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  07 » Oct 2009
Cartas de amor tardías
  La carta llegó con muchos años de retraso.
Me corrijo, la carta llegó apenas unos días después de ser enviada desde algún lugar de la capital pero su contenido, al menos en lo que a mi madre concernía, había perdido sentido décadas atrás. Lo que allí le expresaba el hombre, con amor sosegado aunque definitivo, era parte de su pasado. Una juventud que ella no pretendía rescatar.
Es como si siempre hubiera deseado tener más años de los que tuvo. A los diez quería tener veinte y a los veinte, cuarenta. Ahora que tiene 65 de tanto en tanto asegura que no morirá a los 85.
Mi madre se llama Bernardita, pero para su enamorado siempre sería Luz. Luz, como le decían en aquellos sus veinte años cuando él la conoció. Tengo una fotografía suya de entonces: su rostro llenito, atravesado por una sonrisa dulce. Usaba el pelo con un toque chic, un poco alto, como acostumbraban las chicas de la época.
No conozco bien los pormenores del romance. Tal vez él era mayor, tal vez estaba casado o comprometido. Quizás ella le temía y nunca quiso dar el salto. Lo cierto es que terminaron. A los 23 conoció a mi padre a quien primero amó, después sufrió, hasta el día en que con un par de cosas en el bolso se marchó.
Para cuando la carta de su enamorado llegó a mi pueblo, Luz era, sin duda alguna, Bernardita y llevaba 15 años con otra persona. No era feliz pero al menos no debía salir corriendo por la ventana de tanto en tanto.
Tampoco conozco en detalle el contenido de la carta. Mi madre me lo mencionó con la profundidad con la que un adulto le cuenta a un chico una vieja anécdota. Pero supe que al menos en ese momento se encontraba separado. Que poco después de casarse su ex le había hecho tirar a la basura las fotografías que conservaba de mi madre y que, aun a costa de posibles peleas, había escondido algunas en un cajón.
Ahora que estaba solo y maduro, con dos hijas hermosas y en buena posición económica, quería volver desde la lejanía al presente. En rigor, él jamás había terminado de irse.
Recordé la anécdota mientras leía uno de los relatos del libro “Amores en fuga” de Bernhard Schlink. El escritor relata la historia de una pareja, cuya mujer muere enferma y recibe meses más tarde una carta de amor de su amante y que, por supuesto, lee el viudo.
A mi madre la carta se la entregó en mano una amiga de su pretendiente. Según me aseguró, ella no le respondió de igual forma. Apenas si le transmitió a la mensajera unas pocas palabras: “dile que ya no soy la misma persona”. Y eso fue todo. Salvo por el hecho de que yo ahora recuerdo los hechos.
Se me ocurre que las cartas de amor tardías, las cartas de amor que jamás son enviadas por temor al rechazo o simple vergüenza, deben sumar millones. Doy por seguro que las hay perdidas en cajones, baúles y altillos de personas que una vez amaron a tal punto que tuvieron que ponerlo en palabras.
Y una carta de amor merece una oportunidad de ser escuchada. Aunque no pase a mayores, aunque sea un mueca de luz transcurriendo lentamente por el espacio. Aunque sea un poco naif. Merece respeto. Una sonrisa. Una mirada al horizonte.
No me gusta la idea de que una carta escrita con pasión, perfumada y arregladita como para una fiesta, termine en el buzón de una casa que ya nadie habita.
 
Categoría : Mediomundo | Comentarios [3]
 
 
Comentarios
  cartas de amor tardias
  Por : moniy | 08 » Oct 2009 | 12:26 am |
  me gusto,me hizo acordar de historias de inmigrantes,cuando sus cartas se extraviaban y sus familias,y amores que habian dejado quedaban sin respuestas.muy bueno.
  fragmentos o una carta al vacio
  Por : kiti | 25 » Nov 2009 | 07:22 pm | Email
  acá en jacobacci, con una amiga, editamos un folleto cultural que se llama la sangre en el ojo. en el mes de septiembre escribí este texto que me parece que tiene que ver con aquello que querés contarnos en cartas de amor tardías y que yo quisiera compartir:
Fragmentos (o una carta al vacío)
La hermana de mi madre murió hace 31 años. Ninguno de los que la conocieron la ha olvidado del todo, pero el tiempo lanzó sus redes y la volcó en el baúl de la vida cotidiana...una sombra que a veces (en aniversarios, cumpleaños, días de nostalgias) se hace más nítida, un retrato, un vestido que no se deja regalar…
Hace una semana llegó una carta para ella, para la persona que ella sería ahora… una carta para nadie, en todo caso… una carta al vacío.
Hubo un momento de conmoción entre nosotros, una extraña sensación de afrenta con la muerte.
¿Quién osaba escribirle a la no existencia? O acaso, ¿Quién había extraviado una carta tantos años y aquella, sorteando el tiempo, había logrado llegar, tarde pero seguro?
Abrimos el sobre. La carta era actual.
Eran las letras de una antiguo amante. Un hombre que discurría acerca de la fugacidad del tiempo, acerca del olvido y de los deseos que se dilatan.
Le contaba que desde que se alejaron, allá por el ´70, nunca había dejado de recordarla con amor y admiración. Este hombre describía a mi tía con fervor, la abrazaba en su prosa…
Intentaba explicarle que a veces, uno no se da cuenta de la cantidad de años, de días que dejamos desvanecerse sumidos en la certidumbre de la rutina; y cuando llegamos a viejos, esa visión nos aterra y queremos aferrarnos a lo que no está.
El antiguo amante de mi tía pedía verla: quería que se juntasen un día, a tomar un café y volver a conocerse; que se contaran qué había sido de sus rumbos...volver a mirarse a los ojos, nada más… o sí, quizás un beso en la mejilla, tal vez un abrazo de reencuentro.
El hombre no conocía su muerte… nosotros no conocíamos al hombre…
¿En cuántos fragmentos nos rompemos? ¿En cuántas instantáneas volátiles de memorias ajenas nos plasmamos durante la vida; y vivimos después de la muerte… en un estado detenido del tiempo?
Supongo que nunca lo sabremos, supongo que la ironía de todo esto es que sólo la distancia guarda esas nostalgias, esos recuerdos amuchados.
Sólo en la distancia quedamos escindidos de nosotros mismos y somos luz para los otros en un pasaje aletargado.
Lo que sea que suceda, no importa…
Mi madre lloró, quizás por su hermana, quizás por el antiguo amante arrepentido del tiempo, tal vez lloró por ella misma y su propio cauce.
Todos quedamos medio heridos, con la certeza plena de que es preciso, a cada instante, animarse a ser para que después no sea tan tarde.

Cuando nos comunicamos con el hombre para contarle que Olga había muerto hace años, sólo se oyó por teléfono una mueca, como si las muecas pudieran oírse. El hombre preguntó si ella alguna vez lo había nombrado...

¿En cuántos fragmentos de memorias ajenas quedamos deambulando?




  cartas de amor tardias
  Por : MARIA ELENA AGUILANTE | 26 » Dec 2009 | 08:18 pm | Email
  encontre este espacio entre tantos otros. a quien no le causa satisfacion encontrar entre las cosas de antaño algo que nos haga recordar los dias felices de juventud en que amabamos con pasion y dejabamos de respirar hasta el punto de fallecer. como dice el maestro del ZEN el amor con el pasar de los años sólo deja su infinito perfume.Lo importante es no dejar cartas sin respuesta.Un abrazo desde la Patagonia Chilena. COCA
 
 
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