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  25 » Aug 2009
"Días eternos"
 


Estuve en la presentación de "Días eternos" en el Auditorio de la Ciudad de las Artes. Esta es la reseña. La fotografía que encontré muestra al abuelo parado y algo desorbitado, cosa que jamás sucede en la obra.

La realidad de un país puede ser sintetizada en los diálogos cómicos aunque cotidianos de dos ilustres desconocidos. Dos vecinos. Dos amigos a la antigua. Dos tristes perdedores, en un mundo donde no hay espacio para la gloria, apenas capaces de sobrevivir y ocupar su tiempo, mientras, claro, el tiempo pasa. La vida convertida es un motivo de espera interminable y sin redención.
“Días eternos”, una de las últimas obras del fallecido autor Carlos País, puede entenderse también como una radiografía de la Argentina actual en clave humorística. El humor sirve a modo de vino dulce para digerir una comida amarga.
Tres personajes se encuentran asociados y, en cierto modo, atrapados en una situación laberíntica donde confluyen la desocupación, la falta de dinero y la ancianidad.
La obra cuenta la historia de dos amigos (Marcelo Mazzarello y Ernesto Claudio) unidos malamente por la soledad y la falta de recursos que se ven, uno primero, el otro después, obligados cuidar de un anciano (Max Berliner) quien permanece en una silla de ruedas y en silencio. Las cosas toman un pequeño e inesperado giro cuando descubren que el anciano balbucéa un bello poema.
Entre el patetismo y la necesidad, entre el misterio de un lenguaje cifrado y la intención de resolverlo con fines probablemente mínimos, entre la soledad compartida y la falta de horizontes, avanzan estos personajes a lo largo de un día que parece no tener fin. El abuelo no habla pero se expresa. Mastica vocablos, extiende con comicidad y sentido sus manos, se orina encima, se caga. En definitiva, lucha por un gramo de dignidad y por expresar algo en sus últimos días. Y este par, que disputan entre sí a ver quien está mejor dentro de lo peor, que apenas si escucha la lírica ajena con el oído ignorante del que no posee sensibilidad, se ocupan del anciano. Lo cuidan a los trompezones. Uno de ellos para capear el temporal del desempleo, el otro para justificar un techo luego de un divorcio reciente.
Es irónico pero si bien en el texto abunda la broma, el diálogo entre tonto y veraz que mueve a la risa, también se evidencia la carencia de los personajes. Su nulidad a la hora de definirse por un destino más luminoso. Dedicados a transcurrir mate en mano, limpian el cuerpo agobiado de un geronte que ha perdido una parte sustancial de su condición de hombre. El chiste mayor y más truculento, es que ellos mismos un día terminarán en iguales o peores condiciones, alimentando así la rueda del karma.
El trabajo actoral es eficiente y sin sobresaltos. Marcelo Mazzarello y Ernesto Claudio saben al dedillo cual es tono y ritmo que debe conservar durante su actuación. Se nota, y mucho, que ambos tienen años escenario sobre sus hombros. Hasta cierto punto es como si la obra no tuviera realmente personajes puesto que cada cual se interpreta a sí mismo.
En cuanto a Max Berliner, es para él otro salto mortal en la escena del teatro, uno más de quien ha sido un artista en pleno uso de sus facultades. De la obra teatral seria y profunda, al cine nacional pasando por la tira televisiva de media tarde. Su determinación ha sido su justo premio y su camino.
En verdad, el texto de País (una obra que incluso podría ser más breve de lo que es porque los motivos de su desarrollo se acaba a los 40 minutos), no es una reflexión profunda acerca de la vejez y sus carencias, ni siquiera sobre la cultura popular aquejada por la sombra de una reseción económica que se come empleos con enorme voracidad. Es más bien un pantallazo, una mirada, un juego dialéctico que se escucha en las esquinas, en los barrios, en los cafés del pueblo o la ciudad.
Cada cual rumbea como puede su destino. Y ese “como puede” no siempre es sencillo. El descubrimiento del poema en los labios agrietados del viejo es, antes que una suerte de ventana al fondo de un pasillo oscuro, una lección de vida que nadie entenderá del todo. Un trazo brillante que va deshaciéndose en medio de los grises.
Resulta que “este viejo”, que ahora defeca y orina a placer, que sólo calma sus ánimos furiosos escuchando un pericón, que agarra con desesperación las extremidades de sus improvizados cuidadores, fue alguien en este mundo: un profesor de literatura. Uno que vivió y supo cómo. Qué estudió y entregó poesía a los suyos. Ahora, acá lo tienen, semiprotegido por dos ignorantes expulsados del mercado laboral y de sus propias famillias.
Si, es una ironía cruel disfrazada de obra teatral con tintes costumbristas. Pero también una lección de historia del presente y, porque no, del futuro.
 
Categoría : Teatro | Comentarios [0]
 
 
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