"Lo esencial es la emoción. La escritura tiene que estar viva, y aunque no sé cómo explicarlo, se trata de algo muy sencillo: desde los griegos, la buena literatura te hace sentir un nudo en la boca del estómago. Lo demás no sirve para nada".
Uno imagina que hay muertes que sencillamente no deberían ocurrir. La de Heat Ledger es una. Y aconteció. La de David Foster Wallace, de 46 años, uno de los más brillantes escritores de los últimos tiempos, es otra.
Hace apenas unas hora su mujer, Karen, lo encontró sin vida en su casa en California. Se ahorcó.
Foster Wallace era una promesa cumplida. Hace unos años fue considerado un nuevo y joven genio de la literatura, un artista de amplia proyección. No decepcionó a nadie. Libros tras libro, -el voluminoso “Infinite Jest”, “Hablemos de langostas”, este último se vende en las librerías de la región- el artista conmocionó a sus seguidores. Pero sus amigos más íntimos también rebelaron ahora que era un ser atormentado. Durante años consumió pastillas para mantener a regla a la depresión y también se acercó a otras terapias no farmacológicas.
Finalmente sus demonios internos fueron más fuertes.
John Connolly es representante de una nueva camada escritores policiales. Justo cuando creíamos que en materia de asesinos y policías, todo había sido dicho aparece James Ellroy y comienza a cambiar las reglas narrativas del género. Y del juego. Le sigue Connolly, el autor de la muy interesante novela "Camino blanco". Sus narraciones son el resultado de una búsqueda de la expresión simple, oscura, atravesada por una violencia a ratos extrema. Aquí se suman elementos sobrenaturales que lo ponen a unos metros de distancia de Ellroy.
Después de mucho dar vueltas he terminado una novela con la que mantuve una extraña relación de amor-odio. “Cómo ser buenos”, de Nick Hornby. Me la prestó una amiga paciente. Leí sus primeras 150 páginas con bastante rapidez pero luego comenzaron a cansarme sus personajes. En algún punto perdí la energía necesaria para terminarla. No llegué a la fase del abandono definitivo de su lectura, pero ya empezaba a preocuparme el hecho de verla en el medio de una pila de libros, víctimas de mi inconstancia.
Hace unas horas decidí ponerme al día, por mucho que me molestara la existencia de un tal David, que durante buena parte de la historia no hace más que traslucir una rica variedad de conductas estúpidas. Debo confesar, que no muy en el fondo, me siento reflejado en el esposo lelo de la protagonista, Katie.
No voy a contar la historia completa aquí. Baste decir que son un matrimonio en crisis y que ambos han encontrado formas más o menos tradicionales de soportar la sensación inseguridad y frustración que viene con el paso del tiempo. Los dos están tratando de sobrevivir a sí mismos y al otro con relativa dignidad, sin mostrarse, en el camino, demasiado desagradables con los demás: sus hijos, sus amigos, sus compañeros de trabajo, por ejemplo. Es decir, intentan ser buenos.
Entre las muchas conclusiones que me quedan dando vueltas, luego de terminada la novela de Hornby, una de ellas tiene la forma de una pregunta que presume de intelecutal. Igual la hago: ¿No es la insatisfacción un invento de la cultura occidental? Me refiero a que, hemos visto tantas películas y leídos tantos libros, que vamos por la vida escuchando nuestra propia banda de sonido, con la expectativa de que las cosas se resuelvan por un sí o un no tajante. Una vía que no amerite puntos suspensivos. Finales con títulos y detalles técnicos. Pero finales. “Y se amaron para siempre”. “Y se separaron y fueron felices con otras personas”. “Y tenían razón”. “Y estaban totamente equivocados”.
Somos un deseo que no encuentra correlato en la realidad porque lo que vivimos como cotidiano implica lucha, segundas, terceras oportunidades, y sobre todo un grado infinito de alternativas que no se resuelven “Así, de una” (como diría mi amiga Ana Yalour).
Una pelea no define la geometría de nuestro amor. No lo limita. Y una derrota, un fracaso, una caída, no implica necesariamente que todo se vaya al demonio. Curiosamente tampoco significa que a partir de ese momento los triunfos nos sonreirán periódicamente y volveremos a sonreir con la plasticidad de un niño. Aunque suene un poco obvio en esta vida, salvo morir, nada es concluyente.
Refugiado entre las páginas del libro me pasé ayer unas cuantas horas. Al principio lei sin apuros, luego apuré la marcha y terminé a toda carrera. A medida que David y Katie, van desarrollando un espiral, empujados bajo un sistema de tira y afloje, por una energía que no alcanzo a entender, pensé en todas aquellas parejas que a lo largo de los años había conocido. Muchas ya rotas o perdidas en el aburrimiento y la fricción. Sólo algunas quedaron y no puedo adjuntar las razones suficientes. Pensé en los amigos que una vez quisimos y de los que ni siquiera guardamos el apellido. ¿Qué nos impulsa en el amor y en el odio? ¿Que espíritu nos anima?
Hacia el final Katie reconoce que un par de buenos Cds y una que otra novela, son herramientas para diluirse en el éter, y acercase de soslayo a la palabra caridad. De la misma manera me perdí en su historia. Abrí la puerta de la lectura y la cerré con llave cuando atravesé el umbral. A la vuelta del viaje, ahora mismo, creo que entiendo mejor el mundo (¡que maravillosa fantasía!) y a las personas. Y que aunque no existe una solución precisa en este guión, como no la hubo para Katie y David, el saberlo me conforma y me alivia.
Héctor kalamicoy, poeta amado y odiado por Neuquén
Arriba uno de los avisos gráficos que anuncian la participación de Héctor Kalamicoy en un festival de poesía.
La conversación telefónica que mantuvimos a propósito de la polémica por su obra.
Héctor Kalamicoy es un destacado poeta radicado en Neuquén. Hace unos meses su obra fue seleccionada para integrar una colección provincial dedicada a difundir la literatura local. A poco andar los consejeros escolares se dieron cuenta que su poesía no integraba el canon. Kalamicoy es pura fuerza y crítica sincera. Pero, claro, ¿deberían nuestros hijos leer su percepción ácida y real del mundo? ¿Debería la poesía limitarse a las odas al pago y desdeñar cualquier otro punto de vista? Kalamicoy piensa que no. Ahora hay un pedido a la legislatura para que el libro que contiene sus poemas sea retirado de circulación. Antonin Artaud brindaría por la polémica.
Lo ha hecho de nuevo. La poesía acaba de revolucionar el status quo. No es una cuestión menor en un tiempo en que medio país se delita en actividades tan discretamente constructivas como “El baile del Caño”. Lejos pero muy cerca de allí, Héctor Kalamicoy, refutó los argumentos de la normalidad, con un poema y algo que podría denominarse un acto poético a secas.
Esta extraña historia comenzó de un modo tradicional. Hace un tiempo la delegación neuquina de la Sociedad de Escritoras y Escritores Argentinos llamó a un concurso literario en el marco de la Campaña Nacional de Lectura del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación. Básicamente la idea consiste en recuperar la identidad literaria de la provincia.
Como tantos otros poetas, Héctor Kalamicoy, participó de la competencia literaria. Y ganó. Mejor dicho, su obra quedó seleccionada para integrar un libro que sería distribuido en Neuquén como parte de la colección “Escribiendo en la Patagonia”, que integra el “Plan de Reparación de la Cultura Escrita para la Patagonia Norte”.
Incluso se realizó un acto de premiación del que participó el ministro de Gobierno, Educación y Cultura, Jorge Tobares, donde este se despachó largo y tendido acerca de los beneficios del hábito de la lectura. Entonces algo impensado ocurrió: Acaso por primera vez los poemas laureados de Kalamicoy fueron leídos. No allí en la legislaturas, ni en los actos oficiales sino en las escuelas, al interior de los hogares de la comunidad toda, en espacios rurales y urbanos, y quienes leyeron se encontraron con esto:
“Neuquén es un lugar cálidamente hostil donde albañiles con las rodillas gastadas escupen piropos a oficinistas tan duramente explotadas como ellos y que sueñan con el concubinato a los 20. Neuquén, puto lugar seco en crecimiento con ese cristote de madera y esa impresentable banderota que veo cada vez que cruzo el puente en colectivo y Neuquén de los humos de las tomas y de los saqueos cada vez que la tradición de dinosaurios y aborígenes de un pasado glorioso de tan sólo cincuenta años mal vividos en una meseta con un poco de petróleo se desvía en una piedra contra las vidrieras de los comercios del bajo”.
El poema se llama “Introducción a un feo lugar”, y escandalizó de tal modo a varios consejeros escolares, entre ellos a Juan Carlos Solis, que estos no dudaron en solicitar que se retire el libro de las escuelas.
Tres miembros de MPN, enviaron una nota con un proyecto de resolución a la presidenta de la Legislatura neuquina, Ana Pechén, para que la Cámara se expida sobre la distribución de los textos.
Curioso destino el de Kalamicoy -con quien mantuvimos una entrevista horas atrás: primero se lo premia y ahora se lo castiga, o al menos eso pretenden los consejeros.
La poesía de Kalamicoy se caracteriza por un trazo grueso, fuerte, intenso, bien nutrido, un verbo que no se calla nada. He leído su trabajo en diversos blogs que lo han publicado sin escatimar elogios, y tal franqueza llena de estilo brutal es la que caracteriza su obra.
Está claro que si hubo un llamado a la poesía y un poeta acudió, no se debería menospreciar la materia con la cual apareció entre las manos. Y ni hablemos de si, ese artista fue reconocido, premiado y seleccionado para abrir los ojos a la literatura a niños, jóvenes y adultos.
Un poeta antes que un número en la pared, es un artista y como tal dice y actúa. Durante los 60 se vieron numerosas performances poéticas que asustaron a la sociedad de entonces (y ahora me pongo a pensar en las locuras que cometieron en París Alejandro Jodorowsky, Fernando Arrabal y Dalí en aquella época), estaban destinadas a ampliar la mirada del ciudadano común y corriente. Lo lograron.
Hace ya tiempo que un poeta no conseguía desordenar los peinados conservadores que exhibe la sociedad.
La mirada de Héctor Kalamicoy no sólo es talentosa -por su ritmo, su voluptuosidad, su simpleza y su prosa- sino que también es reveladora. El neuquén que presenta es tan cotidiano como personal. Es el mismo poeta el que se sube a un colectivo repleto y se siente una sardina en lata, es el que se muestra irónico y algo cansado de los laureles que supieron conseguir los ídolos de la literatura y el que descree de la posturas políticas y culturales de sus conciudadanos.
Pero atención ¿no es acaso la postura de muchos otros habitantes de esta parte del mundo con la única diferencia de que ellos no son poetas y elaboran su queja de un modo distinto?
Kalamicoy está en su derecho -y diría en su deber como poeta-, de retratar su tiempo. Y tiene además ahora el derecho de permanecer donde lo dejaron luego de premiarlo. En un libro.
Kalamicoy me contó que alguien le había pasado el dato de que sus poemas -estos de los que hablamos y que los consejeros no toleran- estaban siendo leídos en la cordillera y otros lugares por los jóvenes.
No es de extrañar. Su poesía es un signo de los tiempos y un llamado a no quedarnos quietos. Una inspiración.
Fragmentos de los poemas de la polémica
“Oh poeta" (homenaje a Berbel)
…el colesterol dañino no hubiese apagado tu remota y ancestral voz, graciosa, única grasosa con impostura de piñón que nunca comías, preferías el chivito que ahora los aborígenes exportan aunque los persigan. Oh cantor! Creador de simiente de música de poetas iguales a ti, funcionarios constructores de un pasado ideal a los que la tirita de novillo y las morcillitas les tapan los ojos. Y veo que yo sólo te entiendo y te escucho, porque no se leer como muchos acá en Neuquén (… ) los caramelos media hora tienen ciento veinte años de historia: deben ser neuquinos de pasado glorioso.
Cómo te quiero Ko Ko
El colectivo rojo con sus manzanitas un contenedor con ruedas y yo me acordé cuando trabajaba en las cámaras de frío y pensaba que iba a llegar un contenedor como un gran tupper con mil chinos podridos y remuertos adentro. Ahora el colectivo monopoliza y mete mil de nosotros dentro y el chofer puto aborto puto pasivo puto pendejo puto colaborador grita: ¡no hay cambio! ¡Atrás hay espacio!. Que qué se piensa la gente y la multitud que mira toda apretada como unos corderos colgados y yo pienso que si vamos a rebelarnos. ¿Ahora? Matemos al chofer y a los milicos que viajan sin pagar y ocupan asientos; matemos al chofer y después vayamos por el dueño de la empresa y colguémoslo también como a Mussolini, pero de las bolas!.