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¿Cómo se llama?, le preguntaba a Antonio. Antonio, Antuco, Papascoraila, mi abuelo. “Campo Negro”, decía. Yo soñaba con ensillar dos caballos y viajar lento hacia Campo Negro, un valle entre dos montañas. Mis ojos infantiles no alcanzaban a descifrar el azul de los colosos de piedra y gratino y el verde de los bosques a sus faldas. Campo Negro todavía quedá allá, muy lejos, y yo mientras tanto continúo mi marcha. Testarudo. Viejo loco. Insisto. Por las sombras queda el tesoro, decía. La historia que no fue escrita aun, digo yo. Vibra en la sangre. Campo Negro Antonio. Campo Negro aunque ya no estás. |
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