuve una poderosa sensación: sentí una gran piedad por todos los seres humanos, fueran quienes fueran. Vi sus caras, sus bocas afligidas, sus personalidades, sus intentos por estar alegres, su petulancia, su sensación de pérdida. Y todo, ¿para qué? Comprendí que el ruido del silencio estaba en todas partes, y que, sin embargo, todo y en todas partes era silencio. ¿Qué pasaría si de repente no despertáramos y comprendiéramos que lo que pensábamos que era esto y aquello no fuera ni esto ni aquello para nada? Subí tambaleándome a la colina, saludado por los pájaros, y contemplé a las figuras acurrucadas que dormían en el suelo. ¿Quiénes eran todos esos extraños fantasmas enraizados conmigo a la tonta e insignificante aventura terrestres? ¿Y quién era yo? ¡Pobre Japhy! A las ocho de la mañana se levantó y golpeó su sartén y entonó el “Gochami” y nos llamó para desayunar tortitas.
“Los vagabundos del Drama” de Jack Kerouac. Bruguera. 1982. Traducción de Mariano Antolín Rato. |
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