Hace rato ya que los Sex Pistols dejaron de ser los muchachos punk que vivían del seguro social en la Inglaterra de los 70. Ya no representa su imagen actual el quiebre generacional que supieron encarnar en aquella época: anarquía e indiferencia frente a un sistema cultural, y por ende económico, que pretendía la uniformidad de todos los corazones, de todas las mentes.
Aunque el punk fue un movimiento vigoroso duró poco y aunque se mostró desde una faceta cultural, en tanto reacción estética y hasta diría moral (los punk se declararon molestos contra la discriminación femenina y el uso excesivo de las drogas), uno de sus principales logros fue poner en tela de juicio los parámetros de la escala compositiva que reinaba hasta ese momento. No era tanto que odiaran a Rod Steward (“un drogado del sexo”, según sus palabras), si no lo que este significaba para la juventud: la imposibilidad de escapar al mercado y a una fórmula musical ofrecida igual que una hamburguesa. O eras disco o rocker o no eras nada. Ellos preferían ser la tercera opción, el punk: basura, revuelta, pretexto de caos.
En parte por eso los grupos punk, como The Clash, comenzaron a revindicar el reggae como música de la vertiente más sanguínea, como aire puro para respirar en medio de la sociedad a punto de convertirse en el Gran Hermano. Aun hoy el reggae consigue mantenerse al margen de la picadora de carne.
Los Pistols dejaron el escenario en su mejor momento. Si uno escucha con detenimiento uno de sus dos grandes discos “La gran estafa del rock and roll”, podrá descubrir a un grupo que ya había dejado cualquier característica adolescente, a pesar de que por poco y lo eran. Su rock se había vuelto poderoso, original, creativo sin resultar fantasioso, y sobretodo, consistente. Pero que se transformaran en una gran banda de rock and roll al estilo de los Rolling Stone, para el resto de sus vidas, no era su sino.
The Sex Pistols se vino abajo porque el mismo espíritu que los impulsaba atentaba contra una banalización de sus gestos. Había demasiada electricidad en el ambiente.
Muchos años después, con Vicius ya muerto, enterrado y convertido en estampita, volvieron al ruedo para no asustar la conciencia de nadie. Y dejaron una vez más. Y volvieron. Siempre para juntar unos pesos. Para no sentirse tan solos, tal vez. En el medio Johnny Lydon hizo cosas interesantes en materia musical, corroborando que su talento no era un golpe de suerte.
A 30 años del nacimiento de “"Never Mind the Bollocks”, regresaron, o mejor dicho, tomaron un nuevo camino hacia el futuro, no importa que tan extraño resulte esa palabra para un ex punk de 51 años.
Días atrás tocaron en Los Angeles para 500 personas.
El show continúa.