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07 » Jan 2009 |
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Realidades secretas |
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Sobre el plano de la realidad que conocemos, se tejen otras realidades secretas. No son especialmente parecidas a esta que aparece frente a nuestros ojos. No tienen los mismos colores, ni las mismas texturas. Deambulan por los rincones oscuros de nuestra conciencia. Sin ser capaces de sentirlas, las presentimos.
Sabemos que existen puesto que cada tanto se muestran de maneras obvias. Los más incrédulos denominan a estos hechos revelatorios una simple casualidad. Yo pienso en ellos como en fugas de energía. Son rayos luminosos que atraviesan la tela herida que divide este universo de los restantes.
El arte es un emergente de las geografías superpuestas. Es accionar sobre una materia que nos resulta a medias conocida y a medias incomprensible. Pero no se requiere ser cineasta o poeta para encontrar pruebas de que existimos en un laberinto ilusorio.
Una canción, por ejemplo, tiene la rara virtud de trasladarnos hacia sitios desconocidos para luego reconocerlos como familiares. Alguien ha escrito una línea que nos identifica plenamente (¿nos conoce su autor?). No necesitamos componer el tema o la frase. Basta con escucharla, con pronunciarla.
De pronto, un movimiento, un sonido, la forma en que el sol ilumina un objeto, nos despierta. Nos abre la puerta hacia el vecindario que linda con nuestra rutina.
Un persona que nos cruzamos en un supermercado dice al pasar dos palabras en las que hemos estado pensando la noche anterior. En medio de una reunión a alguien se le cae un vaso de agua y ese acto pueril nos conduce a tomar un decisión que se aguardaba entre puntos suspensivos. Un perro ladra y suponemos que es un koan.
Quisieramos que la vida fuese un recorrido mucho más simple. Y no lo es.
Pequeños y grandes detalles esculpen el día a día. No hay suerte. No azar. No hay destino. Somos nosotros leyendo la realidad y siendo infinitamente leídos por ella.
¿Cómo sabemos que tal o cual persona puede marcar la diferencia en nuestra vida? ¿Que aquel no es el trabajo que deberíamos asumir? ¿Por qué si todo indica que lloverá, estamos convencidos de que no caerá una tonta gota?
Los sueños no son la elaboración sofisticada de un deseo sino la sospecha muy personal de lo que somos capaces de hacer si nos lo proponemos. Por ser este un acto íntimo, es que se vuelve incomprensible. El hombre más débil intenta la mayor de las proezas. El enamorado se tirá de una chimenea. El poeta se emborracha de versos en alemán. El loco escribe un método. El planificador se confunde y el caótico se encuentra.
Recibimos mensajes desde el cielo. Saber que tenemos oídos para escucharlos es tan perturbador como gratificante. |
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