|
Este texto lo escribió Alejo Stopansky
Hay venturosos acaecimientos.
Hace unos días rumiaba yo una melodía que permanecía sonando en mi cabeza, hasta que por fin di con ella: “The crying machine”, un instrumental de Steve Vai (segundo corte del CD “Fire Garden”, 1996) en que, como quién quiere la cosa, me hacía pasar por diversos estados de ánimo (relevaré al leedor de los detalles).
La contingencia no es casual y mis allegados sabrán de estas líneas, tecleadas con la lánguida luz de un monitor, cual un viejo crisuelo.
La efusión siempre la asocié al dolor, a los infortunios y, qué va, a la muerte. Recordaba un pasaje del libro de Jeremías poblado de trenos: “Ojalá fueran mis ojos como un manantial, como un torrente de lágrimas, para llorar día y noche por los muertos… (9, 1).
Por consejo de una señora que sabe el porqué de mi, llamémosle, congoja, leí ayer una competente nota del columnista Andrade. Acaso en el logrado retruécano del susodicho (casi), “vivir para llorar, llorar viviendo”, se guarezca algo más que la semántica de las sensaciones.
Tiempos ha se contrataban las plañideras (Ampós 5, 16), féminas profesionales del llanto. Me pregunté cómo es que necesitaban de gentes que sollozaran cuando la despedida de las exequias. Es nuestra cultura occidental y lo digo por nuestros modos de vivir y de morir. Parecerá un cliché, pero me tocó la desgracia de nacer en un lugar en el que a los difuntos se los llora y raramente se los honra con aplausos.
Pero el tema era el llanto y sus pajes, las lágrimas. Creo vocablos fuertes en este globo inundado de aridez. Sensiblería barata es la que sobra.
Concierto en algo con Andrade: cada movimiento implica una serie de movimientos.
Cuelo: la tersa melodía, mi congoja, el consejo, la columna del jueves y estos tortuosos renglones.
Quizá una trabazón harto compleja para seres tan proteicos. Causas inmediatas, mediatas, remotas y resultas contiguas, próximas y distantes.
Palabras, palabras, palabras. Como en el “Contar un cuento” de Roa Bastos. Que calco con algo de remembranza y algo de amnesia: si sacamos capas y capas a la cebolla, ¿qué nos que queda? Nada, pero esa nada es todo.
Nada deben portar estas lágrimas. Tal vez en alguna de ellas encuentre mi quietud. El abono de sosiego. |
|