Todos esos sueños para llenar qué vacíos.
Todas tus anotaciones al margen para reafirmar qué conocimientos.
Todos los besos perdidos en la almohada para no jurar jamás qué amores.
Vivir con los ojos abiertos como lámparas para hayar qué tesoros.
Y serás mejor cuanto más sientas y expulses.
Y tu libertad será un privilegio ganado en el campo de batalla.
Y tu deseo tu pasaporte.
Y tu destino, la búsqueda intensa y perpetua.
Cada época engendra sus poetas malditos. Además de provocar revoluciones en las entrañas de la tradición, su imagen en llamas inspira el nacimiento de otros escritores que no necesariamente guardan el deseo de tirarse de cabeza al precipicio. Eso dejémoselo a Baudeliare, Sade o Rimbaud, que ya bastante han sufrido por el resto de la tropa literaria. De todos modos, Alfredo Jaramillo difícilmente podría pasar un poeta de la corte. Un hecho que podemos comprobar en su nuevo libro "Grunge" (Editorial Funesiana). Su poesía es una descarga eléctrica. Un rap entre furioso, descarnado y sarcástico. Un conjuro que busca tanto la caricia como la sangre de su oponente. Y desde ese lugar, su propia figura tiene algo de maldita, de creador en los bordes, de inventor desquiciado que procura hacer algo con la nada.
Aunque Jaramillo posee un rico historial desde el cual partir. Su tierra, su sur despojado, sus noches en vela, sus conversaciones entre lobos. Como tantos ha migrado y su cambio de aires ha resultado en una combinación explosiva. Ahora su poesía es la síntesis del desierto arañando las paredes de lo urbano. Bienvenida sea esta contradicción, de ella se nutre el poeta y a ella acudimos sus lectores para refrescarnos el alma. Queda explícito acá, Jaramillo es uno de los mejores de su generación de quien aun podemos esperar mucho más. Que su maldición nos involucre a todos.