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Un texto para una noche de martes entre amigos.
"Es el único que cuenta. Los otros, son cada vez más largos, cada vez más anodinos, no dan más que una hinchazón tibia, una abundancia mal empleada. El último, quizás, se encuentra con la desilusión de terminar una apariencia de poder.
Pero, ¡el primer trago!, ¿trago? Ese comienza mucho antes del trago. Sobre los labios ya está ese oro espumoso, frescor amplificado por la espuma, después lentamente sobre el paladar felicidad tamizada de espuma. ¡Cómo parece largo ese primer trago! Uno la bebe rápidamente, con una avidez falsamente instintiva. En efecto todo está escrito: la cantidad no es ni mucha ni muy poca, lo que hace el comienzo ideal; el bienestar inmediato puntualizado por un suspiro, un chasquido de lengua, o un silencio que lo vale; la sensación engañosa de un placer que se abre al infinito… Al mismo tiempo, uno ya sabe. Todo lo mejor ha sido tomado. Uno coloca su vaso y lo aleja incluso un poco sobre el pequeño cuadrado de servilleta. Uno saborea el color, falsa miel, sol frío. Por todo ese ritual de prudencia y de espera, uno querría dominar el milagro que ocasiona el producirse y a la vez escaparse. Sobre el interior del vaso, uno lee con satisfacción el nombre preciso de la cerveza que uno acaba de ordenar. Pero el contenido y el recipiente pueden interrogarse, responderse interminable-mente, nada se multiplicará más. Uno querría guardar el secreto del oro puro, y encerrarlo en fórmulas. Pero delante de su pequeña mesa blanca salpicada de sol, el alquimista engañado no salva más que las apariencias, y bebe más y más cerveza con menos y menos gozo. Es una felicidad amarga: se bebe para olvidar el primer trago."
Philippe Delerm
Del libro “El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida” (Tusquets)
Traducción por Eduardo Coronado Rojero. |
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