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La realidad está sobrevalorada.
Mis cuentas, mis números personales, indican un amplio margen de irrealidad por día. 8-9-10 horas de sueño reparador. 3-4-5 horas de lecturas varias. 1-2 de ensoñaciones sin orden ni destino. Y el resto, la realidad real. Este lugar. Este escritorio. Estas calles bajo este sol.
No es difícil imaginar a otras tantas personas con cifras similares aunque, tal vez, con actividades distintas.
Pero la verdad es que el tiempo de plena conciencia, con los dientes mordiendo la piel del "aquí y ahora", es acotado.
Me pregunto –porque en serio me lo pregunto, no es pura retórica–, si no deberíamos instruir a nuestros hijos en los quehaceres y los laberintos del universo virtual, el delicado y dinámico territorio de lo onírico, antes que en los quehaceres y los laberintos de todo aquello que definimos como "realidad".
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