De cómo comencé a creer en Dios por Alfredo Casero
Alfredo Casero es mi oración de las buenas noches. De su mano, visito el mundo del otro lado del espejo. Y duermo en paz. Creo en él y, por prolongación, en Dios. Años atrás, muchos ya, siendo yo todavía más tonto de lo que soy hoy, conversé con Casero al terminar una función en la Casona del Conde de Palermo, y esa conversación me iluminó. Su falta de miedo, su confianza absoluta en el poder terapeutico de su arte, en sus convicciones en cuanto creador y recreador de la sociedad, me lo hicieron ver como acólito del éter. Monje de los aromas y de los sabores que se cocinan por el devenir de la piel y la sangre. Casero es un hijo de la tierra.
Entonces el actor se aferraba a una frase de abuela sabia: “Dios proveerá”, me dijo.
Me recuerdo muerto de miedo ante la certeza del desempleo, ante la escasez de talento para salir adelante. Ante el maullido de un gato en celo.
En cambio a él, mi querido Casero, después de una función electrizante que se prolongó por 3 ó 4 horas, se lo veía tan tranquilo cual monje tibetano.
El camerino era un pequeño refugio, y Casero lo ocupaba al modo de un gran oso su cueva. Esa conversación cambió fragmentariamente mi vida. Le hizo reset.
Desde entonces me inspiro en su energía positiva, en su valor tan absoluto, en su fuego sagrado.
Dios proveerá. Me lo he repetido tantas veces desde entonces.
No he apuntado aquí que me recontracagué de la risa aquella noche lejana. Que durante la función me olvidé de lo mal que funciona el mundo. Justamente fue la experiencia de verlo convertido en un hombre de carne y hueso, la de ser testigo del nacimiento de una figura forjada en la locura, la humildad y la cortesía de vivir con alitas en la espalda, la que me borró la sonrisa simple para dejar espacio al espíritu de lo verdadero.
Ir por el camino de lo íntimo. Atravesar el dolor. Cruzar el río. Dejar que la luz del sol penetre tus párpados. Aprende que tu momento es hoy. Tu futuro es tu obra. Dios proveerá. Tal vez no totalmente, pero he aprendido al menos esa lección.
Antes de dormir pronuncio mi ruego infinito. Alfredo Casero: Lluvia de fuego. Poesía de la inexactitud levitando de los árboles. Dios renacido en hijo, padre y espíritu. Caricia compartida. Calor de ultramar. Explosición. Equívoco. Golazo de media cancha. Uñas pintadas de blanco brillante. Tren de doce vagones a 100 kilómetros por hora. Libro de cabecera. Corazón. Lágrimas de cocodrilo. Filo y contrafilo. Perfume francés volcado en un pañuelo. Copa de martini con una pisca de vodka. Tierra adentro. Asado de cordero. Dios cerebral. Chamán de madrugada. Hoy no moriré. Hoy seré eterno como vos. Hoy andaré a mi gusto. Hoy seré valiente. Venceré al dragón y escribiré un beso sobre las flores del campo.
Arriba en el video de Youtube, una de las tantas genialidades que nos han entregado Casero. Aquí en la piel de Batman, con un Robin enojado porque quiere manejar el Batimovil, y comprando pan. Después, un trío de impresentables los agrede y termina en una trifulca callejera con Batman usando los dos kilos de pan como arma secreta.
un guia encarnado entre los hombres...sisi estoy absolutamente de acuerdo.
Vino de Shangri-la xa q veamos como es andar con la certeza de la incertidumbre,pero andando.
... y matándonos de risa.
Terapeutico
Por : Claudio Andrade | 19 » Aug 2008 | 11:30 pm |
Casero tiene algo terapeutico y hasta diría místico. no sé bien, pero sirve, es útil, es inspirador.
Saludos