De los besos que dimos. De los que nos negaron. De la piel de los otros. Del aroma del cuerpo recién salido de la ducha. De los perfumes que nos trasladan. De las palabras que atraviesan nuestra corteza cerebral. De las caminatas en silencio. De las crisis. De los hijos. De los sueños que realizamos. De los sueños pendientes. De las casas que construimos. De los deseos que se derrumban. Del vino. De la sal justa en las comidas. De la elegancia de una mujer andando. Del juego de los cielos. De los laberintos de la Tierra. De las películas que amamos. De las series que se fugan del cable. De la mentira irreconocible. De la verdad curiosa. De los paradigmas. De los relatos a oscuras. De la respiración entre demonios. De las espadas santas. Del propósito. Del ingenio. De ir y venir. De crecer y envejecer. De planificar e improvisar. De armar y romper. De ser y ser nada.
La familia de Juan jamás lo había visitado en sus horas de trabajo aunque él los mantenía sanos, alimentados y dignamente vestidos. Para la mujer y los dos hijos varones no era un asunto fácil pasar por la "oficina" de su padre. Después de todo, el hombre era mariscador y se ganaba el salario sumergido en las profundidades o, en el mejor de los casos, en cuclillas en las ariscas orillas de los islotes del sur.
Este domingo no es un día cualquiera. Desde la geografía escueta de mi sillón analizo mis posibilidades. Es que aun conservo la virtud y el privilegio de elegir una película un domingo como este. Por eso jamás mis domingos serán un trámite de rutina. Antes, siendo un joven, los sufría. Ahora, busco entre los archivos de mi memoria, y aguardo a tomar la decisión correcta. Una película. Siempre será una película por la tarde que se lleve el fin de semana despojado de gloria. Me he prometido hace un tiempo no buscar estrenos. De modo que todo lo que he de ver, ya lo he visto, al menos en una oportunidad.
Podria tratarse de “El Padrino”, con el dulce propósito de reecontrarme con el ambiente perfectamente creado por Francis Ford Coppola que limita entre el costumbrismo italo americano y la violencia de un negocio oscuro. Días atrás comencé a leer, la novela de El Padrino, escrita por Mario Puzo. Me sorprendió la sencillez con que está planteado el argumento. Hay una síntesis primordial en lo referido a la construcción del personaje de El Padrino que resulta conmovedora y hasta graciosa. Puzo no quiso dejar cabos sueltos o material para extrañas interpretaciones. El Padrino es la justicia paralela, el orden subterraneo y la vida misma en los suburbios de lo cotidiano.
Pero también podría elegir Día de entrenamiento, una película que quizás no pase a la historia como un clásico pero que me parece muy entretenida. Denzel Washington, es la explosión y la quinta esencia de la caracterización de este policía corrupto y desalmado.
No creo que en mi video amigo se consiga “Una maldito policía”, una de las mejores obras de Abel Ferrara. Yo tampoco la tengo.
No estoy seguro de que estas sean películas de fin de semana. El punto es que así como alguien se siente en condiciones de dar un paseo o visitar un restaurante, yo prefiero pasar el tiempo frente a una pantalla.
Será ese el signo de los tiempos. Traspasar de un plano de la realidad a otro. Y vivir para contarlo.
A nuestra casa nunca le dijimos casa. Le decíamos, el Roble. Eso en referencia del pasaje donde quedaba ubicada. Pasaje El Roble. Fue construida prácticamente por mis padres. Ellos mismos cargaron las maderas, los clavos, las chapas para el techo y los tarros de pintura. El edificio es una rara paradoja. Porque aunque tiene dos pisos y dos baños es pequeña. Y aunque su rostro es humilde sus pisos de madera le dan una pátina de elegancia. Como si no encajara en ningún circuito. En ninguna categoría. Mi padre era un poco así: estoico y frugal, más siempre vestido con una formalidad rayana en el buen gusto. Sus zapatos eran únicos, negros, y sus camisas caras.
Vivimos ahí por espacio de cinco años. Nunca tuve un cuarto para habitar realmente. Puesto que la que era mi habitación no me parecía un refugio agradable. De modo que dormía justo en la pieza de en frente entre almanaques de mi padre, libros de fotografías y obras de teatro de Shakespeare y Florencio Sánchez.
Los planos de la realidad pueden tener casi tantos matices como tiene el espíritu de los hombres. En uno vivimos algunos, comunes, concretos, predecibles hasta cierto punto, empujados por motivaciones que van desde el pequeño deseo hasta el proyecto de comprarnos un barco.
En otro plano viven los perfectos criminales. Aquellos que no establecen una barrera para su reacción más visceral. Los que observan otros parámetros de los establecidos como justos dentro de una sociedad.
Las Triadas poseen un sistema de funcionamiento que no difiere demasiado al de otras mafias con la consideranción de que provienen de Oriente y tienen una historia política que se remontan al siglo XVII. Aunque sus operaciones son cotidianas en Hong Kong y China continental, la vida de sus protagonistas permanece en las sombras. El caracter tradicional chino, reservado y dueño de una envidiable determinación, se contrasta con la exposición a la que nos tuvo acostumbrados la glamorosa mafia norteamericana.
“Elección” es un acercamiento a esta sociedad secreta. No es un logro menor inclusive tratándose de un filme y no de un documental. Probablemente teníamos otra imagen de las Triadas, una en la que los componentes usan trajes negros y pegan alaridos, al estilo de los “malos” de Quentin Tarantino en la segunda parte de Kill Bill. Sin embargo, esta película los muestra de entrecasa, charlando unos con otros acerca de temas aparentemente triviales y vestidos con modestia. Nadie sobresale por su apariencia en este universo criminal. Nadie puede marcar la diferencia desde su extroversión. La conducta de las Triadas chinas exige recato, modestia y concentración.
Johnnie To ha desarrollado un filme que a ratos se muestra espeluznante. Una película de terror que retrata la condición de un individuo aferrado a su deseo de poder. Un deseo que no se refleja en la llama de sus ojos sino sencillamente en la ferocidad de sus actos. En el fondo, no es quien más grita el más peligroso sino el que está decidido a ir más allá de todas las reglas y a profundizar en todas las posiblidades de acción.
“Elección” es un filme que describe el ir y venir de animales feroces. Y la violencia que contiene se manifiesta en hechos concretos (como clavarle un machete en el hombro a un mensajero) tanto como en instancias mudas en los que los protagonistas definen el rumbo de sus existencias sin que medie un gesto. Es que la vida tiene mucho de eso: las peores y las mejores cosas trancurren sin fuegos de artificio.
La película avanza lentamente hacia el momento cúlmine. Una escena que en ningún momento es anunciada utilizando la tensión como recurso. Son apenas situaciones encadenadas que se estimulan unas a las otras, para luego desfallecer. Contra todo pronóstico, la violencia no manifiesta no es un antecedente del huracán que se desencadenará más tarde.
Se ha vinculado este trabajo de To con la multipremiada serie Los Sopranos. Si bien ambos trabajos retratan el quehacer de bandas mafiosas, la conducta de estos grupos mantiene rigurosas diferencias. En Los Sopranos existe una búsqueda constante de la validación mafiosa por medio de usos y costumbres típicas en cualquier sociedad de consumo. Los Sopranos “son” no sólo porque componen una organización criminal en pleno apojeo sino también porque visten, comen y se muestran como un conjunto de exitosos criminales. Si Los Sopranos no pudieran exhibirse frente a propios y ajenos no serian exactamente Los Sopranos.
La Triada a la que refiere el filme de To, persevera en el silencio y en la obtención de sus fines: manejas los hilos de los deseos ajenos. Es decir, controlar el alma de los otros a cualquier costo.
