El libro de este nombre impone imaginar una acción. Consabido el efecto, resta buscar al autor y a su propósito. ‘Post scriptum’, Jerzy Kosinski contó que la novela (creo yo, una crónica novelada), recibió vítores y censuras, como naturalmente sucede con toda obra literariamente eficaz. Puede ser un destino que el autor no supo o no pudo entrever.
Más que una reseña podríamos ensayar una carta abierta, una dúplica ‘sui generis’ a la crítica de ‘El pájaro pintado’, por justicia o venganza. Era ésta la forma de la primera en tiempo de Aristófanes (hay quienes hoy dicen que el fiscal es el titular de la ‘vindicta pública’…). Será, entonces, de un ignoto remitente a otro ignoto destinatario: el autor del “libelo acusatorio”.
La novela está situada en la periferia de la guerra y relata los hechos y las irremisibles acciones comunes a toda guerra, sin importar el tiempo o el sitio en que sucedan. Cuando más vulnerables son las víctimas, más vigor cobran los ejecutores de esas tropelías; los plumajes se confunden y se trastrocan. Es en esta bóveda que el errabundo impúber refiere haber tratado con intratables personajes, tal vez los menos principales, tributarios de apodos que no resaltan defectos físicos sino de orden psíquico. Están insinuadas las probables causas de estas anomalías.
Al promediar el primer tercio del libro comienzan a inmigrar las verdaderas tribulaciones que en más de una vez todos nos hicimos, sin importar tal o cual lengua (eslava, ánglica o gálica), tal o cual cepa (zíngaro, hebreo o muzárabe), tal o cual credo (judío, protestante…). Tal el hijo de Dios, que es Dios (Mateo 15:34). El leedor se dejará llevar por el personaje integrándose al basto aviario que no deja de sorprender, afligir y emocionar. La valía está en que Kosinski se animó a plumearlo sin seguir ninguna corriente pictórica.
Francia acogió ‘El pájaro pintado’ con el ‘Prix du meilleur livre etranger’. Quien contendió (o quiso contender) con él en la referida invectiva agoró a Kosinski una infracción capital de orden religioso. Jerzy Kosinski murió el 3 de mayo de 1991 pecando por soberbia o exceso de píldoras. Nos dicen que no dejó la habitual esquela “Señor juez, no culpe usted a nadie de este suicidio”, sino una menos barnizada. Un lapso que llaman eternidad. Hay quienes la detestan. Kosinski condescendió con ella e historió el problema de nuestro tiempo. Páginas que serán escritas mañana.
Fernando Savater en la biblioteca de su casa de Madrid- LUIS SEVILLANO
"¡Necesito estos libros como necesita Popeye las espinacas!", lo dice Fernando Savater. El periodista Juan Cruz lo visitó en su casa y hablaron del amor por la lectura, las películas y de cómo la imaginación alimenta las ganas de vivir.
La noche es un universo ideal para un escritor como Haruki Murakami. No casualmente el autor japonés fue propietario por casi una década de un club de jazz.
Su última novela “After Dark” (Tusquets) transcurre enteramente a lo largo de una madrugada en el Japón de hoy donde un grupo de personajes interactúa de modos diversos pero siempre profundos. Cada uno, cuando la conversación haya terminado dejará una huella en el otro.
Mari ha perdido el último tren de regreso a su casa y decide esperar a que amanezca leyendo en una cafetería. Desde ese lugar conocerá a Takahashi, un músico joven y pensando ya en el retiro, Kaoru, tosca pero solidaria encargada de un telo, y a una prostituta china golpeada por un cliente. Mari, a su vez, hará conocer a los otros, su propia personalidad y el sueño eterno, como encantado, en el que vive su hermana, la hermosa Eri.
Hasta ahora Murakami se había situado en el terreno de lo estrictamente racional. Sus libros, adictivos como alguna vez los definió el escritor Rodrigo Fresán, remiten a los sentimientos que hace siglos ocupan el corazón de los hombres pero contados con una frescura e inteligencia que parecen narrados por primera vez.
Nunca hasta ahora había dejado espacio a fluctuaciones narrativas de otra índole. Es un raro caso el de Murakami, uno no termina de entender el secreto de sus palabras. Como se lleva a cabo la efectiva seducción que ejerce sobre el lector. Historia mínimas, pasiones intensas, son elementos de los que se vale para conducirnos a lo largo y ancho su literatura igual que a navegantes embriagados por el canto de una sirena.
Sin embargo, en “After Dark”, Murakami introduce de un modo sutil, a lo Murakami, la ficción. Por unos minutos, en una de las historias del libro, nos hace testigos de una situación que excede el plano de lo cotidiano. Se dispara. Huye hacia un cielo distinto. De pronto, uno de los personajes se ve involucrado con otro que no está en la misma dimensión.
El argumento se revitaliza con este juego de realidad y suprarrealidad televisiva. Mientras tanto la noche sigue y Mari no deja de asistir al circo posmoderno donde pululan los que no duermen.
La literatura de Murakami es un cóctel poderoso y atrapante, disfrazado de colores tenues que ocultan en parte la verdadera esencia de su estilo. Porque aunque sus historias estén desprovistas de adrenalina su lectura se nos hace imprescindibles. Somos incapaces de continuar en el mundo real sin antes concluir nuestra dosis de ficción creada por Haruki.
De eso se trata también “After Dark”
Me agradan los autores japoneses. De los que he leído mi preferido es, sin duda, Yasunari Kawabata; el estilo de otros es harto provechoso: Kenzaburo Oe y Haruki Murakami. Aún no he podido dar con un clásico: Shikibu Murasaki. Y es que son tantos.
Toca a Aruki Murakami, del que sólo leí tres de su vasta obra: “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” (1994), “Kafka en la orilla” (2002) y “Sputnik, mi amor” (1999), novela cuyo nombre nos preludia una arista —de las tantas— de esa pasión. Sputnik, en ruso, es “compañero”. Se puede hallar en esta ciudad “Sauce ciego, mujer dormida”, una reciente retahíla de relatos.
En el recordado trance de este epígrafe, ¿oscilamos sideralmente? ¿Cómo y cuánto nos influye el desamor? Vértices escarlatas. En “Sputnik, mi amor”, creo que Murakami los trata y desgrana con tres de los seres que allí plumea y las situaciones en que los describe; quizá, con los progenitores de dos de ellos también.
Más de una vez concita a “aguzar el oído”. Esto no es casual para quienes disfrutamos del jazz, género (¿?) que el escritor, dice, le enseñó todo (entrevista de Juana Libedinski, en adncultura, del diario La Nación, 15/09/2007).
En “Sputnik…” hay, además, dos reseñas a la disipación que experimentamos los seres. Nos esfumamos. Desambiguamos así estos raros fenómenos que nos depara la vida y acaso esté allí la necesaria perspectiva de nosotros mismos. ¿Soñamos o soñamos con soñar?
Módicamente convido al leedor a ojear las páginas de esta novela sin olvidar, claro, un proverbio japonés: “La visión sin acción es un sueño; y la acción sin visión, pesadilla”.
Quedará aguzar el oído.
Esta semana escribí sobre dos libros realmente interesantes. Uno puede considerarse imprescindible para entender ciertas cuestiones que suceden en la geografía patagónica, "Patagonia. Los grandes espacios y la vida silvestre", del conservacionista William Conway. El otro, en un plano muy distinto, el libro de humor "Chistes judíos que me contó mi papá", de Abrasha Rotenberg, a quién entrevisté hace unos días. Ambos merecen leerse. Les dejo los links abajo.