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17 » Oct 2008 |
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Memorias del vino |
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photo © Nihat Halici for openphoto.net CC:Attribution-ShareAlike
Aprendí a beber vino tinto, bueno y relativamente barato, asesorado por un amigo del diario en el que trabajaba: Claudio Uriarte. Algunos sábados nos encontrábamos para almorzar en unos exquisitos bodegones de Congreso. Comíamos estofado de caracoles acompañado de vino tinto de la casa. Conversábamos en completo desorden y sin premeditación de literatura, viajes, música y cine. Claudio sabía tanto y yo tan poco. Nuestra sociedad resultó injusta puesto que yo, al final, saqué el mejor provecho de los dos. Luego íbamos a un supermercado y buscábamos un par de botellas más, joyas ocultas en los barrios bajos de la góndola que merecían ser sacadas del anonimato. Borracho y alegre volvía a casa en colectivo. Ahora sí, era el estudiante avanzado de una materia fantástica.
Ayer por la mañana la imagen vino nítida a mi mente: sentado en el pasto, esperando el cordero al palo que cuida y cocina un amigo. La tapa de las ollas a los saltos y adentro las papas, grandes y blancas como el puño de un Cíclope. Teoría y práctica del sur. Ética de los acontecimientos culinarios en medio de la nada. El vaso de vino en mi mano. El silencio apenas roto por el quejido del viento o por una pregunta necesaria: ¿más vino? Y así el día, deslizándose hacia la tarde y la noche. El sabor preanunciado. La profecía autocumplida. La carne se deshace tiernamente en la boca. Atraviesa el más allá. Lo sigue el trago de vino espeso. Perfecto en su voluminoso erotismo. Pleno como un cielo abierto. Una pócima que te permite emprender el vuelo. Te lleva. ¿Hacia dónde? Vos lo sabrás, hermano.
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Categoría : Poemas | Comentarios [0]
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