Los hechos más dolorosos tienen una rara forma de impunidad.
Simplemente son.
No se disculpan.
Cruzan tu pecho con la potencia de un rayo.
No hay un destello.
Sólo la voz que arrasa tu oídos.
De todo a nada.
Y las lágrimas.
Tus lágrimas.
Cómo resucitas,
Cómo es que surges de donde no estabas
Cómo encuentras pasajes secretos
en un laberinto oscuro.
Cada cual tiene su salida de emergencia.
O no la tiene en lo absoluto.
Que cruja lo que corresponda.
Es la cima desde la cual miramos nuestra propia vida.
Tu mirada se dispara hacia el cielo.
Escuchas una canción.
Te dejas llevar:
“Llévame al lugar que amo. Llévame a dar una vuelta.”
Inventas un nuevo yo.