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16 » Dec 2010 |
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Las fiestas |
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Como un perro que no entiende la lógica artificial de los fuegos artificiales por estas fechas me escondo debajo de la cama.
Me repliego sobre mi propio cuerpo y espero a que pase el vendaval.
Arriba, en la superficie, hay quienes cantan villancicos (o canciones de "Los Piojos"), saltan una imaginaria cuerda disfrazados de Papá Noel, y se regalan desde medias hasta buenos, sinceros, merecidos, deseos de paz y prosperidad.
No está mal.
Sólo que yo soy un perro asustado y un poco descreído.
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13 » Dec 2010 |
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Buscando al tío Carlos en USA |
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Esta es la pura purísima verdad.
Un famoso y polémico escritor latinoamericano busca a su tío voluntariamente perdido en la inmensidad de los Estados Unidos.
Alberto Fuguet quiere encontrar a Carlos Fuguet.
Y aunque no todo comienza de este modo, a los fines estéticos de esta reseña, diremos que "todo comienza" con un llamado telefónico: "I'm looking for a missing person", dice Alberto Fuguet que fue criado entre Santiago de Chile y Los Angeles.
Entonces la historia arranca.
"Missing" (Alfaguara) implica un ejercicio de confianza. Parte de la magia, sólo parte, de este extraordinario libro (extraordinario en el sentido más amplio de la palabra) radica en que su historia sea cierta. O que lo parezca de un modo tan perfecto y aceitado que ya no importe.
El artículo completo en "Río Negro" |
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06 » Dec 2010 |
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Casas del sur |
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Short version del Mediomundo que aparecerá este jueves en diario "Río Negro"
No era nuestra casa, era la casa de mi tío.
Mi madre y yo ocupábamos una pequeña habitación frente a la cocina donde ella, mi tío, alguien, había acomodado una inestable cama cucheta. Arriba estaba yo cerca del techo. Abajo mi madre que se levantaba temprano y me despertaba cada mañana.
Fuimos a parar a la casa de mi tío luego de que mi bisabuela nos sacara con eficiencia y rapidez de su propia casa (“Andate con tu marido, chica”). Una casa con espacio suficiente para albergarnos pero estrecha en los otros órdenes del corazón. Pasamos dos años con mi tío. Fueron años calmos y cargados de resignación.
No sobra aclararlo: antes de comenzar nuestro itinerario por un pueblo donde no abundaba la gente ni las habitaciones disponibles, y si las montañas y la nieve y la inmensidad y el frío en los campos cercanos, vivíamos con mi padre.
Mi padre nos quería pero no lo suficiente. Como debía vivir a placer y displacer en el núcleo mismo de su personal infierno nos despachó con viento fresco. Y viento es lo que abunda en el sur del sur del sur.
De ahí a mi bisabuela, una mujer que nació anciana y vestida de negro, y de ahí a mi tío, que nació abnegado y tan amable y suave como un personaje de cuento navideño, cristiano, apostólico y romano.
Mi padre se quedó con los libros, incluidos los de mi madre. Pero ella, dueña de una perfecta paciencia, continúo comprando títulos por correo, a pedido a los vendedores ambulantes, en los kioscos y en desvencijadas tiendas de usados donde, como se estilaba en el sur del sur del sur, además se vendían muebles olvidados de olvidadas casas campestres y electrodomésticos inservibles de ridículos colores “made in USA”.
Ya mi cuarto de adolescente tenía un pequeña biblioteca. Como Dios es un escritor dotado de una extraña cuando no cruel forma de ironía, mi bisabuela, que se llamaba Milagros, pasó una parte de sus años finales - porque Milagros vivió tanto como 95, 100, 103, no puedo precisarlo, nadie puede -, en casa de mi madre.
Mi bisabuela jamás abrió un libro a pesar de que tenía tiempo de sobra para leer lo que se le antojara. Otra ironía: Milagros no sabía leer. Sin literatura y en silencio, siempre con lágrimas en los ojos, fue deshojándose de a poquito junto a la cocina a gas.
En cambio, mi abuela Julia, que es un verdadero “milagro” que aun viva puesto que, y hace poco, se cumplieron 90 años desde que la llevaron caminando, con unos 10, 11,12 años, al registro civil, sí que lee y mucho. Varios libros por mes.
De “Los miserables” de Víctor Hugo dictaminó: “¡cómo sufre esa muchacha!”. De “Cien años de soledad” reseñó: “¡Y perdió la guerra no más!”.
Tal vez como una suerte de impensada venganza o de improbable revindicación, mi madre, compró años atrás la casa de Milagros y se fue a vivir allí.
Tal vez como una improbable venganza y una impensada revindicación yo vendí la casa de mi solitario padre y compré otra a un solitario anciano y a sus 5,6,7 hermanos (dueños conjuntos del lugar). “El dinero no es todo en la vida”, me dijo el día en que aceptó el precio convenido.
Murió antes de que la transacción se realizará y nunca vio un peso. |
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03 » Dec 2010 |
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Colonias marcianas y hoteles 5 estrellas en Marte |
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El miércoles por la tarde se especulaba acerca de cual sería el electrizante anuncio de la NASA agendado para el día siguiente. Los rumores apuntaban a una noticia bomba en medio de un vendaval que lleva el nombre de Wikileaks. Los foristas más excitados aseguraban que, por fin, los expertos anunciarían que habían descubierto vida extraterrestre. Probablemente en Marte.
El anuncio fue menos impactante de lo esperado. En uno de los tantos foros un participante bromeaba: "¡Hay vida en la Tierra!".
En cierto modo la noticia podría sintezarse con esa sencilla redundancia aunque ligeramente corregida: "aun en los lugares de la Tierra donde no debería haber vida, la vida se reproduce".
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30 » Nov 2010 |
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Acerca de la inexistencia del odio |
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El odio es una zona imprecisa. Una rara ambivalencia.
El odio no es un rayo oscuro que atraviesa sin fisuras la conciencia de las personas y que, por lo general, se deposita sobre la frente del enemigo. El odio es la duda permanente.
El odio necesita, requiere, de esta intermitencia para subsistir. Porque el odio por propia entidad no existe.
Existe la violencia en todas sus formas pero no el odio consumado como un organismo al cual podemos acudir para golpear su puerta.
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