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Como un perro que no entiende la lógica artificial de los fuegos artificiales por estas fechas me escondo debajo de la cama.
Me repliego sobre mi propio cuerpo y espero a que pase el vendaval.
Arriba, en la superficie, hay quienes cantan villancicos (o canciones de "Los Piojos"), saltan una imaginaria cuerda disfrazados de Papá Noel, y se regalan desde medias hasta buenos, sinceros, merecidos, deseos de paz y prosperidad.
No está mal.
Sólo que yo soy un perro asustado y un poco descreído.
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