Killshot
Lo importante es que Mickey Rourke ha vuelto. Y los fanáticos, después de todos sus años de penurias, ya nos estamos acostumbrando. Esta película, en la que interpreta a un malo complejo y perturbador - “Black Bird”-, como sólo Rourke puede hacerlo, con notorias deficiencias en el guión y hasta en la edición, al menos lo tiene a él de protagonista. Su tamaño actoral hace que valga la pena el valor del alquiler mientras lo esperamos en “Sin City” y “Iron Man 2”. Dirigida por John Madden. También con la hermosa y talentosa Diane Line.
El internacional
Otra buena película de espías. Es cierto que Jason Bourne vino a establecer nuevas reglas sobre la mesa de este tradicional juego, pero aun hay filmes que logran encontrar su espacio entre la intriga y la acción sin palidecer en las odiosas comparaciones. Este es uno y que (gracias) no apela al romance. Básicamente refiere a la lucha de dos fervientes creyentes en la justicia contra la Mafia y un banco que funciona como subsidiaria de sus más oscuros manejos. Tiene lo que debe tener: correrías, tensión, un laberíntico camino criminal y un final inesperado. Dirigida por Tom Tykwer. Con Clive Owen y Naomi Watts.
Cenizas del tiempo
Versión “redux” del que compitió en Venecia de 1994. Un filme extraño por donde se lo mire. Es, al mismo tiempo, tanto una película de amor como de guerreros sin tregua. Exquisita fotografía, diálogos subterráneos, algunos muy pertinentes acerca del acto de amar, y un guión que va entrelazando tiempo y espacio de un modo cuando menos caprichoso. Una película para ver con apetito cinematográfico y que puede dejar un efecto residual inesperado. Dirigida por Wong Kar-Wai, el de “2046”. Con Leslie Cheung, Tony Leung Ka Fai, entre otros.
J.D. Salinger quitó el velo de un mundo secreto.
Como a su manera hicieron Lewis Carroll con “Alicia en el país de las Maravillas” y James Matthew Barrie con el eterno Peter Pan.
Ese mundo entre sombras, alejado de la mirada siempre recta y por lo general desdichada de los adultos, podría abarcarse con una palabra: “niñez”. O lo que la niñez es capaz de crear por un breve y delicado espacio de tiempo para terminar años más tarde aplastado bajo la suela enorme de la solemnidad y la hipocresía. Castillos en al aire.
Sin embargo, lo que Salinger hizo, o mejor dicho, lo que Holden Caulfield, el personaje central de “El guardián en el centeno”, hizo, fue describir el momento preciso en que la fantasía se abre paso entre los juegos de la infancia. Salinger encontró el tesoro de los piratas y atravesó la frontera del espejo mágico, antes de que el espejo y el tesoro fueran imaginados.
Su obra más famosa grafica el laberinto donde se desarrollan los procesos afectivos de los niños. Y no es que a los adultos nos resulte una materia totalmente vedada. Simple y tristemente nos hemos olvidado de quién un día fuimos.
En algún momento, entre los años en que vestimos pantalones cortos y aquellos en los que nos hacemos a la mar, los adultos tenemos la mala costumbre de borrar lo más puro que es capaz de proveer nuestro espíritu. Salinger consiguió el milagro: recordó (o, tal vez, optó por jamás abandonar) esa espléndida forma de entender la vida.
Es evidente que Holden Caulfield, un pibe que posee la virtud de diseccionar la realidad hasta volverla un hecho totalmente distinto al que observamos los grandulones, es por sobretodas las cosas un niño crecido. Un visionario apenas un poco más experimentado que toda esa pandilla que el desea protejer.
¿Y protejer de quien? Pues de la vida, en general, y de nosotros, en particular.
En el fondo, los adultos, al igual que Caulfield, sólo quieren preservar a sus chicos del dolor que espera allá afuera aunque siempre fracasan en el intento.
* Adelanto de los artículos que serán publicados en la edición de mañana en el "Río Negro"
I was too weak to give in
Too strong to lose
My heart is under arrest again
My head is giving me life or death
But i can´t choose
I swear i´l never give in
I refuse
Hay más de un libro sagrado en el biblioteca personal de cada uno.
Durante años hemos escuchado que los libros sacros, aquellos dictados por los labios de Dios, son escasos y definitivos. Sin embargo, a riesgo de insinuar una religión caprichosa e individualista, diré que he encontrado otras formas de espiritualidad en tantos otros textos que no necesariamente arrastran el cuerpo de la divinidad. Algunos, de hecho, parecen tan lejos de ella como cerca de la piel de los hombres y mujeres que ejercen de personajes.
Creo que puedo avanzar un poco más en mi teoría. Si una inteligencia existe y tiene un propósito en este universo abrumador, bien es capaz de hablar a través de la voz de sus hijos más rebeldes, los más extraños e incluso los menos pensados.
Un libro con la impronta de lo infinito lleva consigo el derecho y poder de sacarnos del fango. De inspirarnos. De empujarnos más allá de nuestras penas o de nuestros exilios emocionales.
Hurgando en lo profundo de su dolor y bajo las ropas de los fantasmas del horror nazi, Primo Levi, fue capaz de revindicar la humana dignidad ¿No tuvo Neruda algo de dios mitológico cuando le cantó a cada una de sus mujeres y a cada una de las cosas de este mundo? ¿No nos enseñó Susan Sontag a entender la enfermedad como un elemento pausible de la propia existencia? Y ha sido Paul Auster quien bosquejó la telaaraña inaudita que subyace a la coincidencia de las coincidencias. Y así. Un largo, espléndido y populoso “así”.
Cuando un poema nos traslada de la oscuridad a la sombra, creo que habla dios. O un ángel. O la imitación de un ángel, que sé yo. Cuando un párrafo de un libro nos anima al cambio mientras la duda carcome. Cuando una línea luminosa nos invita a ir de viaje y aceptamos complacidos. Cuando descubrimos unos versos ajenos que incluiremos junto a un ramo de flores. Cuando subrayamos una oración que no queremos, que no debemos, olvidar porque por ella seguimos y seguiremos. Entonces, habla dios. Hablan las voces milenarias. El corazón de todos aquellos que una vez amaron.
Escribo las paredes. El borde de mis manos. Sobre mis párpados borrachos. Escribo las claves secretas. Las frases hechas. La literatura ciega. Escribo el viento. Con una rama seca. Con el cuerpo de una gota de lluvia.